El omnipresente y destructivo proceso nacionalista, que venimos padeciendo de una manera acelerada desde hace ya varios años, contagia de ideología todo aquello que moralmente debería permanecer aséptico. Entre otros, el ámbito de la historia se ha visto seriamente afectado por esta contaminación provocando en la labor de algunos historiadores una falta de objetividad, de seriedad y de rigurosidad impropia de esta disciplina, cuyo cometido es ser capaz de narrar el pasado desde la mayor veracidad posible siempre con el respaldo de las fuentes.
La historia se ha convertido en un rehén más al servicio de la política separatista catalana, quien financia todo aquello que sea capaz de demostrar que fuimos la nación más antigua, más ejemplar y más avanzada de la historia. Por eso, para hacerse un hueco en el mundo de los historiadores al servicio de la causa es un requisito indispensable perder el seny y difundir la existencia de esa falsa nación catalana para colaborar en transformar el imaginario colectivo y adecuarlo a unos determinados intereses políticos. A partir de ahí se crea una mitología catalana, cada vez con más héroes y personajes inventados que vivieron en un pasado glorioso, épico y sublime que enlaza casi con la Atlántida. No importa que se falsee o se tergiverse, lo importante es que cumpla su cometido adoctrinador. Esto lleva irremediablemente a que aparezcan, además, una serie de personajes que deciden llamarse historiadores, pero no pasan de cuentacuentos, que se benefician de todo el entramado económico del “procés” bajo el manto de la cultura.
La difusión de esta falsa historia, a través de las instituciones públicas, museos, revistas y entidades culturales, invirtiendo medios y dinero de todos, perjudica enormemente la verdadera labor de los historiadores serios y rigurosos que antes de afirmar cualquier dato histórico se han pasado horas, incluso años, rebuscando en los archivos, consultando bibliografía, analizando detenidamente las fuentes para reconstruir nuestro pasado de la manera más objetiva posible. Una labor silenciada, y a su vez desprestigiada, simplemente porque no se ajusta a la corriente nacionalista que busca la justificación histórica de un delirio rupturista.
Por este motivo, muchos historiadores catalanes, los que defendemos el pasado tal y como fue, con sus luces y sus sombras, mostramos nuestro hartazgo ante la continua manipulación, tergiversación y falsificación de unos hechos, unos acontecimientos y unos personajes de nuestra historia con el único fin de adaptarse al relato separatista. La labor de los historiadores no debe estar al servicio de ningún ideario político porque en ese caso ya no puede considerarse historia. Creemos que se debe difundir la historia real, sin falsificar ni adulterar, porque es la única manera de poder comprender nuestro presente y ser honestos con nosotros mismos.
Antoni de Capmany, historiador y político de finales del siglo XVIII, afirmaba que los historiadores “deben siempre estribar en la verdad y realidad de las cosas para hacer sólida y útil la instrucción”. Creemos que ha llegado el momento de recuperar el espíritu de Capmany para que la historia veraz recupere, de una vez por todas, su lugar. Ésta va a ser la labor de muchos historiadores de Cataluña.
Vera-Cruz Miranda
Doctora en Historia