La furia patriótica y sus estragos
El lunes 2 de mayo de 1808 se produjo en Madrid un levantamiento contra las fuerzas napoleónicas que desembocó en una guerra que duró seis años y que produjo más de medio millón de muertos (en números redondos, murieron al menos: 200.000 franceses, 60.000 ingleses, 250.000 españoles; en combates o por hambres y epidemias). El militar catalán Francesc Xavier Cabanes fue quien, en 1815, empleo por vez primera el término Guerra de la independencia.
Releo ‘El sueño de la nación indomable’ (Ariel), espléndido libro del historiador Ricardo García Cárcel. Aquel 2 de mayo se produjo una descarga irregular de tensiones de los más diversos orígenes y “la irracionalidad de los comportamientos fue la única constante”. Fueron tiempos desgarrados, propicios al cultivo de obsesiones en el imaginario colectivo y a una manipulación también retrospectiva. El nacionalismo franquista uniría la fecha del 2 de mayo a la del 18 de julio; nada que ver. Historiador comprometido con la verdad y la educación de los ciudadanos, Ricardo García Cárcel reclama más historia y menos ideología (ni nacionalcatólica ni paleoprogresista) y se pone a rescatar la realidad histórica de las interpretaciones sectarias y míticas.
Estragos serios de aquella enfurecida era fueron el bandolerismo y la politización del ejército. Pero también se produjo el mito de la España indomable de 1808, que rechazaba la dominación del déspota foráneo. En todo caso, el derroche emotivo que se desplegó puso en marcha el patriotismo español que se complementaría con el espíritu de la Constitución de 1812. Las Cortes de Cádiz legaron una “obra conjunta de españoles muy diferentes entre sí, de historias personales muy dispares, que discreparon mucho pero que coincidieron en la asunción de una necesidad histórica”. Y “Cataluña salió de la prueba de 1808 más fuerte en su vinculación a España de lo que había entrado”.
Aquella guerra nos puso de moda en toda Europa, donde se aplicó una actitud paternalista hacia España, vista como país ‘virginal’ que no merecía los políticos que tenía. No es viable el sueño de la nación de ciudadanos sin integrar los sufrimientos de los hermanos ‘perdedores’. Es preciso liberalidad y que una sana conexión con la realidad nos descubra que el mundo no acaba ni empieza con nosotros. Con esta conciencia se abren las compuertas de la concordia.
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