Batallas Olvidadas. Lérida 1647. (2)
Por lo que parece, Grammont optó por no exponer a sus hombres innecesariamente por temor a la artillería del castillo y decidió tomar la posición mediante una mina. Los dos cañones apostados en la pequeña batería delante de San Francisco tenían la función de hostigar a los defensores y, sobre todo, desviar su atención de las obras de minado que sus ingenieros estaban realizando.
Para ganar tiempo, la boca del túnel estaba relativamente cerca del convento y todo apunta a que Ribaguda se percató que los franceses estaban tramando algo. Por ese motivo y pese a su contundente inferioridad numérica, la noche del 30 al 31 de mayo organizó una pequeña encamisada contra la batería francesa.
Un grupo de mosqueteros se descolgó mediante escaleras de cuerda del tejado de la bóveda y atacaron con granadas la vanguardia gala. Desconocemos las bajas francesas del golpe de mano, pero si sabemos que todos los hombres de Ribaguda pudieron volver a sus posiciones sanos y salvos.
Durante los días 31 de mayo y uno de junio, los minadores franceses continuaron con sus labores de zapa cubiertos por el fuego de los dos cañones instalados el día anterior mientras los defensores respondían con fuego de mosquetería.
Aquí las fuentes se contradicen en el detalle si la voladura del convento se produjo la noche del uno al dos, o la madrugada del dos al tres. En todo caso. El día del minado de San Francisco los defensores padecieron su primera baja. El mosquetero Juan González que servía en la compañía del capitán Gil de Berastegui del tercio de galeones del maestre de campo don Rodrigo Niño de Menzoza resultó herido de un balazo en su brazo izquierdo y se retiró a la ciudad.
Por la noche, el túnel ya había llegado bajo el campanario y ya estaba cebado con su correspondiente carga explosiva. Como era preceptivo, Grammont comunicó a Ribaguda que haría volar la carga y aquí el sargento volvió a sorprender negándose a entregarse.
Los últimos instantes del minado del convento son confusos en sus detalles dado que las fuentes son contradictorias. Lo que si no hay duda es quien sobrevivió y quien no aquella noche.
El sargento Cristóbal de Ribaguda se encontraba en el campanario cuando estalló la mina muriendo en el acto, esto es indiscutible, aunque algunas fuentes describen que estaba arrojando granadas contra el enemigo en el momento de la explosión. Póstumamente, el rey Felipe IV lo ascendió a capitán con la correspondiente pensión para su viuda.
El cabo de escuadra Juan de la Peña, un guardia real de Mondoñedo se encontraba sobre la bóveda en el momento de la explosión cayendo prisionero, pero sin heridas de consideración. Fue rescatado al poco tiempo y sirvió con su compañía el resto del asedio.
Domingo Soriano, soldado aventajado con tres escudos de la compañía de don Manuel de Rozas, también del regimiento de la Guardia Real. Este palentino nacido en Mazariegos del Campo se encontraba en la bóveda durante la deflagración. Consiguió descolgarse de sus ruinas con una escalera de cuerda y llegó por sus pies al castillo de la ciudad. Sirvió en su unidad por lo que quedó de sitio.
Bartolomé González, soldado mosquetero que sirvió en la compañía de don Juan de Borbón del mismo regimiento que sus dos compañeros anteriores. Se encontraba en el campanario con Ribaguda en el momento de la explosión muriendo también.
Alonso García, de Fuente la Encina, en la Alcarria. Fue soldado mosquetero de la compañía de Gil de Berastegui del tercio de Galeones de don Rodrigo Niño. La onda expansiva arrojó de la bóveda cayendo prisionero. Poco después fue rescatado con el resto de sus compañeros y se reincorporó a su unidad.
Batallas Olvidadas. Lérida 1647. (2)
De su misma compañía era el mosquetero Bartolomé Ruy, de Villarrubia en Córdoba. En su caso pudo escapar por la escala de cuerda después de la explosión. Como Domingo Soriano pudo llegar a la plaza para incorporarse a su tercio.
Juan Córdova nació en el Algarve, Portugal. Este mosquetero servía en la compañía de Juan de Eraspe, del tercio navarro de don Pedro de Esteriz. Al explotar la mina, la onda expansiva casi lo tiró al suelo. Pudo agarrarse a la cornisa del edificio donde se quedó colgado hasta que un mosquetero francés le disparó en el brazo haciéndole caer. Al topar contra el suelo se fracturó una pierna gravemente. Fue capturado y devuelto a la Lérida ese mismo día. Tuvieron que amputarle la pierna.
Otro soldado del mismo tercio superviviente del asedio del convento de San Francisco fue el gallego Antonio de la Cuesta. Fue otro de los afortunados que pudo descolgarse por la escala de cuerda después de la explosión, llegando sano y salvo a sus posiciones.
El asturiano Cosme Blanco también era veterano de la misma unidad navarra. Logró huir por la escala y continuó luchando al lado de sus compañeros de armas durante el resto de las hostilidades.
No tuvo esa suerte otro mosquetero de dicho tercio, Luis Fernández, nacido en Borgoña 22 años antes y que fue volado en la bóveda. Este soldado, junto el resto que murieron en la bóveda pudo fallecer mientras estaban parapetados encima de la misma, o según un cronista, combatiendo a una cuarentena de franceses dentro de la Iglesia. Según la misma fuente, todos murieron al ceder la bóveda y derrumbarse sobre los ellos.
También murió el soldado Gil Barrueco, nacido en Trubia y de 20 años. Dice la súplica de los hechos que era lampiño y moreno. Como Luis Fernández y tal vez Bartolomé González, cayó o bien con la explosión o en el derrumbe posterior de la bóveda del convento.
Finalmente, el conquense Juan de Jara, un joven de 22 años con la tez picada de viruelas, soldado aventajado con dos escudos por acciones anteriores, era el único soldado del regimiento del Conde de Aguilar de la guarnición de San Francisco. Servía en la compañía del capitán Gaspar de Santillana hasta que le destinaron a la avanzada con Ribaguda. Consiguió sobrevivir a la explosión y escapar por la escala para reincorporarse a su unidad hasta que cayó muerto de un balazo días más tarde durante los combates que se sucedieron en la defensa de Lérida.
De los trece defensores iniciales del convento leridano de San Francisco doce se encontraban es sus muros en el momento de la voladura. Cuatro murieron, tres fueron hechos prisioneros y devueltos por Grammont ese mismo día y cinco lograron escabullirse después de la explosión por una escalera de cuerdas.
Cuando tuvo noticia de lo sucedido, el rey Felipe IV quiso conocer a los supervivientes, otorgándoles ascensos y ventajas por este insólito hecho de armas. El tiempo ganado por Ribaguda retrasó el ataque de Grammont lo suficiente como para minimizarlo. De hecho, el peso del esfuerzo francés contra la plaza recaería en el aproche de Condé en el sector de Predicadores y el baluarte de Cantelmo.
Allí, las ruinas del viejo convento estaban tan deterioradas que no se consideraron aptas para la defensa, por lo que el Gran Condé pudo abrir trincheras sin oposición y acompañado de la música de 24 violines.
La respuesta de Brito; levantar a toda prisa una empalizada emplazando allí a cien soldados viejos, vivos y reformados armados hasta los dientes y con una banda roja cruzada en el pecho. Un soldado vivo y reformado, era normalmente un oficial sin plaza que servía como soldado. Los hombres escogidos para estar fuera de muros eran veteranos con gran experiencia en combate.
Sus guardias eran de un día entero, siendo sustituidos por la compañía de carabineros, otro centenar de veteranos escogidos. De esta manera, Brito se aseguraba tener frescos y en todo momento, cien veteranos justo delante de las posiciones francesas, dispuestos a realizar salidas y sometiendo a las avanzadillas francesas a fuego de precisión…
Magníficos articulos, mi sincera enhorabuena, te recomiendo el breve libro sobre esta batalla editado por “Pike & shot society” de Pierre Picouet, Franco Spanish War and the sieges of Lleida.
Saludos