El príncipe de Viana en Cataluña

Una parte de la historia de España de mediados del siglo XV sería incomprensible sin la figura del príncipe de Viana porque se convirtió, sin él quererlo, en el protagonista de varios episodios claves de la política del momento. Por ello, recorrer su biografía es acercarse al contexto histórico de los reinos peninsulares, principalmente de Navarra y de la Corona de Aragón durante el final de la Edad Media.

En el año 1421, en el castillo de Peñafiel, nacía un príncipe heredero: Carlos de Aragón y de Navarra. Su madre era Blanca, futura reina de Navarra una vez sucediera a su padre, el rey Carlos III el Noble. Su padre era un infante aragonés, Juan, el segundo hijo del rey Fernando I de Trastámara, ya difunto, y hermano del entonces rey de Aragón, Alfonso el Magnánimo. Por las venas del príncipe corría sangre de los reinos hispanos: navarra, aragonesa y castellana (en aquel tiempo la línea divisoria entre la política y la familia apenas se podía distinguir). El nacimiento de un príncipe era motivo de grandes celebraciones. Por este motivo, su abuelo, Carlos III, creó un título para su primer nieto que iría destinado únicamente a los herederos del reino, como ocurría en otras casas reales. Este título fue el de príncipe de Viana que iba acompañado de todos los territorios pertenecientes al principado, así como de sus rentas, para que de esta manera pudiera mantener un estado digno de su condición de heredero.

Los años de infancia y juventud del príncipe transcurrieron en el palacio real de Olite, la residencia preferida de los reyes de Navarra, en compañía de sus hermanas, las infantas Blanca y Leonor. Los infantes vivían bajo el cuidado y la protección de su madre. En ese marco incomparable, donde la exquisitez y el lujo marcaban la vida cotidiana, vivieron ajenos a las tensiones políticas de su alrededor. La reina Blanca era la encargada de la gestión del reino desde el año 1425 en el que murió su padre, Carlos III.

Ese tiempo feliz en el palacio de Olite llegó a su fin con la muerte de la reina Blanca ocurrida en la primavera de 1441, en el monasterio castellano de Nieva, donde se había dirigido a descansar después de acompañar a su hija Blanca a su enlace con el príncipe de Asturias en Valladolid. Su muerte quebró la aparente tranquilidad de Navarra, pues las tensiones familiares y también políticas empezaron a extenderse por el reino, convirtiéndose con el tiempo en una guerra civil. Las razones de los conflictos deben buscarse en la complicada relación entre el príncipe de Viana y su padre. Entre ellos había falta de entendimiento por ver la vida y la política de maneras bien diferentes. Mientras el rey de Navarra era un hombre ambicioso, luchador, astuto, de carácter fuerte, que iniciaba una guerra siempre que fuera necesario; su hijo era pacífico, sosegado y prefería invertir el tiempo en el placer de la lectura, la poesía o la música. Al morir la reina, el rey de Navarra no estaba dispuesto a cederle el trono a su hijo. Su ambición se lo impedía, pero no sólo eso, sino la animadversión que sentía hacia él por su falta de interés político de aquél que debía sucederle.

A pesar de la negativa del monarca, el heredero indiscutible del reino era el príncipe de Viana, así había sido jurado por las Cortes al poco de nacer, así lo determinaban los capítulos matrimoniales de sus padres, así lo especificaba el testamento de su madre, donde además de nombrarle heredero le dejaba su corona como símbolo del traspaso del poder real. No había duda posible acerca de la sucesión, a pesar de que mucho se ha escrito con posterioridad a este respecto intentando justificar la actitud del rey amparándose en un punto del testamento de la reina en el que pedía al príncipe que no tomara la corona sin el consentimiento paterno. Esta búsqueda de la complacencia del rey de Navarra muchos la han visto como la excusa perfecta para que no le cediera el trono, siendo la reina Blanca plenamente consciente de esta decisión. Simplemente se trataba de un mero formalismo y deferencia hacia su marido, nada más que eso.

En un principio, el príncipe no reclamó sus derechos al trono que legalmente le correspondían. Anteriormente había sido nombrado lugarteniente, de modo que administraba y gestionaba el reino como si fuera el verdadero rey, y además sin la intromisión de su padre. Así transcurrieron varios años, tranquilos, hasta que el rey de Navarra regresó definitivamente a consecuencia de las derrotas sufridas en Castilla, y quiso encargarse de toda la administración del reino, relegando a un segundo plano al príncipe y a sus servidores. Esta actuación del monarca enojó al príncipe y a los suyos, quienes vieron un agravio en este alejamiento de la corte y comenzaron a reclamar los derechos del príncipe a la corona. Poco a poco, el reino de Navarra empezó a posicionarse en dos bandos: los beaumonteses, a favor del príncipe de Viana, y los agramonteses, fieles al rey de Navarra.  Esta división del reino favoreció la guerra civil, cuyas causas eran mucho más complejas que unas desavenencias entre padre e hijo.

El príncipe de Viana y su tiempo. Ed. Silex

En 1451 se desató la batalla y la guerra se extendió por todo el reino, asolándolo durante más de una década. Las primeras consecuencias fueron muy desfavorables para el príncipe, que permaneció encerrado sin libertad durante dos años. Posteriormente, ya liberado, el rey desheredó a su primogénito, pues así no tenía derechos por los que luchar. Ante esta situación cada vez más complicada, el príncipe prefirió alejarse de la contienda y comenzar su viaje hacia los reinos mediterráneos. Su primer destino, después de una breve parada en la corte del rey de Francia, fue el reino de Nápoles, donde estaba su tío el rey Alfonso de Aragón, a quien iba a suplicar su mediación y su ayuda en la lucha por recuperar sus derechos. Poco éxito obtuvo, pues al año murió su tío y se quedó sin mediador.

Comenzaba un nuevo tiempo para el príncipe, pues la corona de Aragón pasaba a su padre, Juan II, y él se convertía en el heredero también de los reinos aragoneses. A partir de ese momento, ésas iban a ser las reclamaciones junto con la recuperación de su patrimonio en Navarra. Viendo que la situación se complicaba en Nápoles, el príncipe huyó a Sicilia, donde encontró mucho apoyo a su causa, lo que provocó el recelo de su padre, quien le obligó a dirigirse a Mallorca, un lugar neutral, donde lo podría tener vigilado. En tierras mallorquinas permaneció un año, hasta que viajó a Barcelona, sin esperar el consentimiento de su padre, alegando que los aires de la isla no le sentaban bien. En ese momento, las tensiones parecían acabadas, pero era solamente una apariencia, pues el príncipe estaba negociando, en secreto, su matrimonio con la infanta Isabel de Castilla, futura Isabel la Católica, para asegurarse definitivamente el favor del rey castellano, eterno enemigo de Juan II. Cuando el rey se enteró de la traición de su hijo, se enojó de tal manera que no dudó en meterlo en prisión. Esta decisión, injusta y desmesurada, creó una gran tensión en todo el Principado y fue muy bien aprovechada por las instituciones catalanas, que vieron la excusa perfecta para alzarse contra el autoritarismo regio, encarnado en Juan II, camuflando sus intenciones en la figura del príncipe de Viana.

Éste va a ser el último capítulo de la vida del príncipe. La Diputación del General y el Consejo de Ciento de Barcelona entraron en escena para reclamar su libertad a través de un intenso proceso de negociación entre sus embajadores y Juan II, lo que representaba un pulso al poder regio. Las embajadas iban y venían. El rey se sintió fuertemente presionado, no le convenía que Cataluña se convirtiera en otro lugar complicado como lo era el reino de Navarra. Por eso, claudicó y aceptó liberar al príncipe de Viana. Esta derrota del rey venía acompañada de la firma de las Capitulaciones de Villafranca del Penedés, donde Juan II salía totalmente perjudicado porque se le prohibía entrar en Cataluña sin la autorización de las autoridades locales.

En toda esta situación, el príncipe había sido utilizado como bandera de las reivindicaciones de los diputados del General y de los consejeros de Barcelona, aunque también había conseguido parte de sus reclamaciones: su reconocimiento como heredero. La alegría ante su nombramiento duró más bien poco porque, a los dos meses, el príncipe moría en el palacio real de Barcelona, el 23 de septiembre de 1461 a causa de una pleuresía. Esta muerte supuso una liberación para Juan II, pero una desgracia para las instituciones que se quedaban sin su pretexto para levantarse contra el rey. Por ello, decidieron crear un nuevo personaje, “San Carlos de Viana”, que siguiera representando los intereses de las instituciones después de su muerte. El pueblo comenzó a venerarle porque obraba milagros, así de este modo se mantendría vivo su espíritu y la causa que él representaba. Comenzaba el mito del príncipe de Viana, el mismo día de su muerte. Este mito nunca fue olvidado y llenó muchas páginas de literatura romántica y de libros de historia a partir del siglo XIX.

 

El mito del genocidio cultural catalán

Mitos historiográficos catalanistas

El catalanismo político, o separatismo catalán, cristalizó como movimiento político a finales del siglo XIX sobre la base del catalanismo cultural del primer tercio de dicho siglo. Desde entonces ha promovido siempre mitos históricos que pudieran crear el caldo de cultivo necesario para su proyecto. Así, se ha hablado de Cataluña como una nación existente desde el siglo X como mínimo; de los catalanes como grupo racial diferente del resto de los españoles; de una confederación catalano-aragonesa desde la Alta Edad Media; de la prohibición a los catalanes de participar en el comercio con América durante toda la Edad Moderna; de la Guerra de Sucesión (1700-1714) como invasión española de Cataluña y destrucción de sus instituciones democráticas. Y así hasta llegar a los delirios actuales del Institut Nova Historia, el cual ha llegado a descubrir que Colón, Cervantes, Hernán Cortés o Santa Teresa de Jesús eran catalanes. Todo ello irrigado con generosas subvenciones de dinero público y difusión masiva a través de la escuela y los medios de comunicación, tanto privados como públicos.
Poco importa que dichos mitos hayan sido desenmascarados por la historiografía científica, pues tienen una finalidad puramente funcional: extender la visión del mundo del catalanismo político y su ideología, en la cual un victimismo fraudulento es fundamental; buscar una base histórica –aunque sea ilusoria- para el proyecto separatista; promover un estado de opinión, apelando al sentimentalismo y la irracionalidad, que tolere la desobediencia a la legalidad constitucional y la destrucción de la soberanía nacional del pueblo español.

El tema fue esbozado, en noviembre de 2015, en la mesa redonda Los mitos historiográficos del nacionalismo catalán y su impacto en la educación, que tuve ocasión de presentar en unas Jornadas de Enseñanza promovidas por Sociedad Civil Catalana, con Oscar Uceda y Fernando Sánchez Costa. Pero es tan amplio que haría falta un congreso monográfico de larga duración para intentar analizarlo a fondo.

El genocidio cultural catalán

Uno de los mitos que con más tenacidad se ha difundido es el del genocidio cultural catalán. Un genocidio muy prolongado en el tiempo, puesto que se iniciaría en la Edad Moderna, teniendo sus momentos álgidos en el reinado de Felipe V (1700-46) con el Decreto de Nueva Planta y en la etapa franquista con la persecución y prohibición absoluta del catalán.
La realidad es que la marginación que las lenguas regionales minoritarias experimentan en la Edad Moderna, y especialmente a partir del siglo XVIII, es un fenómeno general europeo. Se produce una expansión imparable del inglés en Escocia y Gales, del alemán en Bohemia o del francés en Provenza y Bretaña, a costa del gaélico, el checo, el occitano y el bretón. Es el mismo proceso que se seguirá con el castellano en Cataluña con respecto al catalán, no hay diferencias esenciales. Eso sí: no existió jamás un proyecto de la monarquía española para hacer desaparecer el catalán y sustituirlo por el castellano. Al contrario que con la lengua árabe, cuya pervivencia se consideraba una amenaza potencial para la unidad religiosa de la monarquía española, considerada entonces un bien fundamental. En este último caso sí hubo un proyecto -exitoso, como no podía ser menos- para hacer desaparecer una lengua por motivaciones políticas. Si hubiera habido un proyecto similar con respecto al catalán, éste habría corrido la misma suerte que el árabe, sin ninguna duda. Como ha mostrado Manuel Peña Díaz, la enorme penetración del castellano en los siglos XVI y XVII en Cataluña fue debida a las mayores posibilidades de negocio que aportaba a los impresores, la facilidad administrativa que suponía el empleo de la lengua de la Corte y el deseo universalista de muchos escritores catalanes, deslumbrados por el prestigio incomparable de la lengua castellana.

Esta tendencia continuó hasta el siglo XVIII en el momento de aparición del supuestamente “genocida” Decreto de Nueva Planta (1716), promulgado por la nueva administración borbónica de Felipe V. La única referencia que hay en el Decreto a la lengua es el artículo 5: “Las causas de la Real Audiencia se substanciarán en lengua castellana”. Esta disposición no se dirige contra el catalán sino contra el latín, pues era esta lengua la empleada en la Real Audiencia. Y no sólo aquí, en toda Europa –como señala Marcelo Capdeferro- el latín había pervivido en el ámbito diplomático, cancilleresco, científico y jurídico. Es precisamente en el siglo XVIII cuando empieza una política de sustitución del latín por las lenguas vivas. Disposiciones similares al Decreto de Nueva Planta se habían tomado mucho antes en Francia, Inglaterra y diversos territorios alemanes.

Pero esto no supuso que se impusiese el castellano ni que se prohibiera el catalán. De hecho, esta lengua continuó utilizándose en niveles judiciales inferiores, así como en ámbitos literarios, económicos o familiares. Pero la tendencia a la expansión del castellano y al repliegue del catalán, iniciada en el siglo XV, continuará imparable. De manera que en 1779, el insigne historiador barcelonés Antonio de Capmany y Montpalau pudo afirmar que “el catalán es un idioma antiguo y provincial, muerto hoy para la república de las letras”.

El siglo de las lenguas nacionales

Durante el siglo XIX, en toda Europa las instituciones de los nuevos estados-nación liberales auspiciarán procesos de diglosia favorables a las lenguas nacionales. Y tanto el liberalismo revolucionario como el incipiente movimiento obrero los apoyarán. Por tanto, como explicaba el malogrado Juan Ramón Lodares, lo que ocurre en España desde 1800 en adelante no es distinto de lo que ocurre en Francia, Italia o Alemania. Con una diferencia: el grupo de lengua materna española era mucho mayor, proporcionalmente, que los grupos de lengua materna francesa o italiana en sus respectivos países. En la Francia de 1789, por ejemplo, sólo un 30 % de la población hablaba francés. Y en 1850 solo el 2% de los italianos hablaba lo que hoy se considera italiano-estándar o lengua nacional italiana.

Este largo proceso histórico no necesitó de ningún perverso agente exterior sino que tuvo causas endógenas a la sociedad catalana, como se ha señalado. Y los propios catalanes fueron los primeros interesados en adquirir la máxima competencia en castellano y en ir relegando el catalán. Esto fue reconocido incluso por el periódico oficial del catalanismo político, La Veu de Catalunya, que reconocía en su edición del 17 de febrero de 1910: “El castellano no se ha impuesto por decreto en Cataluña, sino por adopción voluntaria, lenta, de nuestro pueblo, efecto del gran prestigio adquirido por la lengua castellana”. Y no se trataba sólo de la alta burguesía, sino que esta actitud se hacía extensiva también a las clases populares. Como recuerda Jesús Laínz,  en 1906 Prat de la Riba lamentaba que las familias humildes consideraran «un insulto, una ofensa«, que se les escribieran las cartas en catalán. Y en lo que se refiere a los intelectuales, aparecen multitud de ideólogos del español como lengua nacional de España -incluso de Portugal- en la Cataluña decimonónica: Ballot, Dou, Figuerola, Claret, Puigblanch, Pi i Arimón o Bonaventura Carles Aribau. Este último es aclamado por los separatistas como padre de la Renaixença, pero en realidad dedicó mucho más esfuerzo, tiempo y entusiasmo, al igual que Manuel Rivadeneyra, a la promoción de la literatura clásica escrita en castellano, pues ambos fueron los impulsores de la célebre Biblioteca de Autores Españoles.

El genocidio cultural franquista

El franquismo es el otro gran jalón del “genocidio cultural catalán”, según los separatistas. Que insisten en que el franquismo reprimió absolutamente la lengua catalana porque era una dictadura que no respetaba los derechos de las minorías.

Apenas tomada la ciudad de Barcelona por el ejército franquista el 26 de enero de 1939, se publicó un bando del general Eliseo Álvarez-Arenas en el que afirmaba: «Estad seguros, catalanes, de que vuestro lenguaje en el uso privado y familiar no será perseguido». Ahí está la clave de la política lingüística del primer franquismo con respecto a las lenguas minoritarias: no oficialidad pero tolerancia en el ámbito privado y familiar. Es evidente que en los primeros momentos se produjeron excesos también en el ámbito privado, explicables –nunca disculpables- por la dinámica de violencia desatada por la guerra civil y el uso político que el separatismo hizo de la lengua catalana. Uso político que sigue haciendo en la actualidad, dicho sea de paso. Con el correr del tiempo, los excesos se diluyeron y el estado franquista no sólo respetó el uso privado sino que promovió el reconocimiento cultural del catalán y su aprendizaje. En este sentido, es muy revelador lo sucedido con el periodista Néstor Luján. En 1967, se publicó una carta al director en la revista Destino en la que un tal Jacinto Pujol afirmaba pertenecer al 40 % de padres que no habían aceptado las clases de catalán para sus hijos en las escuelas municipales (¡clases de catalán en las escuelas municipales en pleno franquismo!). Seguidamente, el tal Jacinto Pujol hacía una serie de consideraciones sobre el catalán de una considerable torpeza (“es un dialecto”, “mis hijos son castigados si hablan una palabra de catalán”, “veo con alegría que el catalán desaparecerá en 5 años”), junto con provocaciones fuera de lugar (“aplaudo la unión de Lérida con Aragón y juzgo muy acertado el suprimir el nombre de Cataluña por el de Región del Nordeste”). La carta en conjunto resulta una provocación tan burda, que se ha sospechado fundadamente haber sido escrita por algún separatista deseoso de demostrar que en los medios de comunicación se menospreciaba el catalán. Si fue así, su fracaso resultó rotundo. La publicación fue secuestrada y el director de Destino, Néstor Luján, fue condenado en sentencia firme a 10.000 pesetas de multa y 8 meses de prisión por “propaganda ilegal” al permitir la publicación de una carta en la que, según la sentencia del Tribunal Supremo, “se vertían conceptos de tipo ofensivo para la lengua catalana, cuyo libre uso particular y social se respeta y garantiza”.

Aprecio tradicionalista a las lenguas vernáculas

Este comportamiento de la legalidad franquista no es ninguna paradoja, como pudiera parecer, sino una actitud plenamente coherente. El tradicionalismo de raíz carlista es una de las familias ideológicas que conformó el régimen de Franco. Y una de sus características es el aprecio a las lengüas vernáculas y su recuperación, actitud esta que había comenzado con el Romanticismo. La antítesis sería el modelo jacobino revolucionario francés, que impone la lengua nacional sin ninguna consideración a los patois del Antiguo Régimen. Por otra parte, los santuarios del carlismo antiliberal en la España decimonónica fueron Cataluña, País Vasco y Navarra. Esos territorios fueron el teatro principal de las tres guerras carlistas del siglo XIX. Es un hecho el origen tradicionalista contrarrevolucionario del catalanismo y el nacionalismo vasco, a los que cabe interpretar como tradicionalismos frustrados que, al fracasar reiteradamente durante el siglo XIX en el intento de aplicar su modelo social a toda España, decidieron acotar su actividad y limitarse rencorosamente al territorio en el que tenían posibilidades reales de ejercer la supremacía. Pero cuando de nuevo la Revolución amenace con apoderarse de Cataluña en julio de 1936, Francesc Cambó –el más importante político que ha dado el catalanismo- se volcará en apoyo del bando franquista, para el que financió una importantísima red de espionaje (el SIFNE: Servicio de Información en la Frontera Noroeste de España), así como una oficina de propaganda y prensa en París.

Resultaría tedioso dar una relación completa de los premios literarios y apoyos a la literatura en catalán organizados en la época franquista. Pero tal vez no estará de más recordar algunos botones de muestra. En fecha tan temprana como 1942 aparece el libro Rosa mística, de Mosén Camil Geis. En 1945, con apoyo y subvención del Gobierno, se celebra el centenario de Jacinto Verdaguer. Se crean numerosos premios literarios anuales para libros en catalán: desde 1947, el premi Joanot Martorell (hoy día premio Sant Jordi de novela); desde 1949 los premios Ciutat de Barcelona; desde 1953, el premi Victor Català (hoy día, premi Mercè Rodoreda); Con subvención del Gobierno se celebra el centenario de Joan Maragall en 1960. En 1944 se promulga el decreto de 7 de julio de Ordenación de la Facultad de Filosofía y Letras, en el que se introducen en el programa oficial de estudios 3 horas semanales de Filología catalana. El Reglamento Notarial de ese mismo año 1944 proclama la facultad de redactar los contratos y testamentos en idioma o dialecto regionales, a instancia de cualquier solicitante.

Catalán durante el franquismo en la Universidad, libros, revistas, teatro, radio, televisión, discos

Desde el curso 1952-1953 funcionaba en la Universidad Central de Madrid la cátedra “Juan Boscán”, de lengua y literatura catalanas, instituida meses antes en un consejo de ministros celebrado en el Palacio de Pedralbes; y en el otoño de 1967 la Diputación de Lérida crea una cátedra de cultura y lengua catalana en el seno del Instituto de Estudios Ilerdenses. En 1961 se había fundado Omnium Cultural, para promover la lengua y la cultura catalanas, por Fèlix Millet i Maristany, banquero y excombatiente franquista, padre de Fèlix Millet i Tusell, protagonista del célebre caso de corrupción del Palau de la Música bajo el pujolismo.
A partir de los años 40 se editan revistas de todo tipo en catalán: Dau al set, Canigó, Oriflama, Àncora, Presència, Tele-Estel, Serra d’Or, Miscellanea Barcinonensia, etc. En cuanto a literatura infantil, se editaban en catalán En Patufet, Astérix, Tintin o Cavall Fort. El año 1962 se crea Edicions 62, que en pocos años se convierte en una editorial capaz de crear un catálogo de más de 4000 títulos, sacar una colección de bolsillo muy popular (El Cangur) y alcanzar niveles de venta muy notables para un mercado reducido como es la edición en catalán (casi 1. 400. 000 ejemplares de Mecanoscrit del segon origen, de Manuel de Pedrolo). Desde principios de los años 60 se consolida la canción en catalán con la Nova Cançó: Salvador Escamilla, Guillem d’Efak, Núria Feliu, Maria Dolors Laffitte, Mercè Madolell , Guillermina Motta, Francesc Pi de la Serra, Maria del Mar Bonet, Lluís Llach , Joan Manuel Serrat, Ovidi Montllor o Pau Riba.
En 1945 se inician las emisiones de radio en catalán con una adaptación radiada del poema Canigó, de Verdaguer. A partir de ese momento, se fueron introduciendo de modo creciente las emisiones de teatro radiado en catalán, consolidándose plenamente en los años 50. Desde 1964 hay programación en lengua catalana en el circuito catalán de Tve, 8 años después de la primera emisión televisiva en España.
Los teatros presentan obras en catalán desde los años 40, como El prestigi dels morts de Josep María de Segarra (teatro Romea, 1946). Por no hablar de las populares representaciones navideñas de Els pastorets, omipresentes en todos los pueblos de Cataluña desde el final de la Guerra Civil. Por el contrario, en el bando republicano se jugaba la vida, literalmente, cualquiera que promoviera -en catalán o en castellano- actividades culturales o festivas de temática religiosa, como prueba el fusilamiento en agosto de 1936 del alcalde de Lérida Joan Rovira Roure, de la LLiga Regionalista, por el delito de haber autorizado una cabalgata de Reyes en la capital catalana.

Catalán en la escuela franquista

Y en lo que se refiere a la educación, desde los años 60 – como recuerda José Piñeiro Maceiras- es posible el uso de las lenguas regionales en los centros de enseñanza Primaria y Secundaria, con base en las ponencias del Consejo Nacional del Movimiento (“La política en esta materia debe ser el reconocimiento del hecho idiomático y el estímulo de la ejercitación literaria y académica del idioma vernáculo, como factor que ponga de relieve la variedad dentro de la gran síntesis española”. IX Consejo Nacional de FET y de las JONS, 1961-1964). En 1960, los alumnos del Instituto de Enseñanza Media de Gerona organizan el I Certamen Literario Estudiantil, tanto en castellano como en catalán. En enero de 1967 la Diputación Provincial de Barcelona aprobaba la enseñanza del catalán en las escuelas y colegios de su competencia. Y el Ayuntamiento de la ciudad condal hacía otro tanto, en relación con sus escuelas municipales.

En 1970 se promulga la Ley General de Educación del ministro Villar Palasí, que recoge ya en su articulado la enseñanza obligatoria de las lenguas vernáculas en las etapas de Preescolar y Educación General Básica.  Decía su artículo 14.1 que la educación preescolar comprende juegos, actividades de lenguaje, incluida, en su caso, la lengua nativa…; y el artículo 17.1, añadía, en relación con la Educación General Básica: Las áreas de actividad educativa de este nivel comprenderán: el dominio del lenguaje mediante el estudio de la lengua nacional, el aprendizaje de una lengua extranjera, y el cultivo, en su caso, de la lengua nativa… La Ley preveía que la reforma habría de desplegarse en un plazo de diez años. La crisis económica de 1973, así como la oposición de ciertos sectores, provocó retrasos en la aplicación. Con todo, el 1 de julio de 1975, el Ministerio publicaba en el Boletín Oficial del Estado un decreto por el que se regulaba la incorporación de las “lenguas nativas” en los programas de los Centros de Educación Preescolar y General Básica, en desarrollo de la ley educativa del 70. Y el 15 de noviembre de 1975 se publica el decreto 2929/75 de 31 de octubre por el que se regula el uso de las lenguas regionales españolas, en el que se recoge: “Las lenguas regionales son patrimonio cultural de la Nación española y todas ellas tienen la consideración de lenguas nacionales. Su conocimiento y uso será amparado y protegido por la acción del Estado y demás Entidades y Corporaciones de Derecho Público (…) Las lenguas regionales podrán ser utilizadas por todos los medios de difusión de la palabra oral y escrita, y especialmente en los actos y reuniones de carácter cultural. Cinco días más tarde, la muerte de Franco interrumpe este proceso de incorporación paulatina de las lenguas regionales, dando paso a un cambio de régimen político por medio de una rápida transición a un estado homologable con las democracias de nuestro entorno. Para entonces, la izquierda española ya había asumido mayoritariamente los postulados del tradicionalismo, con su obsesión por los hechos diferenciales y las lenguas particulares, así como las falsedades históricas del separatismo. Pero esta ya es otra historia.

¿Hombres-lobo en el asedio de Lérida de 1647?

Una vez finalizó el segundo asedio francés de Lérida durante la guerra de los segadores; el gobernador Gregorio Brito, vencedor de los dos encuentros, recibió un requerimiento inesperado de la inquisición de Zaragoza. Al parecer, había llegado a oídos del santo oficio que el defensor de la antigua Ilerda se transformaba en lobo durante las noches para infiltrarse en las trincheras enemigas, inspeccionarlas y detectar sus puntos débiles para lanzar sus letales salidas al día siguiente. Ciertamente, en las filas francesas corrió el rumor de dichas apariciones al ser habitual ver seres parecidos a lobos husmeando en las trincheras durante la noche. La eficacia de las salidas de Brito, y la facilidad de este para escoger el momento y lugar adecuados, contribuyeron a apuntalar la leyenda.

En realidad, el supuesto caso de licantropía tenía una explicación lógica. Durante los combates, el general Brito desoyó una y otra vez las solicitudes de tregua para retirar los cuerpos del frente que se estaban acumulando desde que se inició el asalto el 27 de mayo. A mediados de junio, la acumulación de cadáveres en descomposición en los aproches de asalto franceses favoreció sin duda la proliferación de carroñeros. Entre ellos, los perros podían confundirse por lobos por la noche, y eso fue lo que probablemente atemorizó a los soldados galos.En cuanto a la sorprendente capacidad de Brito para atacar los puntos débiles en el momento más propicio se debía a la presencia de espías en el campamento del príncipe de Condé, de los cuales ha sobrevivido hasta nuestros días algunos de sus informes.

Pese a que una acusación de este tipo no era asunto de broma, Brito se tomo el incidente con bastante humor: “… me han querido pagar con dezir que soy echicero, y que de noche ando dentro de sus quarteles en figura de lovo, y esto con tal aprehensión, que dicen que los clérigos de Zaragoza preguntan sies verdad. La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hazer, porque el pasado fue de Ereje, este de Brujo, el otro como no sea de Puto; estos otros le harán tolerable”.(1)

(1) biblioteca Nacional, Ms 1000 folio 21

Terrorismo militar Austracista en Cataluña durante la guerra de Sucesión

El 25 de febrero de 1711 en una de las numerosas cartas de súplica que llegaron a la Generalitat desde los pueblos de la inmediata retaguardia a partir del verano de 1707, se describía en respuesta a un requerimiento real recibido tres días antes, uno de los acostumbrados incidentes y abusos padecidos por los civiles catalanes por parte de tropas Austracistas. En él describe cómo funcionaba el pillaje a pequeña escala en territorio “amigo”. 19 soldados se presentaron en la casa de Andreu del Mas de Sant Esteve de Palautordera a incautar paja; al no encontrar nada (una compañía de su mismo regimiento se les había adelantado) le quemaron el pajar. Ese mismo día, otros soldados del mismo regimiento saquearon la casa llamada “Del bon amich” del mismo municipio, entrando por la ventana y robando a sus propietarios todo cuanto tenían. Otra escuadra de la misma unidad, esta vez acompañada de dragones reales, entraron en la casa “Leget del mas”, “degollando y llevándose 10 tocinos, tres corderos, todas las gallinas y lo demás que había en la casa”. Después de la demostración de fuerza, obligaron al resto de la vecindad a entregar dinero, trigo y otros granos “cometent altres excesos com si fossen tropas enemigas”.

El historiador John Lynn los definió como “ejércitos depredadores”

El término “terrorismo militar” viene siendo usado extensamente para definir los abusos perpetrados por el ejército borbónico en Catalunya durante la fase final de la guerra de Sucesión. Dentro de la campaña del Tricentenario en artículos, libros y exposiciones, el asunto de la represión ejercida por los militares franco-españoles se trata con profusión. Incendios de poblaciones, saqueos, pillaje, asesinatos, violaciones… en toda Cataluña se sucedieron incidentes gravísimos de los que no hay  duda alguna  en cuanto a  su veracidad.

Ciertamente, esos sucesos son mostrados como una prueba más de la brutalidad borbónica contra los catalanes y sus instituciones. Y es aquí donde una verdad indiscutible como hecho, pasa a serlo en su explicación, sobre todo cuando comprobamos que lo que parece excepcional era habitual en el contexto bélico europeo de los siglos XV al XVIII.

Tropas francesas asaltan Alcalá
Tropas francesas asaltan Alcalá. Grabado 1808

Con el nacimiento de los nuevos Estados europeos a principios del Renacimiento, sus costes militares estaban muy por encima de las posibilidades de sus magras finanzas. Ejércitos cada vez mayores, recorrían los escenarios del viejo continente seguidos de una legión de no combatientes. Grandes grupos de veinte o treinta mil personas se desplazaban sin tener garantizado el avituallamiento, teniendo que vivir sobre el terreno para subsistir, arrasando a su paso comarcas enteras fueran amigas o no. El historiador John Lynn los definió como “ejércitos depredadores” y en la reciente obra de Lauro Martines, Un tiempo de guerra, publicado por la editorial Crítica en 2013, como “ciudades ambulantes y moribundas”. En dicha obra, el panorama de saqueo y destrucción sistemático que padeció el campesinado europeo es analizado y descrito con rigurosidad. De hecho, basa sus hipótesis enumerando diferentes tipos de abusos a través de incidentes padecidos por soldados, ciudadanos y campesinos tanto en las guerras italianas del siglo XV, la guerra de los treinta años, la guerra Hispano-holandesa, las guerras de religión francesas en los siglos XVI y XVII, la guerra de los nueve años e incluso la guerra de Sucesión en sus diversos frentes. Los hechos descritos, son calcados a los padecidos en Cataluña en 1714, por lo que todos los indicios apuntan que los motivos que generaron los execrables sucesos durante ese año, tuvieron más que ver con la forma habitual de hacer la guerra por aquel entonces, que con una voluntad inequívoca por parte de Felipe V de hacer política de tierra quemada en el Principado.

Sí todos los ejércitos de Europa cometían abusos, ¿Cuál fue el comportamiento de los ejércitos del Archiduque Carlos en Cataluña?

Partiendo de la hipótesis que los abusos militares borbónicos en 1714 no se trataron de un hecho único y excepcional, sino común y habitual; la siguiente pregunta a plantearse es casi inevitable. Sí todos los ejércitos de Europa cometían abusos, ¿Cuál fue el comportamiento de los ejércitos del Archiduque Carlos en Cataluña?

Utilizando un método de análisis hipotético deductivo, resulta convincente partir de la hipótesis que hicieron exactamente lo mismo que todos, y si el desencadenante del expolio de las fuerzas armadas sobre los campesinos fue la falta de financiación por parte del Estado, la siguiente sospecha recae sobre el comportamiento del ejército irregular catalán del Archiduque, los fusileros de montaña o migueletes. Estas unidades aún recibían menos del monarca que sus compañeros reglados, por lo que si la teoría cuya ecuación consiste en que la  necesidad de poseer un ejército sin posibilidad de mantenerlo, sumada a la relajación de la disciplina por falta de mandos, es igual a abusos sobre el campesinado, unas unidades irregulares como los migueletes, con nula financiación y con apenas oficialidad, tuvieron que resultar una verdadera plaga sobre el campesinado catalán.

Con este fin, he analizado básicamente dos grupos de fuentes diferentes: Súplicas enviadas a la Generalitat durante la guerra quejándose de abusos militares y exhortaciones enviadas a la Corona a través del Consejo de Estado Mayor del Ejército Aliado conservadas en los fondos documentales del Archiduque Carlos.

Después de haber consultado algo más de dos centenas de demandas, en ellas he podido apreciar cómo se repiten los mismos tipos de incidentes descritos por investigadores como Lynn, Martines o Elliot. Básicamente, podemos distinguir los siguientes tipos de abusos, cometidos en su mayoría sobre campesinos.

Los alojamientos

La inexistencia de cuarteles donde alojar soldados durante la pausa invernal y la falta de recursos para mantenerlos, tuvo como consecuencia la elaboración por parte de los Estados europeos de una legislación que obligaba a los civiles a mantener un número determinado de militares en sus casas garantizándoles pan, cama, leña para ellos y paja para sus caballos. Todas estas leyes se parecían, y todas eran sistemáticamente incumplidas una y otra vez. Por ejemplo, es habitual en las suplicas enviadas a la Generalitat por los pueblos que tenían soldados alojados, encontrarse el ruego de cumplimiento del capítulo 107 de las Constituciones referente a los alojamientos. Dicho capítulo era menos oneroso de lo habitual, aunque a la hora de la verdad quedó en papel mojado, ya que simplemente no se cumplía, no existiendo ni  voluntad ni capacidad  por parte de las autoridades para imponer su acatamiento, como queda patente en la respuesta dictada en veinte y seis de septiembre de 1708 por el rey Carlos a las quejas al respecto:

Y no menos que os desvelareis en alentar los naturales en que procuren en lo posible despreciar con la tolerancia aquellos acontecimientos que suele contraer la guerra…” (Sans i Travé, JM., Op.Cit. pág. 928.)

Si los alojados eran migueletes la situación era mucho peor a tenor de los testimonios que nos han llegado. En 1707, Aleix Ribalta, payés de Anglesola, afirmaba que “… y aquells homens, ques levantaren en lo any 1705 en títol de Miquelets pararen en lladres, y estos eren los que feian mes mal en lo pahís.”  Un año después, una carta al rey escrita por varios alcaldes leridanos es un claro exponente del comportamiento de dichas unidades:

Callot, Miserias de la guerra
Jacques Callot. “La maraude” (La redada). Les Grandes Miseres de la guerre. Grabado.
Súplica al Rey Carlos III, 5 de diciembre de 1708

“Sindicos de La Granadella, Llardacans, Mayals, Almatret, Juncosa, Bobera, Los Forns, La Palma, La torre del Español, Cabases, La Figuera, La Vilella, Margalef, la Bisbal y todo su vezindado, en nombre de sus universidades viene a presentar que después de haber servido a VM a alojar diferentes veces las tropas cuidando de su manutención no obstante haber padecido de diferentes sujetos a sequestrar de cuantos granos encontraron en estas villas y lugares y haver asi mismo pasado por los vigores y saqueos  del enemigo y expuestos hoy a esta contingencia por estar a cara de él, se ven en último exterminio y previsados de no tolerar más los fusileros comandados por el coronel Prats, otras compañías sueltas de migueletes y una de caballos voluntarios comandada por D. Josep Antonet, Bayle de Seros, los quales han hecho hasta el dia de hoy tales estragos que referidos todos, sería ofender los reales oídos de SM sin excepción de sujetos, ni eclesiásticos, jurados bayles y demás personas que discurren haberles quedado algo, y con este motivo sin que el mayor y más grave, pasando a violentar las mujeres sacándolas del lado de sus maridos. Por lo que suplicamos a VM se sirva mandar poner remedio mas conveniente y propio del católico zelo y real clemencia de VM.” (Archivo Historico Nacional. Legajo 989 folios del 297 al 300)

Cabe decir que no conocemos si se castigó o no al alcalde de Serós por los crímenes citados, pero si sabemos que el coronel Prats continuó sirviendo en el ejército austracista llegando incluso a formar parte de las Reales Guardias Catalanas.

El fracaso en las negociaciones entre Generalitat y el Archiduque con el fin de convertir en 1706 las unidades irregulares en Regimientos reglados tuvo consecuencias desastrosas. Se llegó a un acuerdo de compromiso donde el rey se obligaba a aportar un pan de munición por día y miguelete,  cayendo el resto de gastos en sus consistorios locales. Esta decisión provocó un autentico vacío legal que por un lado no garantizaba el avituallamiento de la tropa irregular y por el otro les concedía vía libre para tomar cuanto quisieran de unos municipios indefensos y arruinados por la guerra.

Las contribuciones

El término “contribución de guerra” es realmente un eufemismo, ya que no se trata de un impuesto corriente sino de un expolio forzado. Existían varias formas de forzar al cobro de contribuciones. El método habitual consistía en la aparición de una columna de caballería en una población o en una masía. A veces, acompañaban a un asentista o contratista militar que era el encargado de proveer de vituallas al ejército.  En el mejor de los casos, se pactaba con el alcalde o el masovero una cantidad de vituallas que serían entregadas en un plazo no superior a un día. En caso de oponerse, lo habitual era amenazarle que si no entregaba lo solicitado por las buenas,  se dejaría vía libre a la tropa para que tomara cuanto quisiese. A veces, si se contaba con suficiente dinero en efectivo, se podía sobornar al oficial de turno para evitar la entrega de grano, pero no era habitual. Una vez cargado el género, se entregaba un recibo y/o pagaré a cuenta de lo incautado que rara vez se cobraba.

Este era el método de cobro de contribuciones menos dañino. En el procedimiento siguiente, la dinámica es la misma, pero sin entrega del recibo. Cuando este era reclamado, lo normal era propinar al demandante una paliza tras acusarle de desafección a la causa, tal como se describe en una súplica enviada a la Generalitat el 27 de febrero de 1708 desde Bellpuig sobre los abusos padecidos a manos de una unidad húngara.

“… el pedirse la referida justificación a los mencionados úngares sobre negarse la concesión, es aun más agria la respuesta, tratando de gavatxos y malafectos a sus antenotados moradores. Lo que ha precisado y al consejo a resolver de dexar sus casas, caso de continuarse estos excesos”. (Sans i Travé, J.M.; Dietaris de la Generalitat, Vol. X, anys 1701 a 1713. Gencat, Dept.Presidència 2007. Pág. 880.)

En el peor de los casos, con la excusa del cobro de la contribución de guerra se pasaba directamente al saqueo indiscriminado. Durante el asedio de Lérida en 1707, la caballería austracista, portugueses y húngaros sobre todo, diezmaron las reservas de grano en decenas de kilómetros a la redonda en competencia directa con las partidas borbónicas que estaban haciendo lo mismo.

Además del robo de grano, las necesidades de forraje y paja para los caballos en ejércitos de miles de animales eran abrumadoras. Las columnas de forrajeadores saquearon las reservas destinadas al ganado local, aunque de poco servían ya que el ganado también acababa en sus redes. Otro problema grave era el de la leña en invierno. Muchas de las quejas se refieren a la tala de frutales por los soldados para calentarse. En la Seu de Urgell, el Regimiento de la Generalitat  se dedico en 1708 a talar los árboles pese a las quejas de los afectados. (Sans i Travé, Op.Cit. Pág.880.)

Las necesidades de leña, no se limitaban a la tala indiscriminada. Puertas, muebles, marcos de ventanas, toda la madera disponible acababa quemándose en los hogares para calentar a la tropa. Recordando siempre, que una localidad con alojados podía triplicar sin problemas su población habitual, con todos los problemas logísticos que ello supone en economías con pocos excedentes como las de Edad Moderna.

Los saqueos

Aparte de los pillajes de baja intensidad y de las contribuciones forzadas, el saqueo suponía una vía de financiación extra para los soldados, y una oportunidad de enriquecimiento rápido de oficiales sin escrúpulos y asentistas privados. Existían una serie de normas implícitas que marcaban las pautas de cuándo y cómo se podía saquear una plaza. En la práctica, la decisión de saquear se tomaba según las necesidades del momento. Un caso claro lo representa el primer saqueo organizado en Cataluña durante la Guerra. El uno de abril de 1706, una columna aliada salida de Lérida para socorrer la asediada Barcelona se detuvo ante Cervera. La ciudad, que había mostrado claras evidencias de fidelidad a la causa borbónica se encontraba desguarnecida, con su regimiento combatiendo en la capital en las filas del rey Felipe. Dadas las circunstancias, decidieron no defenderse y propusieron el pago de una indemnización para evitar el saqueo. Fue en vano, las presiones de los caballeros catalanes presentes en la columna convencieron a su comandante, el  Príncipe Enrique de Hesse que era preferible castigar ejemplarmente la ciudad y de paso, obtener pingües beneficios. Ordenó abrir una brecha en la muralla simulando una entrada triunfal tras una inexistente defensa. Luego empezó el saco que duró cuatro días. El sistema habitual de saqueo consistía no solamente en el robo indiscriminado o las palizas para sonsacar a los lugareños, violaciones y asesinatos. Existía todo un sistema organizado de desvalijamiento. Fuera de las ciudades se establecían los comerciantes y asentistas que pagaban al contado y a bajo coste lo que les iban trayendo los soldados.  En el caso de Cervera, los bienes robados se vendieron por toda Cataluña. Según  Francesc Castellví, los carros cargados de enseres llegaron hasta Tarragona. (Castellví, Francesc; Narraciones Históricas, Vol.II, Págs. 80-83.)

Batalla y pillaje
Pillaje en una ciudad

Palizas y asesinatos

Como vemos,  la extorsión y robo de bienes venían acompañados en ocasiones de agresiones físicas con el fin de amedrentar a los campesinos o simplemente, por diversión. Hemos hablado del comportamiento de los jinetes húngaros en Bellpuig o de los migueletes de Prats en Lérida,  pero lejos de tratarse de un hecho aislado, sólo en el periodo que va desde el 28 de septiembre de 1707 al 12 de mayo de 1709, en los dietarios de la Generalitat constan quejas por incidentes del mismo tipo en Sant Feliu de Pallerols, Vall d’Hostoles, Abadiato de Labaix, Vall de Bohí, Capdella, Collecta de Labat, Condado de Eril, Baronía de Pervás, Pont de Suert y Talarn. Evidentemente estos incidentes tan sólo suponen la punta del iceberg, ya que las fuentes estudiadas son aún escasas. Por ejemplo, tenemos constancia del asesinato en Ortoneda de un campesino sin motivos aparentes por un granadero del Regimiento del Conde de Taaf, en fecha anterior a agosto de 1712. (AHN. ESTADO, Libro 1000, fol. 203.)

Violaciones

En la reveladora carta citada anteriormente, vemos como catorce alcaldes deciden enviar una carta conjunta de queja por los agravios padecidos a causa de un alcalde vecino, el de Serós,  y por el coronel Prats, oriundo de Arbeca, localidad cercana a la zona expoliada. Es decir, que los abusos cometidos por los fusileros de montaña recaían sobre sus vecinos y conocidos a pesar de declararse abiertamente austracistas. En los “Dietaris de la Generalitat”, algunos alcaldes encuentran el coraje para quejarse de este tipo de crímenes, como los de Palagalls, Moncortés, Canós, Aranyó, Cardosa, Tárrega y Agramunt, cometidos por unidades regladas del Archiduque entre los meses de octubre y noviembre de 1708. (Sans i Travé, Op. Cit. 931-934).

Saqueo, Goya
Goya, Los desastres de la guerra

Secuestro de bienes

Una de las primeras decisiones del Archiduque una vez tomó Barcelona en noviembre de 1705, fue la creación de La Junta de Secuestros y Confiscaciones en el Principado de Cataluña, siguiéndole otras en Aragón y Valencia. Con ello, pretendía gestionar  los bienes incautados a los catalanes borbónicos y así, nutrir sus exiguas arcas para poder continuar la guerra. Aunque el tema de los secuestros austracistas sobre catalanes está poco estudiado, resulta interesante encontrarse suplicantes de clases modestas, que por motivos más bien arbitrarios vieron como se les embargaba su patrimonio. En una súplica fechada el 12 de septiembre de 1712, María Magdalena Gil, viuda y natural de Tarragona, se lamentaba del apropio de una finca situada cerca de las murallas de Tarragona valorada en 500 libras con la excusa de ser necesaria para la defensa, sin haber cobrado indemnización alguna y a pesar de haber padecido saqueo de sus campos “…una vez las tropas enemigas y dos las de VMG”.  Por otro lado, Josep de Pedrals, de la villa de Bagá, pide la reintegración de sus bienes incautados en la Cerdanya por “…el odio que el veguer de Berga tenía con él” y eso pese haber servido fielmente a la causa austriaca. Caso más curioso es del soldado veterano Pablo de Pujades, que al volver a sus propiedades de Torrent y Fontclara en 1712 después de siete años de servicio, las encontró confiscadas, aprovechando los voraces agentes del archiduque que su madre se hallaba dentro de Gerona, ocupada por los borbónicos en esos momentos. (AHN. ESTADO, legajo 8694.)

Respecto a las clases dirigentes, los saqueos primero y secuestros de bienes después fueron casi automáticos con la caída de la ciudad en manos del Archiduque en 1705. Que sepamos, sufrieron saqueo de sus casas el doctor Serra, que acabó en prisión; las de los miembros de la Real Audiencia Bonaventura de Tristany Bofill i Benach y Francesc de Verthamon, (muerto poco después por la paliza recibida durante el saco), la del catedrático de derecho civil de la Universidad Josep d’Alòs i de Ferrer, con su casa de Sarrià incendiada. También sufrió saqueo la casa de Honorat de Pallejà, la del abogado Jaume Artau, la de comerciante Josep Antic y la del Marqués de Castellmeià, Francesc de Junyent.

La lista sin duda es mayor, y buena parte de la oligarquía borbónica catalana tuvo que emprender el camino del exilio con sus bienes y rentas confiscadas por el Archiduque. (Porta i Bergueda, Antoni, La victoria catalana de 1705. Pags 563-565.)

Refugiados de guerra

Una de las consecuencias inevitables de la inseguridad generada por los abusos reiterados de las tropas austracistas en territorio afecto, junto a las correrías de las unidades borbónicas en la retaguardia enemiga, fue el  éxodo masivo hacia los bosques huyendo de la guerra.  En una súplica recibida en el Palau de la Generalitat el lunes, dos de abril de 1708 desde la villa de Tárrega, los regidores avisan “…como por instantes va perdiendo y aniquilando aquel común y sus particulares por el crecido alojamiento de caballería en que se halla. Y circunstancias con que lo padece, siendo ya mucho más de 100 familias las que han desertado, y cada día va experimentando van haziendo otras lo mesmo.” (Sans i Travé, Op.Cit 888).

El fenómeno del abandono del campo, padecido ya durante la guerra de los Segadores de 1640 a 1659, volvió a producirse durante la guerra de Sucesión con idéntica virulencia llegándose a abandonar poblaciones enteras durante décadas. En prácticamente todos los casos de abusos citados, se habla de éxodo masivo hacia las montañas o hacia Barcelona huyendo no de los combates, sino de los abusos de las tropas acantonadas.

Bombardeos

El bombardeo sobre objetivos civiles con el ánimo de causar terror en la retaguardia enemiga no es un fenómeno nuevo. La aparición de la artillería de tiro parabólico con proyectil explosivo durante el siglo SVI y la proliferación de su uso en el XVII, empezaron a hacer habituales los bombardeos sobre viviendas y edificios sin valor militar para dañar la moral enemiga. Durante la guerra de Sucesión también se dieron lugar en el frente catalán y los primeros en hacer uso fueron los aliados austriacistas en el bombardeo de Barcelona de 1705 para minar la moral y causar destrozos en vidas y haciendas de los defensores. Según Castellví, sólo el dia 16 de octubre cayeron 300 bombas sobre la ciudad causando 12 víctimas mortales y grandes destrozos en edificios incluyento la sala de conferencias del Palacio de la Generalitat y siendo una de las víctimas mortales el diputado eclesiástico Francisco de Valls y Freixa, que era por aquel entonces el principal responsable de la institución. (Castellví, F., Narraciones Historicas. Vol.I, p. 539)

Conclusiones

Como vemos, el grueso de la población campesina catalana, sobre todo la de las comarcas agrícolamente más ricas como el Urgel o la Segarra, se convirtió en proveedora forzada  y coaccionada de alimento, alojamiento, lumbre, forraje y sexo de los ejércitos de ambos bandos, incluidos los migueletes, que lejos de ser el referente romántico presentado por parte de la historiografía generada durante el Tricentenari, fueron padecidos como una auténtica pesadilla por los civiles catalanes.  Cataluña no fue en absoluto una excepción a la regla en cuanto al comportamiento de las unidades militares con la población civil durante el Antiguo Régimen y de hecho, la relación de los abusos cometidos por uno de los bandos desde un análisis presentista, distorsiona la magnitud real de los hechos.

Los abusos militares fueron más un problema social enquistado en la Europa de entonces que una herramienta de sometimiento por parte del Estado sobre una provincia rebelde. Evidentemente que existió represión por ambos bandos sobre los elementos disidentes, pero se ha de delimitar muy bien lo que fueron abusos incontrolados y propios del ecosistema bélico de la época, de lo que fue represión política pura y dura.

Sin duda, podríamos enmarcar en ámbito  punitivo los secuestros, confiscaciones de bienes y las quemas de propiedades, pero aquí también podemos comprobar que ambos bandos hicieron uso de este tipo de castigo para escarmentar a los opositores, financiarse y premiar a los afectos.

En definitiva, los civiles fueron las víctimas potenciales del conflicto sin importar el bando al cual pertenecían y los represaliados políticos por ambos bandos fueron porcentualmente pocos comparada con la magnitud del desastre humanitario que significó el conflicto en si sobre buena parte de la población catalana.

 

Karl Marx y el Carlismo: Reflexiones reales o ficticias

Introducción

Que existen unas palabras presuntamente escritas por Karl Marx con respecto al Carlismo es un hecho consabido y constatado por todos. Que algunos han abusado de ellas, también. En qué justa medida Marx habló sobre el Carlismo y porqué lo hizo. A estas preguntas daremos contestación en éste artículo, al igual que averiguaremos si realmente Marx escribió lo que se le atribuye.

El origen del conocimiento de las palabras de Marx se la debemos a Jesús Evaristo Casariego que el 11 de mayo de 1961, en el diario ABC, publicó un artículo titulado: Don Carlos Marx y la historia de España e Hispanoamericana. El mismo autor, bajo el seudónimo de Sagitarius, publicó un nuevo artículo en la revista Tradición con el título: El Carlismo según Carlos Marx¹. Su trascripción es la que a continuación detallamos:

El carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales.

(1) Tradición. Revista Política Mensual. Literatura, Historia y Arte. Número 19. Mayo-Junio 1961. Pág. 36.

Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la revolución francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los fueros y las [cartes](2) legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.

No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la historia. Esos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder.

En Francia lo fueron los bretones y en España de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos.

El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados, que en la mayoría de los casos, pasaban con cabeza francesa o traducían -embrollando- de Alemania.

No hemos podido comprobar la veracidad y exactitud de esta traducción. Sin embargo el artículo de Sagitarius continúa con estas palabras: Carlos Marx  en la “Nueva Gaceta Renana” de 1849 y en el “New York Daily Tribune” de 1854. Véase el artículo en “ABC” con la firma de J. E. Casariego bajo el título de “Don Carlos Marx y la Historia de España e Hispanoamérica”.

(2) Jaime del Burgo se da cuenta del error de imprenta y cambia cartes por cartas. Ninguna de las dos tiene sentido. Tiene que leerse cortes legítimas y no cartas o cartes legítimas.

Brindamos la lección a los secuaces del santón socialista, a pesar de que dudamos que la aprendan dado lo cerrado de su mollera. Lo mismo hemos de decir de ciertos historiadores que a pesar de llamarse españoles y considerarse ultramodernos continúan haciendo historia con la copia ramplona de “los historiadores liberales bien pagados” cuya falsedad proclamó Carlos Marx hace más de un siglo.

O de algunos intelectuales que siguen pensando con “cabeza francesa” o antiespañola, que es lo mismo que anticarlista.

Hasta aquí el artículo publicado en Tradición por el eminente periodista escritor e historiador carlista Jesús Evaristo Casariego Fernández. Jaime del Burgo se hizo eco del artículo de Casariego y trascribió parte de él(3).

Interpretaciones posteriores

Las palabras de Karl Marx fueron reutilizadas por la camarilla de Carlos Hugo de Borbón-Parma. Hemos escogido a dos miembros de ésta camarilla: María Teresa de Borbón-Parma y Josep Carles Clemente.

María Teresa de Borbón-Parma en La clarificación ideológica del Partido Carlista escribe: Carlos Marx, en 1849, decía del Carlismo en su libro La Revolución Española, traducido por Andrés Nin(4). Y a continuación transcribe lo que hemos incluido en la introducción. Sin embargo, en lectura de los dos textos encontramos sutiles diferencias. El párrafo plagiado por papanatas, es modificado por plagiado de papanatas. El párrafo las de los fueros y las cartes legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal, es modificado por Las de los Fueros y las Cortes legítimas que fueron pisoteadas por el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal. Como podemos ver, corrige el error cometido por Casariego en ABC y Tradición. El párrafo Esos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder, no aparece en la trascripción y, en su lugar añade (…). Finalmente, el párrafo la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados, que en la mayoría de los casos, pasaban con cabeza francesa o traducían -embrollando- de Alemania, es modificado por la aristocracia latifundista y los intereses secularizados, que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían, embrollando, de Alemania(5).

(3) BURGO, Jaime del: Bibliografía del siglo XIX. Guerras Carlistas. Luchas Políticas. Segunda edición. Pamplona, 1978. Pág. 633.
(4)
MARX, Kart: La Revolución Española. Traducido por Andrés Nin. Editorial Iberoamericana de Publicaciones. (Madrid, 1929).
(5) BORBÓN-PARMA, María Teresa: La clarificación ideológica del Partido Carlista. Editorial EASA. (Madrid, 1979). Págs. 37-38.

Josep Carles Clemente en Los orígenes del Carlismo, capítulo 2, subtitula una de sus secciones: Una opinión de Karl Marx sobre el Carlismo. Antes de transcribir el fragmento escribe: Apuntada la posición popular, vista la voluntad de vocación “socialista”, dibujado el horizonte revolucionario del Partido Carlista especialmente en los momentos actuales, es significativo y de una perspectiva mucho más seria y profunda recurrir, por ejemplo, a testimonios lejanos en que la polémica entre carlismo y liberalismo era más viva y más dura. Tenemos más de uno de estos testimonios del pasado siglo. Y vamos a escoger el de un extranjero insigne por muchos títulos. Concretamente el de Marx(6). Como en el caso anterior, la cita de Nin es la misma aunque en la bibliografía introduce una variante. Esta variante la tendremos en cuenta al hablar de las palabras de Karl Marx. Como en el caso anterior, la trascripción es idéntica, con las mismas modificaciones y alusiones. No nos debe extrañar pues, ambos libros fueron publicados el mismo año. Con posterioridad -siguiendo su tónica- Clemente refundió y repitió el mismo párrafo en sucesivos libros(7).

Una última cita, que nada tiene a ver con la camarilla, es la ofrecida por Josep Pla que, en Notes del capvesprol, incluye un breve escrito titulado: Sobre Kart Marx i el tradicionalismo carlí. Existe alguna pequeña variación con respecto a los anteriores ejemplos pero, en general, es la misma versión que la de Maria Teresa de Borbón-Parma y Josep Carles Clemente. Pla no afirma haber leído la traducción de Andrés Nin, sino que copia lo publicado en la prensa barcelonesa. A la reseña añade el siguiente comentario: Aquest text de Marx és exacte.  Farà rodar el cap a molta gent,  però és exactíssim.  Marx s’ha de llegir,  siguin quins siguin els prejudicis personals i inevitables que hom tingui.  De vegades ho encerta com cap observador del seu temps.  El catalanisme! He utilitzat rares vegades aquesta paraula,  perquè no m’han agradat mai les coses hiperbòliques.  Dient-nos catalans em sembla que en tenim prou.  Ara,  aquest país tan petit i tan pobre posseeix dues fonts que rajaran sempre: primer la font del tradicionalisme històric del país.  Tot el catalanisme polític d’aquests últims decennis prové del tradicionalisme,  i després hi ha una altra font: els errors centralitzadors d’Espanya,  produïts per mentalitats franceses,  de la Revolució francesa o de Napoleó: Godoy,  Floridablanca,  Aranda,  Mendizàbal,  Salamanca i tants i tants més.  Aquests homes han desvirtuat Espanya,  han destruït les arrels d’una Espanya complexa,  que és el que és.  Els anomenats liberals espanyols –que,  per altra part,  no ho eren– han estat horribles.  Han destruït la tradició,  la vida libèrrima,  per què? Per a la construcció dels ferrocarrils regalats a Rothschild de París? Ara,  en tot cas,  la situació és aquesta.  Després d’aquesta ruptura,  les dificultats d’aquesta península han estat immenses,  vull dir en l’espai que vivim.  Les dificultats són permanents i arriben en als nostres dies.  Fa falta un estudi seriós sobre el liberalisme i deixar d’una vegada de jugar amb les paraules.  Molta gent que es diu liberal són uns purs demagogs i no coneixen la història.  Tot aquest llarg període s’hauria d’estudiar tan a fons com calgués,  i amb un esperit desproveït d’hipocresia.  Lector infatigable de les coses del segle passat i dels immediatament anteriors,  em penso que no s’ha fet.  Seria molt important,  decisiu,  de fer-ho.

Sobre la reseña de Karl Marx

Según Casariego la cita de Kart Marx fue publicada en 1849 en Neue Rheinische Zeitung (Nueva Gaceta Renana) y en 1854 en New York Daily Tribune. La Nueva Gaceta Renana fue fundada por Kart Marx y Friedrich Engels en Colonia. Apareció el 1 de junio de 1848 y dejó de publicarse el 19 de mayo de 1849. A parte de Marx y Engels participaron en la empresa editorial: Heinrich Burgers, Ernst Dronke, Georg Weerth, Ferdinand Wolf y Wilhelm Wolf. El número total de artículos publicados por Marx y Engels es de 449. La colaboración de Marx y Engels en New York Daily Tribune se extendió del 21 de agosto de 1852 al 15 de febrero de 1861. En total publicaron 456 artículos. Una vez conocemos el número de artículos publicados se nos ocurren varias preguntas.

¿Hablan de España en estos artículos?

En la Nueva Gaceta Renana ni Marx ni Engels hablan sobre el Carlismo o, en su defecto, sobre España. El tema central de sus comentarios es la revolución que sufría Europa, también conocida como Revolución de 1848. En el período que comprende los años 1848 a 1849 esclataron varias revoluciones en Europa. Se levantaron en armas: Milán, Nápoles, Venecia, Roma, Berlín, Viena, Praga, Budapest y Francia. En Italia dio comienzo a la primera guerra de la independencia; y en Francia se estableció la II República después del período marcado por un carismático personaje llamado Napoleón Bonaparte.

Recordemos que España no estuvo inmersa en dicha revolución, pero sí en una guerra civil. El periodo que comprende los años 1846 a 1849 se desarrolló la segunda guerra carlista o guerra de los Matiners. Karl Marx no se interesó por éste alzamiento militar ni por España y, por lo tanto, parece lógico que en la Nueva Gaceta Renana no aparezca ninguna referencia sobre España o sobre el Carlismo.

No ocurre lo mismo con el New York Daily Tribune. Marx empezó a estudiar castellano en 1852 y, es a partir de ese momento cuando se interesó no sólo por España sino por su masa social. Fruto de éste interés son los siguientes artículos aparecidos en el diario neoyorquino: The Details of the Insurrection at Madrid – The Austro-Prussian Summons – The new Austrian Loan – Wallachia, 21 de julio de 1954; Excitement in Italy – The Events in Spain – The Position of the German States – British Magistrates, 28 de julio de 1854; The Spanish Revolution – Greece and Turkey, 4 de agosto de 1854; Espartero, 19 de agosto de 1854; Evacuation of the Danubian Principalities – The Events in Spain – A New Danish Constitution – The Chartists, 21 de agosto de 1854; Evacuation of Moldavia and Wallachia – Poland – Demands of the Spanish People, 25 de agosto de 1854; The Eastern Question – The Revolution in Spain – The Madrid Press, 1 de septiembre de 1854; Revolution in Spain – Bomarsund, 4 de septiembre de 1854; Revolutionary Spain; 9 de septiembre de 1854; The Reaction in Spain, 16 de septiembre de 1854; The Rumours about Mazzini’s Arrest – The Austrian Compulsory Loan – Spain – The Situation in Wallachia, 30 de septiembre de 1854; The Actions of the Allied Fleet – The Situation in the Danubian Principalities – Spain – British Foreign Trade, 2 de octubre de 1854; Revolution in Spain, 8 de agosto de 1855; Revolution in Spain, 18 de agosto de 1855. Así pues, teniendo en cuenta el elevado número de artículos publicados por Marx sobre España, no nos será difícil localizar el fragmento que Jesús Evaristo Casariego le atribuyó en el artículo publicado en ABC y Tradición. Sin embargo, antes de pasar al fragmento, continuemos con las preguntas.

¿Qué artículos tradujo Andrés Nin?

En el libro anteriormente referido de Andrés Nin, éste tradujo sólo 9 artículos bajo el título de La Revolución Española. Los artículos traducidos fueron: Examen de la historia revolucionaria de España antes del diecinueveavo siglo; Expulsión del Bonaparte y restauración de la corona española; Las disensiones entre las juntas provinciales; El consejo real (Consejo verdadero) y la inquisición (Santo Oficio); Guerra de Guerrillas; Cortes extraordinarias adopta la constitución Jacobina; La decepción de las masas; La revolución de 1820; La tormenta que se acerca.

¿De qué tratan estos artículos?

Karl Marx, en la colección de artículos traducidos por Nin, observó todos los síntomas del movimiento revolucionario europeo y se centró en los acontecimientos sucedidos, en España, en verano de 1854. Recapitulemos. El 7 de julio de 1854 se proclamó el manifiesto de Manzanares, el cual dio paso al Bienio Progresista encabezado por Espartero y O’Donnell. El origen de la proclamación fue el golpe de estado protagonizado por Leopoldo O’Donnell, en Vicálvaro, el 28 de junio de 1854. Éste golpe de estado, que acabó con el Bienio Progresista, es conocido como Vicalvarada.

En los artículos publicados en New York Daily Tribune, Marx realizó un estudio detallado de los acontecimientos revolucionarios acaecidos en España desde la primera mitad del siglo XIX. Con ello pretendió conocer mejor el carácter y las características específicas de la nueva revolución española. Así, sus estudios se centraron en las revoluciones de 1808-1814, 1820-1823, y 1834-1843. Marx llegó a la conclusión que la lucha revolucionaria en España podría proporcionar un estímulo para el desarrollo del movimiento revolucionario en otros países europeos. Tengamos en cuenta, como anteriormente hemos dicho, que la revolución de 1848 había fracasado. Marx vio en España la posibilidad de una nueva revolución global europea. De los nueve artículos escritos sobre la revolución española, el New York Daily Tribune sólo publicó los seis primeros, los restantes fueron publicados, con posterioridad, en monografías dedicadas al pensamiento de Marx sobre la revolución en España.

¿Repitió el título de algún artículo?

Según Casariego Marx publicó el fragmento que centra la investigación de éste artículo en 1849 y, con posterioridad, en 1854. Teniendo en cuenta esto, y cotejando los artículos publicados en ambas publicaciones, sería muy fácil comprobar esta repetición. Pues bien, como ya hemos dicho, en la Nueva Revista Renana no se menciona ni a España ni al Carlismo. Tampoco existe correlación entre unos y otros. Por lo tanto, el fragmento no se publicó en 1849 y, posteriormente, en 1854. Por lo tanto, Marx no lo repitió en la edición inglesa.

¿Dónde aparece éste fragmento?

Sería lógico pensar que, en los nueve artículos aparecidos y centrados en la revolución española de 1854, Marx incluyera dicho fragmento. Es lo más sensato. Con lo cual el desliz de Casariego seria de publicación y de año. Un desliz importante pero, no insalvable. Pues bien, en ninguno de esos nueve artículos aparece el fragmento reseñado al principio de éste artículo. Entonces, ¿quién escribió dicho fragmento?

Era lógico pensar que lo escribió Marx. Aunque, después del error de la fecha, se ponía poner en tela de juicio la veracidad del artículo firmado por Casariego en Tradición. Al comentar la reseña incluida por Clemente en su libro hemos dicho que introduce una variante con respecto a la reseña de María Teresa de Borbón-Parma. La variante estriba en que Clemente incluye los nombres de Karl Marx y Friedrich Engels. Esto nos lleva a hacernos la siguiente pregunta: ¿y sí Marx nunca escribió esas palabras? ¿pudo ser un error de Casariego y vinculó las palabras de Engels atribuyéndoselas a Marx?

Es una hipótesis que no podíamos descartar. Por la cual cosa se han cotejado todos los artículos de Marx y Engels publicados en la Nueva Gaceta Renana con el fragmento incluido en el artículo aparecido en la revista Tradición. El resultado ha sido positivo. Efectivamente el texto existe. Mejor dicho, parte del texto fue publicado. El 13 de enero de 1849 se insertó un artículo titulado The Magyar Struggle (La lucha magiar o húngara) que, en la versión alemana se tituló Der magyarische kampf. En el anexo hemos incluido la versión completa del artículo. Aquí sólo insertaremos el fragmento que nos interesa. La versión en inglés del mismo dice así: There is no country in Europe which does not have in some corner or other one or several ruined fragments of peoples, the remnant of a former population that was suppressed and held in bondage by the nation which later became the main vehicle of historical development. These relics of a nation mercilessly trampled under foot in the course of history, as Hegel says, these residual fragments of peoples always become fanatical standard-bearers of counter-revolution and remain so until their complete extirpation or loss of their national character, just as their whole existence in general is itself a protest against a great historical revolution.

Such, in Scotland, are the Gaels, the supporters of the Stuarts from 1640 to 1745.
Such, in France, are the Bretons, the supporters of the Bourbons from 1792 to 1800.
Such, in Spain, are the Basques, the supporters of Don Carlos.

Su traducción al castellano es: No hay país en Europa que no posea en algún rincón o uno o varios fragmentos ruinosos, residuos de una anterior población que es suprimida y esclavizada por la nación que más adelante se convierte en el primer vehículo de su desarrollo histórico. Estos restos de una nación implacablemente pisoteados por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos fragmentos residuales de los pueblos siempre se convierten en portaestandartes fanáticos de la contrarrevolución y permanecen así hasta su completa exterminación o pérdida de su carácter nacional, al tiempo que su total existencia en general es en sí mismo una protesta contra una gran revolución histórica.

Así, en Escocia, con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 a 1745.
Así, en Francia, con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 a 1800.
Así, en España, con los vascos, soporte de Don Carlos.

Si cotejamos la versión original con la incluida en la revista Tradición comprobamos que está mal traducida y que, por otra parte, se añaden fragmentos inexistentes. Pero esto no es todo. Éste fragmento no fue escrito por Karl Marx sino por Friedrich Engels, el 8 de enero de 1849. A parte de esta alusión a España y a Don Carlos, el artículo no vuelve a hacer ninguna referencia a España y menos al Carlismo.

Conclusiones

Después de haber localizado el fragmento original de Engels, llegamos a las siguientes conclusiones.

1. No dudamos que Jesús Evaristo Casariego leyera éste fragmento. Ahora bien, en el momento de escribir los dos artículos citados, tergiversa las palabras. Mejor dicho, hace una versión particular de lo leído. Así pues, no puede asegurar, como hace, Marx dixit sino Casariego dixit. Con lo cual, las palabras publicadas son una interpretación de un autor después de haber leído el articulo al cual nos hemos referido.

2. Casariego omite el origen de la información y no sólo esto, nos hace creer que esas palabras las escribió Karl Marx. Si lo primero es poco perdonable, más imperdonable es lo segundo, pues no fue Marx sino Engels el que opinó sobre el Carlismo. Y es más, Engels hace una interpretación del Carlismo basándose en el apoyo que los vascos le dieron a Don Carlos y no como movimiento dinástico. La opinión de Engels esta basada en el foralismo y no en una interpretación del Carlismo como derecho legítimo del pueblo español hacia su verdadero rey. Lo que ocurre es que Casariego reinterpretó estas palabras, transformándolas en una supuesta interpretación de Marx de lo que ha significado el Carlismo en España. Supuesta interpretación que, como hemos visto, poco tiene que ver con la realidad.

3. ¿Por qué se suprime vascos y se amplia a los defensores de Don Carlos? Dentro del contexto es mejor suprimir vascos por un hecho muy simple. El texto de Engels no habla específicamente del Carlismo, sino de unos defensores vascos de Don Carlos. En cambio, el artículo de Casariego sí que habla explícitamente del Carlismo. No es posible centrar el Carlismo al soporte dado por los vascos a Don Carlos. El Carlismo es un movimiento extendido a todas las regiones de España. En la reinterpretación del texto de Casariego es necesaria esta puntualización, no en la de Engels pues, en ningún momento circunscribe su artículo a la influencia del Carlismo en España, sino que nombra a los vascos -como lo hace con los bretones y los gaélicos- como ejemplo de la opinión que acaba de dar. Así pues, no cabe ninguna reinterpretación más del texto de Engels, y sí debe reinterpretarse el texto de Casariego pues, no deja de ser la opinión de un escritor sobre un artículo publicado por Engels, sin ninguna connotación con respecto al Carlismo.

4. Las reseñas de María Teresa de Borbón-Parma y Josep Carles Clemente nos hacen pensar que nunca utilizaron la versión traducida de Andrés Nin -porque Nin nunca tradujo éste fragmento- y que se basaron en el artículo aparecido tanto en el diario ABC como en la revista Tradición. No ocurre lo mismo con Josep Pla, el cual no afirma haber leído la traducción de Andrés Nin, sino que comenta que el fragmento apareció publicado en la prensa barcelonesa. Tampoco podemos decir nada de la versión que da Jaime del Burgo, el cual se limitó a transcribir, en su obra, el artículo de Sagitarius.

Por lo tanto, aunque es lamentable el error de Jesús Evaristo Casariego, al atribuirle a Marx un artículo firmado por Engels, es más lamentable la pésima contribución de María Teresa Borbón-Parma y Josep Carles Clemente, pues sin cotejar la información facilitada por Casariego, la dieron por buena y han inducido -y en algunos casos reiterado- un error histórico. Ha sido más importante -para ellos- propagar que Marx habló sobre el Carlismo -por que les interesaba a la hora de teorizar su socialismo autogestionario- que investigar la realidad de unos hechos que, si bien son importantes, no dejan de ser anecdóticos e insignificantes para la historia del Carlismo.


Notas

Tradición. Revista Política Mensual. Literatura, Historia y Arte. Número 19. Mayo-Junio 1961. Pág. 36.
Jaime del Burgo se da cuenta del error de imprenta y cambia cartes por cartas. Ninguna de las dos tiene sentido. Tiene que leerse cortes legítimas y no cartas o cartes legítimas.
BURGO, Jaime del: Bibliografía del siglo XIX. Guerras Carlistas. Luchas Políticas. Segunda edición. Pamplona, 1978. Pág. 633.
MARX, Kart: La Revolución Española. Traducido por Andrés Nin. Editorial Iberoamericana de Publicaciones. (Madrid, 1929).
BORBÓN-PARMA, María Teresa: La clarificación ideológica del Partido Carlista. Editorial EASA. (Madrid, 1979). Págs. 37-38.
MARX, Carlos y Engels, Federico: La revolución española, 1808-1843, traducción de Anfreu Nin, Editorial Cénit, Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, 1929.
CLEMENTE, Josep Carles: Los orígenes del Carlismo. Ediciones EASA. (Madrid, 1979). Págs. 50-52.
Éste texto de Marx es exacto. Hará pensar a mucha gente, pero es exactísimo. Marx se ha de leer, sean cuales sean los prejuicios personales e inevitables que uno tenga. A veces acierta como ningún observador de su tiempo. ¡El catalanismo! He utilizado raras veces esta palabra porque no me han gustado nunca las cosas hiperbólicas. Llamándonos catalanes me parece que tenemos suficiente. Ahora, éste país tan pequeño y tan pobre posee dos fuentes que manan siempre: primero la fuente del tradicionalismo histórico del país. Todo el catalanismo político de estos últimos decenios proviene del tradicionalismo, y después hay otra fuente: los errores centralizadores de España, producidos por mentalidades francesas, de la Revolución francesa o de Napoleón: Godoy, Floridablanca, Aranda, Mendizábal, Salamanca y otros muchos más. Estos hombres han desvirtuado España, han destruido las raíces de una España compleja, que es lo que es. Los llamados liberales españoles -que, por otra parte, no lo eran- han sido horribles. Han destruido la tradición, la vida libérrima, ¿por qué? ¿Para la construcción de los ferrocarriles regalados a Rotschild de Paris? Ahora, en todo caso, la situación es esta. Después de esta ruptura, las dificultades de esta península han sido inmensas, quiero decir en el espacio que vivimos. Las dificultades son permanentes y llegan hasta nuestros días. Hace falta un estudio serio sobre el liberalismo y dejar de una vez por todas de jugar con las palabras. Mucha gente que se llama liberal son unos puros demagogos y no conocen la historia. Todo éste largo período se habría de estudiar tan a fondo como haga falta, y con un espíritu desprovisto de hipocresía. Lector infatigable de las cosas del siglo pasado y de los inmediatamente anteriores, pienso que se ha de hacer. Sería muy importante, decisivo, hacerlo.
Sin embargo, Marx tuvo palabras en contra del Carlismo muy alejadas de las aducidas por Casariego. Por ejemplo escribe Marx: Los carlistas han sido los que han creado el tipo de los ladrones facciosos, una combinación de bandidismo y pretendida lealtad a un partido oprimido en el estado. El guerrillero español ha tenido siempre algo de bandido, desde los tiempos de Viriato, pero es una invención carlista la de que un puro bandido pueda otorgarse a sí mismo el nombre de guerrillero. En: SACRISTÁN, Manuel: Revolución en España. Barcelona. Ariel. (Barcelona, 1970).
Sobre el particular recomendamos un artículo y sus posteriores críticas y contra críticas entre el autor y Josep Carles Clemente. IZU, Miguel: Marx y el carlismo: En torno a una opinión apócrifa. Sistema. Núm. 161 (2001). Págs. 103-111. Se puede consultar en Internet.

 

 

 

La Barcelona soñada: un paseo por el falso gótico

La legitimidad de una nación pasa siempre por remontar su existencia a la Edad Media, donde presumiblemente se sitúa su época dorada nacional. Los estados modernos, nacidos en el siglo XIX, han intentado demostrar su continuidad desde los tiempos medievales para explicar su presencia ininterrumpida, siempre incurriendo en un error diacrónico porque en esos tiempos no existían ni los estados ni las naciones en su concepción actual. Asimismo, el nacionalismo catalán hizo lo propio al defender un pasado nacional y construir un nuevo relato histórico y mitológico, acompañado también de la reconstrucción de elementos arquitectónicos que demostrarán materialmente ese glorioso pasado.

En esa labor reconstructiva, comenzada a finales del siglo XIX, la ciudad de Barcelona fue uno de los principales objetivos. La burguesía catalanista al frente del Ayuntamiento quiso convertir Barcelona en una ciudad cosmopolita y eso pasaba por modernizar su núcleo histórico para que fuera más salubre, más habitable y más seguro. La transformación implicaba la destrucción del trazado urbano medieval, conservado hasta ese momento, con la apertura de nuevas calles como Vía Layetana o la destrucción de su perímetro amurallado para mejorar la comunicación. El objetivo era convertir Barcelona en ciudad de referencia del turismo urbano, pero no sólo eso, sino también reivindicar la identidad catalana a través de los monumentos que, como la mayoría habían sido derrumbados en esa misma reforma urbana, tuvieron que reconstruir haciendo creer a los visitantes que estaban ante verdaderos vestigios de la ciudad.

El falso barrio gótico que actualmente atrae a un sinfín de turistas se creó a principios del siglo XX. Hasta el nombre se inventó, pues anteriormente era conocido como el barrio de la Catedral. En esas reformas urbanas, además de la apertura de Vía Layetana, se terminó la fachada de la catedral que había quedado interrumpida en el siglo XV; se eliminaron las aceras y el tráfico; se reconstruyeron edificios añadiendo elementos neogóticos que imitaban el gótico medieval como los de la calle Montcada; y muchos palacetes en ruinas se convirtieron en monumentos históricos como el palacio de Requesens. Todo ello para garantizar un barrio medieval completo, dándole una falsa apariencia de antigüedad y demostrar así la continuidad histórica.

Estas reformas urbanísticas respondían a una necesidad turística, pero también a la de enseñar al mundo la identidad cultural propia de los catalanes. No es casualidad que los políticos y arquitectos impulsores de las reformas formaran parte del espíritu cultural de la Renaixença que quería devolver a la cultura catalana ese esplendor del pasado que hacía siglos que había perdido. Y tampoco es ninguna casualidad que quisieran recrear el entorno histórico del centro de la ciudad inspirándose justamente en la Edad Media y no en otros tiempos. Sin duda, tanto la reconstrucción histórica como arquitectónica respondían a una misma intencionalidad: construir una historia y un arte nacional, propio, que pudiera demostrar al mundo la antigüedad de la nación catalana.

Muchos arquitectos modernistas con fuertes convicciones nacionalistas ocuparon cargos políticos y promovieron construcciones, intentando buscar un símbolo nacional en el arte. Entre ellos, Puig i Cadafalch, que formaba parte del partido de la Lliga Regionalista y ocupó la presidencia de la Mancomunidad de Cataluña. Sentía una gran añoranza por el pasado medieval catalán: “l’edat mitjana, de la qual només ens aparta un parèntesi que romp la continuïtat de la nostra història, i de la qual ens deriva tot el que el regionalisme enyora”. Su discurso centra en el periodo medieval la plenitud cultural catalana y culpa de su decadencia a su unión con Castilla. Un discípulo suyo, Joaquim Folch i Torres, afirmaba que la reconstrucción monumental era como la reconstrucción de la patria: “hi ha tantes paralelitats entre un edifici i la nació hont s’aixeca que ja quasi en el nostre moviment lo mateix vol dir reconstruir els temples que reconstruir la patria”. Pretenden aglutinar el sentimiento nacional con la arquitectura, de modo que los edificios sirvan también para evocar a la patria.

La recreación de un falso barrio gótico forma parte de ese proyecto decimonónico de crear un nuevo relato histórico, ilustrado por medio de sus monumentos y edificios, que recordara el momento de máximo esplendor de los catalanes. Ese momento es la Edad Media, un tiempo al que ansían regresar, donde creen que podrán volver a vivir en plenitud. Sin embargo, no son más que ensoñaciones camufladas en un argumentario al que le pretenden dar una justificación histórica que, sin duda, debe acompañarse de cierta falsedad para que se pueda adaptar a sus necesidades. Esa obsesión, nacida en el siglo XIX, de remarcar constantemente la diferencia de la identidad nacional ha conseguido viciar el verdadero relato histórico y monumental de nuestro pasado.

Sin embargo, y a pesar de las falsedades y reconstrucciones, el barrio gótico de Barcelona merece una visita porque en él todavía se esconden rincones y elementos que transportan directamente a los tiempos medievales en el que los comerciantes y los artistas enriquecían la ciudad. Como bien describió don Quijote, pasada ya la Edad Media: “Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”. Así es Barcelona y no es necesario soñarla.

Vera-Cruz Miranda
Doctora en Historia

El levantamiento catalán de 1705

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Cuando Carlos de Austria desembarco en Cataluña en 1705 con un ejército aliado, le habían convencido que el Principado se levantaría en armas a su llegada. Siguiendo el modelo de reclutamiento local, envió emisarios a los principales municipios instando al levantamiento del somatén, es decir, a la movilización armada para defender su causa. Nadie respondió, exceptuando a los vigatans que ya se encontraban en armas hacia meses y por motivos que en un principio nada tenían que ver con el conflicto dinástico. En previsión, Darmstadt, antiguo Virrey y hombre de confianza de Carlos, había enviado 6 comandos armados con el objeto de “levantar” a la fuerza a los catalanes. La madrugada del 19 de agosto, Juan Nebot con diez hombres armados asaltó la casa del alcalde de Riudoms, su pueblo, obligándole a él y a sus jurados prestar lealtad a Carlos y a levantar el somatén a las cinco de la mañana del mismo día. Con ese foco se iniciaba la rebelión en Tarragona y así, de forma forzada y mediante coacciones, en una Cataluña sin apenas tropas regulares borbónicas y sin somatenes “fieles” en armas por la inacción del Virrey borbónico Velasco, se iniciaba una guerra cuyas consecuencias aún perduran.

Gachas

Gachas, receta del Libro de Sent Soví, año 1324 (cap. XXXV)

Si quieres hacer gachas para alguien que se restablezca de alguna enfermedad, de modo que templen el estómago, prepara harina de cebada y leche de almendras, con caldo de gallina. Y una vez preparada la leche, añádele harina cernida y ponlo a cocer. Puedes añadir un poco de azúcar blanco.