EL LIBRO DEL CATALÁN FRAY RAMÓN PANÉ, PRIMER ANTROPÓLOGO DE AMÉRICA

EL LIBRO DEL CATALÁN FRAY RAMÓN PANÉ,

PRIMER ANTROPÓLOGO DE AMÉRICA

 

Respondiendo a otro de los habituales dislates sobre la historia de América del nacionalismo catalán, en el que se asegura que los catalanes nada tuvieron que ver con el descubrimiento, conquista y población del continente, y mucho menos en sus inicios, cabe decir que el primer libro de corte netamente antropológico donde se recoge con precisión y se traza un patrón de trabajo que posteriormente desarrollarían otros autores, fue debido a fray Ramón Pané, fraile catalán, seguramente natural de Lérida o Barcelona.

Pané fue uno de los misioneros que por orden de la reina Isabel acompañó a Colón en su segundo viaje el 25 de septiembre de 1493, cuyo vicario apostólico era Bernardo Boïl, presumiblemente nacido en Lérida, como quiere Mariàngela Vilallonga en La literatura llatina a Catalunya al segle XV[1], a pesar de que otros autores dan como lugar de origen Zaidín, en Huesca e, incluso, Tarragona. A pesar de todo, en aquel tiempo Zaidín pertenecía al obispado de Lérida, motivo por el que Boïl[2] siempre se declaró clérigo de la diócesis ilerdense.

Boïl, que había sido ermitaño en el monasterio de Montserrat, desempeñó un papel destacado como diplomático, habiendo actuado como secretario de Fernando II de Aragón y acudiendo a Roma con poderes del cardenal Cisneros, además de traducir al español en 1489 De religione, obra del obispo de Nínive, Isaac (siglo VII), que tuvo a bien dedicar al arcipreste de Daroca en la seo de Zaragoza, Pedro Zapata, último arcediano de la iglesia de Santa Engracia. La obra de Isaac de Nínive es muy significativa dentro de la ortodoxia oriental y tarea propia de un teólogo de alto nivel que vivió en tiempo convulsos y en lugares también agitados por el inmediato despertar del islam.

Fray Ramón Pané junto a niño taíno

Fray Ramón Pané junto a niño taíno.

El segundo viaje de Colón estuvo compuesto por cinco naos y doce carabelas que trasladaron mil quinientas personas[3] a la isla La Española ―algo menos de cien individuos por barco―, dado que los primeros expedicionarios, todos los que se habían quedado en el fuerte Navidad, fueron exterminados por los taínos siguiendo órdenes del cacique Caonabo.

Una parte sustancial de aquellos viajeros colombinos ―tripulantes, soldados, barberos y cirujanos, labradores, tejedores, albañiles y herreros, más una importante aportación de mujeres y niños―, fueron reclutados en Aragón, y entre ellos figuraban doce sacerdotes de cuyos nombres han llegado dos catalanes: fray Bernardo Boïl y fray Ramón Pané, de los mínimos el primero y jerónimo el segundo[4].

Con todo, y ahí está en parte la clave del asunto, se trataba de un grupo de gente y de religiosos de la órbita aragonesa, y muchos catalanes, que iban a viajar con Colón a fin y efecto de consolidar la empresa conquistadora y de extender la cristianización entre los indios, tema éste de crucial importancia porque suponía sobrepasar el dictado aristotélico ―que tantas discusiones traería años después― y que separaba a los grupos humanos entre civilizados y bárbaros. La cristianización suponía, en aquel momento, dotar a los indios de racionalidad, haciéndolos acreedores a dos elementos cruciales: el vasallaje, y por tanto la sujeción a las leyes de la Corona en condiciones de igualdad con todos los demás súbditos, y la religión, lo que los convertía en humanos ante los ojos de Dios y, por supuesto, ante los hombres.

Tras la llegaba a la isla, Colón dispuso la construcción de fuertes, y el primero se lo adjudicó a Pedro Margarit, natural de Castell d’Empordà (actualmente perteneciente a La Bisbal d’Empordà), experimentado militar que había combatido en Granada. En carta de 9 de abril de 1494, le indicó que debía guardar templanza con los indios pero que, ante la amenaza de Caonabo, había de mostrarse capaz de resolver los posibles contratiempos. De este modo, encargaba a Margarit, al que elogia ante los reyes, el mando militar de La Española.

Poco después, según cuenta el mismo Pané, por indicación de Colón, el fraile jerónimo pasó a vivir con los naturales, y fue en el segundo domicilio, a partir de 1495, donde obtuvo los datos que supo reunir con destreza y que componen su Relación acerca de las antigüedades de los indios[5], cuya vicisitud bibliográfica explicaremos a continuación. Al finalizar su tarea en 1498, Pané trasfirió el trabajo a Colón con la intención de que pudiera servir para el conocimiento general de los nativos. Sin embargo, el libro se perdió y únicamente ha podido ser rescatado por una traducción italiana de la Historia del almirante de Hernando Colón, elaborada por Alfonso Ulloa, donde figuraba incluido en el capítulo LXII, y cuyo arranque dice así:

 

Yo, fray Ramón, pobre ermitaño del Orden San Jerónimo, por mandato del ilustre señor Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las Indias, escribo lo que he podido averiguar y saber acerca de las creencias e idolatrías de los indios, y como veneran a sus dioses, lo cual trataré en la presente relación.

 

Durante tres años, fray Ramón convivió con los indios, donde aprendió taíno ―el habla la más dulce del mundo, asegura―, reflejando las singularidades de una cosmogonía, esto es, ancestrales creencias religiosas, cuya importancia supone un punto de inflexión clave para un modo de ver y pensar que a día de hoy se halla extinguido. Dicho de otro modo, sin la aportación de Pané, como después la de fray Bernardino de Sahagún y otros, José de Acosta, por ejemplo, simplemente no se sabría nada al respecto, de ahí la magnitud de la obra del fraile catalán como fuente indispensable para conocer las antigüedades más remotas del pensamiento indígena.

Sin olvidar que se trataba de un monje pretridentino, Pané obtuvo la amistad de los indios taínos, especialmente de un cacique llamado Guarionex, que le fue contando las singularidades de sus creencias y que el fraile anotó con precisión de relator fiel, a pesar de que siempre las consideró idolatrías, desarrollando en los veintiséis capítulos que componen su libro las leyendas, sortilegios, ceremoniales y la terapéutica de los naturales, por supuesto, sin dejar de lado su labor misionera, en cuya tarea colaboró Miguel Ballester[6], tarraconense y alcaide de villa Concepción de la Vega.

Semejante modo de obrar, centrándose primeramente en la elaboración de un fondo de conocimiento profundo de orden irracional, esto es, penetrando en las raíces del pensamiento mágico para, posteriormente y a través suyo, buscar el paso a un juicio racional, fue el guion que siguió fray Ramón y que después continuaron otros autores como los citados más arriba.

Su vida y lances posteriores se acaban aquí, pues no hay más información de las actividades de misionero tan singular, nada más decir que Pedro Mártir de Anglería, que tuvo en sus manos la obra y la apreció poco, considerándola un librillo, sorprendentemente la utilizó con profusión en las Décadas del Nuevo Mundo, al igual que hizo fray Bartolomé de las Casas, que conoció al jerónimo en La Española en 1502, incluyendo datos recogidos por Pané en su Historia de las indias.

Queda para el final añadir que el libro de fray Ramón Pané puede consultarse a través de la edición electrónica que, desde 2001, puso en línea la University of Wisconsin[7].

 

 

 

 

 

[1] Mariàngela Vilallonga, La literatura llatina a Catalunya al segle XV, Barcelona, Curial / PAM, 1993.

[2] Josep Maria Prunés, «Nuevos datos y observaciones para la biografía de fray Bernardo Boyl», Bollettino Ufficiale dell’Ordine dei Minimi, t. XLIX, 2003.

[3] Mª Monserrat León Guerrero, El segundo viaje colombino, Universidad de Valladolid, 2000. Tesis doctoral.

[4] Pedro Catalá y Roca, “Los monjes que acompañaron a Colón en el segundo viaje”, Studi Colombiani, Génova, 1952, v. II, pág. 371 y ss.

[5] Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, Ediciones Letras de México, México, 1932. Existe otra edición más reciente debida a Siglo XXI, también mexicana, impresa en 1974.

 

[6] Un dato interesante, según cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia natural, es que Ballester fue el primero que fabricó azúcar en el Caribe.

[7] Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, https://digicoll.library.wisc.edu/cgi-bin/IbrAmerTxt/IbrAmerTxt-idx?type=header&id=IbrAmerTxt.Spa0006&pview=hide

 

La Guerra de Sucesión Española, ¿una guerra inevitable? Los Tratados de Partición (Segunda Parte)

La Guerra de Sucesión Española, ¿una guerra inevitable?

Los Tratados de Partición

(Segunda Parte)

Finalmente, la partición de la Monarquía Hispánica acordada en el Tratado de Viena en 1668 no se llevaría nunca a efecto; al menos tal y como lo preveían los firmantes del mismo. Así fue, fundamentalmente, porque aquel enfermizo niño (Carlos II), cuya precaria salud invitaba a pensar que podría morir en cualquier momento, todavía viviría treinta y dos años más; dando pie a que muchos e importantes acontecimientos se produjeran en el transcurso de todo ese tiempo y a que nuevos protagonistas aparecieran con fuerza en el panorama político-militar europeo de la época, reclamando su cuota en un posible reparto de los dominios e intereses de la vulnerable Monarquía Hispánica, tanto en Europa como en Ultramar.

Carlos II niño

  1. Retrato de Carlos II (1661-1700), rey de España, de niño. Óleo sobre lienzo de 121 x 99cm, pintado por David Teniers III (1638-1685) en 1666. Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, Bruselas. 2. Retrato de Carlos II (detalle). Óleo sobre lienzo, 210 × 147cm, pintado por Juan Carreño de Miranda (1614-1685) en 1671. Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo.

Sin embargo, la negociación y el acuerdo alcanzado sí que le sirvieron a Luis XIV para su legitimación frente a Leopoldo I en relación a sus derechos dinásticos, así como para obtener el consentimiento imperial a la hora de aislar a España en la guerra que mantenía con Francia; quedando garantizada mediante el Tratado la inacción de Viena frente a la ofensiva francesa contra el Franco Condado y consolidando de paso la invasión del año anterior de los ejércitos de Luis XIV en Flandes.

También se pone en evidencia en el Tratado la catadura ética y moral de los dos gobernantes firmantes de dicho pacto, que quedó absolutamente reflejada en el texto acordado. Tanto Leopoldo I, que a la sazón tenía 27 años, como Luis XIV, de 29 años de edad, mostraron al acordar este Tratado sus verdaderas y aviesas intenciones como gobernantes, así como una total falta de escrúpulos a la hora de aspirar a apropiarse de algo que no era suyo, pero que habían decidido repartirse sin contar con quien regía los destinos de la monarquía española en Madrid; antes, incluso, de saber si el príncipe Carlos llegaría o no a edad adulta y sin tener constancia de si tendría o no descendencia; uniéndose ambos monarcas en este infame y vergonzante acuerdo, donde manifestaban sin cortapisas alguna del uso y abuso que estaban dispuestos a ejercer de su situación predominante.

Quedaba meridianamente claro que la debilidad política, militar y económica de la Monarquía Hispánica iba a ser aprovechada por esos ambiciosos monarcas para tratar de hacerse con rentas ajenas y obtener beneficios a muy bajo coste, mediante el trampantojo político y diplomático que siempre les caracterizó en su trayectoria como gobernantes; especialmente a Luis XIV. Una idiosincrasia en la acción de gobierno que tuvo como referencia habitual en la relación de ambos con la Monarquía Hispánica en el oportunismo coyuntural y en el ventajismo político de sus alianzas, así como en la utilización sistemática de la mentira como herramienta al servicio de insoslayables supuestos de conflictos por intereses patrimoniales y por pretendidos derechos dinásticos; que no eran más que justificaciones para enmascarar su insaciable ambición de poder y una codicia obsesiva por expandir sus dominios. Todo ello, por supuesto, con la amenaza permanente de la utilización de sus poderosos ejércitos para imponer a los más débiles sus voraces intereses políticos, territoriales, económicos y comerciales. En estas circunstancias, la suerte del Imperio Español y de la Monarquía Hispánica estaba echada y, tanto en el presente como en el futuro, ya no dependía de ella misma. Sólo un cambio profundo y prolongado en la gestión de la gobernanza desde Madrid, o un milagro, podían salvarla. Nada de ello ocurrió.

El Tratado de Partición de la Monarquía Hispánica firmado en Viena el 19 de enero de 1668 constituye, además, un antes y un después en la historia política de Europa en la Edad Moderna. Por primera vez los monarcas de dos de las grandes potencias europeas del momento se ponían de acuerdo en un Tratado para desmembrar a una tercera potencia y repartirse todos sus territorios entre ambos, pactando el apoyarse mutuamente frente a terceros para conseguirlo. De haberse materializado ese reparto, el poder de los dos en el continente habría aumentado exponencialmente, convirtiéndose Francia y Austria en dos superpotencias que amenazarían el complejo equilibrio de fuerzas existente en Europa en ese momento. La historia de Europa habría cambiado para siempre. No es de extrañar que tanto Luis XIV, que ambicionaba construir su proyecto de Monarquía Universal francesa, como Leopoldo I que, fundamentalmente, ansiaba incorporar a sus dominios los Países Bajos españoles y, muy especialmente, los territorios italianos de la Monarquía Hispánica, se afanaran en mantener el Tratado en el más absoluto de los secretos.

Más allá del rechazo frontal que lo acordado en el Tratado hubiera cosechado en otras cancillerías europeas, la ignominia del acuerdo era fiel reflejo de la vileza de las intenciones de ambos monarcas y de su reprochable conducta; significativamente indignas en unos gobernantes que trataban de construir permanentemente, tanto frente la opinión pública como en relación con el resto de las cancillerías europeas, un arquetipo de sí mismos que transmitiera una imagen de gobernantes de gran dignidad y de excelsa honorabilidad en todos sus actos y relaciones, tanto en el presente como para el futuro.

Parecía pues que, en ese principio de 1668, tanto el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como el rey de Francia tenían sus propios planes de futuro para con la Monarquía Hispánica, plasmados con precisión en el Tratado que habían firmado. Como hecho significativo cabe señalar que, incluso antes de que Leopoldo I ratificase con su firma el Tratado, cosa que hizo el 28 de febrero, el día 4 de febrero, tan sólo dos días después de poner Luis XIV su firma en el mismo, el ejército francés, al mando del Gran Condé, invadió y se apoderó en dos semanas del Franco Condado, uno de los territorios de la Monarquía Hispánica que estaba asignado al monarca francés en el propio Tratado; es de suponer que lo tomaría a cuenta, a modo de anticipo, aplicando su habitual y agresiva política manu militari de hechos consumados, aprovechándose una vez más de la debilidad española. A pesar de ello, Leopoldo I ratificó con su firma el documento del Tratado en Viena el 28 de febrero sin poner objeción alguna, dando por buena la agresión francesa que acababa de producirse contra los intereses españoles, convirtiéndose en ese momento en el cómplice y socio preferente del «Rey Sol».

De esta manera proseguía la última guerra emprendida por Francia contra España en 1667 que, a la conquista francesa de diversas plazas en Flandes en ese mismo año, había continuado con la del Franco Condado a principios de 1668. Así pues, ante el cariz que iban tomando los acontecimientos, Suecia, Inglaterra y los Estados Generales (una vez finalizada estas dos últimas su contienda particular con el Tratado de Paz de Breda, en julio de 1667), se unieron en una Triple Alianza el 23 de enero de 1668, amenazando, tras la invasión francesa del Franco Condado, con declarar la guerra a Francia si no cesaba con su agresiva política anexionista, por lo que Luis XIV se avino a firmar un tratado de paz con España: el Tratado de Aix-la-Chapelle (Aquisgrán). El Tratado, firmado el 2 de mayo de 1668, ponía fin a esa guerra y, aunque obligaba a Luis XIV a devolver a España el Franco Condado, le proporcionaba a Francia la anexión, a costa de la Monarquía Hispánica, de varias importantes plazas de los Países Bajos españoles, como Charleroi, Douai, Lille, Oudenarde, Tournai y otras tantas más.

Entre 1659 y 1668 Francia había dado dos considerables zarpazos territoriales a España. El más reciente, apoderándose de los enclaves indicados al final del párrafo anterior, que formaban parte de las cesiones contenidas en el Tratado de Aix-la-Chapelle. El primero de los zarpazos ya lo había dado en 1659 y era el correspondiente a los territorios que le cedió Felipe IV a Luis XIV en el Tratado de los Pirineos: el Rosellón, el Conflent, el Vallespir y una parte de la Cerdaña, así como la práctica totalidad del condado de Artois, además de una serie de plazas fuertes en Flandes, en Henao y en Luxemburgo.

En 1668 la realidad era incontestable. El desmembramiento de la Monarquía Hispánica en lo que se llevaba de siglo seguía su curso inexorablemente, ante la incapacidad que demostraban continuamente los monarcas españoles para defender con eficacia por sí solos la totalidad de sus territorios; era una sangría que parecía no tener fin. Además, todavía quedaba pendiente —en espera— el desenlace sobre la vida y descendencia de Carlos II, que, posteriormente, una vez alcanzada su mayoría de edad y conforme pasaban los años, parecía que iba a vivir más de lo que muchos presagiaron cuando era niño; aunque no existieron nunca certezas sólidas sobre la posibilidad de que pudiera tener descendencia alguna. También en las cortes de Viena y de París las cosas cambiarían con el paso del tiempo, especialmente en cuanto a la descendencia de sus monarcas y, por tanto, a la existencia de posibles herederos de sus coronas.

El Tratado de Partición de Viena de 1668 sale a la luz pública en la tercera década del siglo XIX, gracias al historiador, escritor y político francés August Mignet (1796-1884). Siendo Consejero de Estado y un historiador ya prestigioso, con varias obras editadas, Mignet es nombrado en 1830 director de los Archivos y de la Cancillería del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, durante el gobierno de Luis Felipe I, el último rey francés; cargo que ocupará durante quince años. Mignet pone en marcha entonces un proyecto para sacar a la luz pública una parte de los documentos oficiales ya desclasificados que existen en dichos Archivos, por tener más de cien años de antigüedad; impulsando entre 1835 y 1842 una Colección de Documentos Inéditos sobre la Historia de Francia. Entre ellos, publica el concerniente a las Negociaciones relativas a la Sucesión de España bajo Luis XIV, conteniendo Correspondencias, Memorias y Actos Diplomáticos respecto a las Pretensiones y al Advenimiento de la Casa de Borbón al Trono de España. Toda esta documentación original se encuentra actualmente en los Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Francesa. Del Tratado de Partición de Viena de 1668 se redactaron dos ejemplares, ambos en latín; uno para la cancillería imperial y otro para la francesa. El que existe en Francia está debidamente firmado por los plenipotenciarios que los negociaron por delegación y ratificados por los dos monarcas, por Leopoldo I y por Luis XIV, con los sellos oficiales correspondientes. Una parte de la Colección de Documentos de Mignet se encuentra digitalizada y puede consultarse en línea a través de internet.

François-Auguste Mignet (1796-1884), miembro de la Académie française desde 1836. Foto realizada alrededor del año 1865.

La historiografía contemporánea tiene una deuda con el Tratado de Partición de la Monarquía Hispánica de Viena de 1668; al que el historiador J. Albareda se refiere un tanto desdeñosamente como Tratado de Grémonville, adjudicándole como referente identificativo el toponímico del diplomático francés, Jacques Bretel de Grémonville, a la sazón embajador de Luis XIV en Viena, que participó junto a su homólogo austriaco, Johann Weichard de Auersperg, en la elaboración del mismo. Este Tratado de Partición es el primero del que se tiene conocimiento y antecede a los dos que vendrían después, a finales de ese siglo XVII. Curiosamente, estos dos últimos tratados acordados han quedado registrados hasta nuestros días, en la mayoría de las reseñas historiográficas, como el Primer y Segundo Tratados de Partición; como si el Tratado de Viena de 1668 no hubiera existido jamás como tal. Pareciera que la larga sombra de algún oscuro designio de los dos monarcas firmantes se haya transmitido a lo largo del tiempo para tratar de eliminar su huella en la historia, impidiendo ofrecer el reconocimiento que merece todo lo que sucedió en aquellos tiempos, no permitiendo de esta manera colocar en el lugar que les corresponde a todos los acontecimientos acaecidos, a absolutamente todos: al Tratado de Viena de 1668, también.

No estaría de más que se reconocieran historiográficamente como tres los Tratados de Partición de la Monarquía Hispánica acordados por potencias extranjeras en la segunda mitad del siglo XVII y que, por tanto: el Tratado de Viena de 1668 fuera contemplado como tal y pase a denominarse Primer Tratado de Partición. Ello conllevaría a que el Tratado de La Haya de 1698 pasase a denominarse Segundo Tratado de Partición y el Tratado de Londres de 1700 lo hiciese como Tercer Tratado de Partición. Las evidencias documentales de hechos contrastados bien merecen ocupar el lugar que les corresponde en la memoria histórica colectiva que construye la historiografía.

En otro orden de asuntos, a la Guerra con Francia de entre 1667 y 1668 le siguió la Guerra franco-neerlandesa o de los Países Bajos (1672-1678), en la que también estuvo involucrada España, afectada por sus intereses en Flandes y en el Franco Condado, y que finalizó con el Tratado de Nimega; en el que la Monarquía Hispánica perdió definitivamente el Franco Condado y otros enclaves más en Flandes, otra vez en beneficio de Francia. Diez años más tarde comenzaría la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), la que fuera antesala de La Guerra de Sucesión Española que, como ya se expuso al principio del artículo, tuvo su inicio en el norte de Italia en 1701, pocos meses después del fallecimiento en Madrid de Carlos II.

No obstante, antes de finalizar el siglo XVII, en los tres años que transcurrieron entre el Tratado de Paz de Ryswick de 1697 y el fallecimiento del monarca español en 1700, ocurrieron otras muchas cosas más, algunas de ellas muy relevantes para entender lo que vendría después.

De nuevo subyacerá en el desarrollo de la tercera parte de este artículo la cuestión que nos planteábamos al principio: una vez producida la defunción de Carlos II sin descendencia y conocido el sentido del testamento del finado, ¿se podría haber evitado una nueva guerra?

Tanto el trasfondo político del Tratado de Viena de 1668, como la presencia de los mismos protagonistas que lo acordaron ocupando los tronos de Austria y de Francia a la muerte en 1700 de Carlos II, no daban pie al optimismo.

Lo ocurrido en la última década del siglo XVII, y especialmente entre 1698 y 1700, quizás pueda darnos algunas respuestas más.

Continuará ………….

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE HISTORIADORS DE CATALUNYA

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE HISTORIADORS DE CATALUNYA

Muchas gracias, a Don Mariano Gomá, y a los miembros de Foro España por el Premio Humanidades en nombre de todos los que formamos parte de Historiadors de Catalunya.

Desde hace más de un siglo, la historiografía catalanista ha ido construyendo un relato según el cual España y Cataluña son dos realidades distintas, con una relación conflictiva en la que España era la agresora y Cataluña la agredida. En definitiva, una España que fue una rémora para Cataluña.

Con los años, esa corriente fue tomando fuerza hasta consolidarse como dominante en todos los ámbitos: Político, científico, educativo, divulgativo…

En cualquier proceso de construcción, consolidación o destrucción nacional, el control de la divulgación de la historia es el primer paso. Los cimientos indispensables para consolidar el proyecto político nacionalista.

Desde llegada a la Generalitat de Cataluña de Jordi Pujol, este proceso pudo armarse desde la administración del Estado mediante la puesta en marcha de un programa para dominar el relato de la historia.

Ya sea mediante el progresivo dominio en los departamentos de historia de las universidades.

O bien, mediante el control de la educación: primero con los inspectores y después, con los profesores aplicando, por ejemplo, leyes lingüísticas para expulsar al desafecto.

Se construyó el Museu d’História de Catalunya, se hicieron series animadas para niños, películas, libros de texto, documentales… se organizaron grandes fastos de dudosa rigurosidad como el Mil·lenari o el Tricentenari. Todo, para inculcar en la sociedad catalana, las ideas básicas que antes les comentaba.

Óscar Uceda. Presidente de Historiadors de Catalunya
  • Cataluña y España son diferentes.
  • Cataluña fue la víctima y España la agresora.
  • A Cataluña siempre le fue mejor sin España.

Y estas supuestas verdades que se trasmiten machaconamente y desde hace décadas, no vienen respaldas tan solo por el discurso político sino por la ciencia. Son los historiadores nacionalistas, los que, de forma supuestamente indubitable lo afirman y demuestran.

La creación de frentismos y de agravios impostados llegó a su culmen en el año 2014, coincidiendo con los fastos del tricentenario de la toma de Barcelona por Felipe V y con el inicio del proceso separatista.

Un pequeño grupo de historiadores empezamos a reunirnos preocupados por la deriva que el falseamiento de la historia estaba a punto de provocar ante la tradicional indiferencia del Estado.

Hace cinco años, en 2017 nos constituimos como Asociación con un doble propósito. Construir un relato académico sin trabas nacionalistas y difundirlo.

Hoy, podemos decir que ha colaborado casi un centenar de historiadores nuestras conferencias, artículos, libros, videos y documentales.

Hemos podido formar una red de profesionales de la historia dispuestos a dar a conocer lo que saben. Le hemos dado contenido de prestigio académico a nuestra asociación; pero en cuanto a su difusión, eso ya es otro cantar.

Si los historiadores nacionalistas cuentan con todo el aparato del Estado en Cataluña para difundir y continuar con su proyecto rupturista, nosotros apenas contamos con las aportaciones heroicas pero insuficientes de algunos donantes puntuales que en estos momentos apenas dan para mantener operativa nuestra página web.

Guardamos en el cajón, decenas de proyectos que no podemos lanzar porque nuestro presupuesto es 0.

Después de años reuniéndonos con todos los partidos políticos constitucionalistas e instituciones la respuesta ha sido la nada, exceptuando, eso sí, algunas colaboraciones puntuales y particulares.

La clase política española continua vacía de proyecto estratégico, inconsciente que los cimientos de la patria ya hace mucho tiempo que están siendo minados. Permanecen ignorantes, sin darse cuenta de que, si no se reparan, esos cimientos cederán y con ellos toda la nación.

Aun estamos a tiempo de revertir lo que parece irreversible. Reaccionen, ayúdenos a difundir nuestro trabajo, y no tengan duda, que los lazos que la cizaña ha destruido con la mentira; la verdad los hará más fuertes y duraderos.

Muchas Gracias

PREMIO FORO ESPAÑA A LOS VALORES DE LAS HUMANIDADES

  • PREMIO A LOS VALORES DE LAS HUMANIDADES: HISTORIADORS DE CATALUNYA

Asociación de historiadores con el objeto de difundir y dar a conocer la historia con la máxima objetividad posible. Presidida por Óscar Uceda, desarrollan una tarea divulgativa para desmontar los mitos nacionalistas con publicaciones y creaciones audiovisuales.

«Que un grupo de estudiosos sin medios y tan solo con su esfuerzo personal, lideren la empresa de explicar la verdadera historia de Cataluña y España, sin falsedades ni interpretaciones interesadas, merece un reconocimiento de la sociedad».

Representación de Historiadors
Representación de Historiadors de Catalunya durante la entrega de premios Foro España en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando.

¡Muchas Gracias Foro España!

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JOSEP PUJOL, ALIAS BOQUICA, CRIMINAL Y TRAIDOR

JOSEP PUJOL, ALIAS BOQUICA, CRIMINAL Y TRAIDOR

La guerra de la Independencia, el conflicto que afectó a España desde el 2 de mayo de 1808 hasta abril de 1814, tuvo, entre muchos otros extremos, la virtud de hacer aflorar un tipo de combatiente no regular movido por el patriotismo ―no por el nacionalismo― que arriesgó su vida y su hacienda por el mero hecho de defender la patria frente a la agresión de las tropas napoleónicas, dado que la monarquía había sido de facto secuestrada y, por si fuera poco, estaba representada por un rey indolente, por no usar un término más ingrato, y por un príncipe de Asturias cuya memoria lo sitúa como el peor de los soberanos en todas las décadas de la larga lista de reyes españoles.

Este combatiente que surge de la nada, de la gente de los pueblos y de las ciudades, que viene del trabajo en el campo o del seminario, será el guerrillero. Individuo, hombre o mujer, ajeno a la milicia que, no obstante, entiende que la única manera de oponerse a la amenaza francesa, cuyas consecuencias ha sufrido en propia carne o en la de vecinos o amigos, es a través de las armas. Paisano, aldeano o habitante de ciudad, es capaz de abandonar su entorno para unirse a partidas de gente de su misma condición y, dado que el Real Ejército ha sido diezmado o está en manos de jefes como Palafox o Castaños, patéticamente enfrentados, o de generales británicos de los que, al menos en los primeros tiempos, desconfía muy seriamente ―y no tiene más que recordar Trafalgar―, decide combatir fuera de los cánones de la guerra a formaciones que han vencido por toda Europa.

Por otra parte, y dicho lo anterior, la afirmación que propone la victoria sobre las tropas napoleónicas como consecuencia de la acción de las guerrillas no deja de ser un eco romántico de grotesca filiación, a pesar de su intensa actividad. El Real ejército, con generales de la talla de La Romana, Álava, Blake, O´Donnell, Lacy, duque del Parque, Cuesta, Álvarez de Castro, Ballesteros, Copons, Zayas, Palafox y Castaños fue decisivo, como se puede ver en cualquier estudio dedicado al tema ―no digamos si se lee al conde de Toreno― y más después de las dos espantadas de los británicos, Moore en La Coruña (que le costó la vida) y Wellington, refugiado en Torres Vedras y vuelto otra vez en campaña sólo cuando obtuvo el mando único.

La historiografía francesa[1] presenta el surgimiento de las guerrillas como el fulminante necesario que posteriormente dará pie a los pronunciamientos del XIX, ya fueren liberales o absolutistas, y muestra a tales organismos y a sus jefes como signo político de ambición desmedida cuya intención va a ser apoderarse de la Corona o al menos, influir, en su devenir. Evidentemente no podemos estar en mayor desacuerdo con semejante balance, pues si bien hubo casos ―en la segunda invasión francesa, la de los Cien Mil Hijos de San Luis― de antiguos guerrilleros que volvieron a tomar las armas, no fue ni por motivos similares y ni siquiera parecidos y, por otra parte, las asonadas del XIX se produjeron dentro de estamentos militares y por militares perfectamente encuadrados en sus unidades, con lo que las razones aducidas nos parecen poco más que un intento de desacreditar lo que realmente supusieron las guerrillas en la guerra de 1808.

Sin embargo y a pesar de la enorme cantidad de estudios que sobre el papel de las guerrillas españolas en la guerra de la Independencia se han realizado, existe un grupo de combatientes que luchó justo en sentido inverso, como contraguerrilla, intentando seguir los pasos del guerrillero que el ejército regular francés difícilmente podía hacer, dada la configuración orográfica del territorio. De aquellos que formó, mantuvo y armó el ejército galo, acaso convenga destacar uno, cuya actuación en Cataluña se vio colmada por su destreza, pero también por su impiedad, desatando un vendaval de horrores contra los naturales que tardaron años en olvidarse, pese a que, finalmente, encontró la horca en Figueras, pasada ya la contienda.

A día de hoy, son pocas las referencias que se hallan, pasándose generalmente por alto los delitos y silenciándose su salvajismo, quizá por el embarazo que todavía queda de semejante sujeto. Nos estamos refiriendo a Josep Pujol, alias Boquica[2], que mandó, desde julio de 1810, un cuerpo de alrededor de sesenta hombres, cuyo punto de agrupación era Figueras, denominado Cazadores o Migueletes de don Pujol[3], pronto llamado Cazadores del Ampurdán o, popularmente, conocidos como parrots d’en Boquica, brivalles o caragirats, en referencia a su comportamiento traicionero, y ya en 1812, Compañía de Cazadores Distinguidos de Cataluña[4], con más de doscientos integrantes, o en versión francesa, Chasseurs Distingués de Catalogne, una de cuyas primeras acciones se dio en el Ordal, junto a tropas regulares francesas, el 11 de junio de 1812, según revela la Orden del día firmada por el ayudante jefe de Estado Mayor, Ordonneau, en nombre del comandante de la Baja Cataluña, general de división, Maurice Mathieu[5].

Las referencias francesas acerca del comportamiento de esta compañía de migueletes, un grupo auxiliar de apoyo, es generalmente evaluada como deficiente, pues los josepets, tal como reza la apelación que hacen los franceses, dado que se trata de gente que ha de manifestar juramento de fidelidad al rey José, eran renegados o desertores españoles con un espíritu combativo muy poco entusiasta y con actitudes nada castrenses.

Sin embargo, fueron organizados por el estamento militar francés en virtud del interés imperial, dado que a Bonaparte le importaba especialmente que Cataluña se erigiera como un muro entre el resto de España y Francia, vista su proximidad con la frontera, y donde la pacificación debía ser más perfecta, según se lee en las órdenes del general Augereau, comandante de la Cataluña ocupada, que dividió administrativamente, según el modelo francés, en dos intendencias, la Alta y la Baja Cataluña, y cuatro departamentos: el Ter (Gerona), el Segre (Puigcerdà), Montserrat (Barcelona) y Bocas del Ebro (Tarragona y Lérida). Además, las autoridades de ocupación crearon una jefatura de policía en Barcelona y le dieron el mando a Ramón Casanova, que se convirtió de facto en el jefe civil de la ciudad. Quedaba patente la intención imperial, anexionar Cataluña y todo el territorio al norte de la orilla izquierda del Ebro.

Volviendo a Boquica, la apelación de cazadores también debe ser explicada, pues en definitiva se trataba de unidades que combatían en orden abierto, siguiendo la norma de la infantería ligera. Tal nombre era originario del siglo anterior, pues los prusianos habían ideado un contingente de fuerzas (el jaeger, cazador en alemán) que luchaban por delante de las vanguardias de forma autónoma, tratando de destruir las formaciones o, al menos, fragmentarlas golpeando sus flancos, y acosando al enemigo con técnicas propias de la cacería[6].

 

*

 

Josep Pujol nació en 1778 en Besalú y a inicios de 1808 ya vivía en Olot, oficiando de arriero ―traginer en catalán― y seguramente de contrabandista, pero su carácter díscolo lo llevó a incorporarse a las primeras guerrillas que se alzaron por todo el territorio contra los invasores franceses.

Hecho prisionero por las tropas galas, vio las ventajas que una acción de acecho y espionaje le podría proporcionar, con lo que empezó a pasar información a los franceses acerca de movimientos de las tropas españolas y denunciando a los patriotas que conocía.

Sorprendido por los soldados reales o traicionado por alguien cercano, fue llevado a Tarragona con la idea de ser pasado por las armas, pero en el camino logró huir. Es interesante lo que afirma Francisco Morales García[7], si objetivamente Boquica hubiera sido descubierto como espía, con seguridad que la aplicación de la pena máxima se habría mantenido, dadas las circunstancias, siendo fusilado de inmediato, por lo que podemos pensar que su delito no era de esa calidad, sino algo menor, contrabando quizá.

A consecuencia del altercado, Josep Pujol decidió pasarse definitivamente al bando francés, combatiendo a las tropas españolas con las armas. Sin embargo, se tienen escasas noticias de enfrentamientos con otros grupos guerrilleros, por ejemplo, con las partidas del coronel Juan Clarós, del Segundo Tercio de Migueletes, que combatió en la zona del Ampurdán, y mucho menos contra el general Lacy, que desde 1812 luchó en Cataluña con el 1er Ejército español. Sí existe la mención, en marzo de 1813, de la entrada en Prats de Molló, justo en la raya de Francia, de la Rovirada, la guerrilla mandada por el brigadier Francesc Rovira, presbítero, integrado después en la 1ª Legión Catalana, quizá buscando gente de Boquica y como desquite por haberle dado cobijo. Al parecer, en tal asalto se produjeron varias muertes. A mediados de junio de ese año, hombres de Boquica se enfrentan en Bañolas con un escuadrón del barón de Eroles.

Pero lo determinante sucede dos años antes, tras la toma del castillo de San Fernando en Figueras por parte española en abril de 1811. En efecto, en la noche del 10 al 11 de abril, las tropas españolas atacaron y tomaron el castillo de San Fernando ―cuyo nombre viene del monarca reinante en el momento de su erección, Fernando VI―, que conllevó la apropiación de ochocientos cañones y veinte mil fusiles al enemigo, además de pólvora y balas, y cuatro millones de francos.

A partir de mayo, con el castillo asediado por el general Macdonald, Boquica envió un delegado al general barón de Eroles, comandante del 2º. Tercio de Talarn, haciéndole la propuesta de pasarse a los españoles, a lo que el barón opuso cruda resistencia, sospechando de su auténtica voluntad.

Sin embargo, a fin de verificar el asunto, mandó a su edecán, el capitán Manel Narcís Massanas[8], natural de Sant Feliu de Guíxols, soldado de limpia trayectoria que se había distinguido[9] atravesando las líneas francesas sorteando la artillería y entrando en Gerona el 26 de julio de 1809 como teniente del 1er Tercio de voluntarios, migueletes de Gerona, con cien hombres del 2º Tercio del mismo cuerpo, cuyo asentamiento estaba en Hostalric. La tropa, muy bien recibida por los asediados, fue agregada al arma de artillería. Poco después, el teniente Massanas consiguió introducir en la ciudad asediada veinte barriles de pólvora y tres mil piedras de chispa. En las siguientes ocasiones, llevó consigo manutenciones muy necesarias para el sostenimiento de los sitiados en el castillo de Montjuic de Gerona, motivo por el cual fue elevado al grado de capitán de infantería por Real Despacho emitido el 31 de octubre de aquel año desde el Alcázar de Sevilla. A principios de enero, Massanas pasó a formar parte del Estado Mayor del general barón de Eroles.

Pero volvamos a la noche del 10 de abril de 1811, nada más presentarse ante Boquica, el capitán Massanas fue arrestado y llevado a una prisión en Pont de Molins, donde un consejo de guerra sumarísimo lo condenó a muerte. Conocido el veredicto, Massanas se cuadró y saludó al tribunal, rogando la asistencia de un sacerdote, cosa que le fue negada por la autoridad francesa. La ejecución del capitán Massanas se hizo pública, pues los franceses, a fin y efecto de convertir la pena capital en un escarmiento ejemplo, ordenaron asistir a la población de Pont de Molins.

Acaecidos estos hechos, Boquica continuó esquilmando y matando, de modo que el 25 de octubre se personó en Arbucias, robando 25 000 pesetas y tomando rehenes entre la gente del ayuntamiento. Durante la retirada de los franceses de Gerona, marzo de 1814, Boquica solicitó formalmente a Suchet autorización para que sus hombres tuvieran unas horas de asueto para saquear la ciudad, demanda a la que el mariscal francés se negó, dado que una representación de ciudadanos de Gerona le solicitó formalmente que, tras la salida de los ocupantes, entraran de inmediato tropas españolas, en previsión de los desmanes de Boquica. Suchet, que mandó volar buena parte de las murallas de la ciudad, ordenó el repliegue,

obligando a Boquica y a su horda a que abandonaran la ciudad acompañados por varias patrullas imperiales, recelando de lo que pudieran hacer.

Poco después, y en vista del resultado que las actividades de semejante sujeto tenían entre la población, el general Suchet ordenó su captura y la de todos los componentes de su partida, disolviendo los Chasseurs Distingués de Catalogne en 1814, pero a finales del año anterior, las tropas napoleónicas empezaron un lento repliegue de sus posiciones en Cataluña.

 

*

 

Vistas las circunstancias, y tras la derrota en Vitoria, Napoleón había optado por retirar sus tropas y acceder a la firma del tratado de Valençay, en el que reconocía a Fernando VII como rey de España, ofreciendo a continuación el cese de las hostilidades.

A pesar de que el Consejo de Regencia no ratificó la firma, dado que el rey todavía estaba ausente y en Francia y la Junta Suprema no se había pronunciado[10], el 22 de marzo de 1814, ya de regreso, Fernando VII, acompañado por el general Suchet y diez mil soldados, cruzó la frontera por La Junquera y se dirigió a Figueras, recibiendo los vivas de la población, a pesar de estar todavía ocupada por soldados imperiales. A partir de allí, en las proximidades de Bàscara y con el Fluvià como separación, Suchet despidió solemnemente al rey con profusión de artillería en su honor ―los nueve cañonazos del saludo honorífico― y, a los sones de la Marsellesa, besó su mano y lo invitó a cruzar a pie el puente hacia las líneas españolas, donde fue recibido por el general Francisco Copons, capitán general de Cataluña, y cuyo acuartelamiento estaba en Vic. Tras besarle mano y pasar revista a las tropas españolas formadas en columnas, el rey subió a su coche. Ese mismo día, entró en Gerona, hospedándose en Casa Carles, en la plaça del Vi, lugar tradicional de las estancias reales.

Al día siguiente, el 25, Fernando VII asistió a un tedeum en la catedral compuesto por Rafael Compta, sacerdote y maestro de capilla del templo. Tras la inspección de la ciudad, el general Copons entregó a Fernando VII un ejemplar de la Constitución de 1812 y un documento de la Regencia con indicaciones acerca de la benignidad de la obra legislativa en tiempos de guerra y, detalle nada menor, asegurando que devolvería el poder al rey una vez hubiera jurado la Constitución en Madrid ante las Cortes.

Sin embargo, ya desde ese momento, desobedeciendo abiertamente las órdenes emanadas de Cádiz, que le habían marcado un itinerario claro, desde Mataró, sorteando Barcelona ―dado que hasta el 18 de mayo estuvo en poder de los franceses―, la comitiva real se encaminó a Poblet, siguiendo a Lérida y, desde allí, a Zaragoza, quizá en atención a Palafox, presente desde Reus, y a la invitación de la Diputación aragonesa, para girar después al este y llegar a Valencia.

En la ciudad del Turia iba a dar inicio un terrible periodo para los españoles, pues un mes y pico más tarde, el 4 de mayo, y seguramente por instigación del capitán general, Francisco Javier Elío y de otros cabecillas, el rey emitía un Real Decreto derogando la Constitución aprobada en Cádiz en 1812.

*

 

En el momento en que las tropas francesas abandonaban paulatinamente territorio español, Josep Pujol, Boquica, unido al grueso del ejército y seguramente resguardado en la tropa, decidió asentarse en Perpignan, pero allí no conocía a nadie y las rutas de la otra cara del Pirineo no eran las suyas, con lo que debió permanecer en la ciudad sin llamar excesivamente la atención. Otros autores[11] afirman que el ya mariscal de campo, José Ibáñez, barón de Eroles, que no había olvidado la muerte de su edecán, el capitán Massanas, solicitó la entrega de Boquica a las nuevas autoridades, pero es poco probable que, tras la guerra y el desconcierto inmediato, una demanda de extradición fuera atendida.

Con el regreso de Napoleón de Elba y la salida de Luis XVIII hacia Gante, el general Derricau asumió el mando en Perpiñán, y en ese momento se corrió el rumor ―que, al parecer, después se demostró ficticio― de que Boquica estaba organizando en Montauban grupos armados[12]. Quizás Josep Pujol intentara regresar, siendo apresado en Cataluña o concurriera algún otro hecho, como la irrupción del general Castaños, acompañado por el barón de Eroles ―a partir de esos momentos, en posiciones ferozmente absolutistas―, en el sur de Francia a mediados de agosto de 1815, inmediatamente después de la batalla de Waterloo, que se vio interceptada por el duque de Angulema y resuelta pacíficamente, retirándose el ejército español el 1 de setiembre, por más que es posible que en algún convenio anterior se produjera el apresamiento o la entrega de Boquica. El caso es que el 23 de agosto de 1815, por la tarde, Eroles ordenó la ejecución de Josep Pujol en Figueras, no el fusilamiento y ni siquiera por la espalda, como se acostumbraba a hacer con los reos de traición, sino de la forma más vil, en la horca, ante una multitud que le gritaba mientras agonizaba.

 

*

 

A modo de conclusión, por supuesto que no coincidimos con la evaluación que hace el profesor Francisco Javier Morales García en su segundo artículo, ya citado. En Boquica no encontramos nada del arquetipo del nuevo hombre que la revolución y el liberalismo fomentaron: individual, dominante y con un horizonte abierto gracias al talento propio[13]. Josep Pujol, a tenor de las evidencias, no pasa de ser un malhechor, un sujeto desalmado y un criminal de leyenda, odiado por sus contemporáneos y por todos aquéllos que sufrieron la furia de su vesania, principalmente las mujeres, y un individuo que ha dejado la marca del bandido siglos después. Y, para nada puede admitirse la comparación con Espoz y Mina[14], pues en Boquica no hay aspiraciones sociales o políticas sino todo lo contrario, es la mezquindad del mal y la infamia de un sujeto que aprovecha las circunstancias para beneficiarse con el abuso, el robo, el latrocinio y el asesinato, poco más. Su vinculación con la francmasonería parece un lazo más de un individuo que se sirve de cualquier cosa para su medro particular, siendo un sayón sin miramientos. De hecho, el bandolero, como el resto de personas de aquel tiempo, se muestra profundamente religioso, no en vano, en ocasiones, los salteadores de los caminos aguardaban al infeliz caminante con el rosario en la mano[15].

Confrontarlo, como hace Morales García, con Rocaguinarda (Perot lo Lladre), el bandido generoso, salvado por su cambio de actitud, elevado a la perfección por el Cervantes que hace ir a Barcelona a don Quijote e indultado a instancias reales por el virrey de Cataluña, Pedro Manrique, llegando a ser capitán de un tercio en Nápoles y seguramente cercano al virrey, duque de Lemos, Pedro Fernández de Castro, protector de Cervantes, o con Serrallonga, el bandolero amable, tampoco es posible, Josep Pujol es justamente la antítesis, apareciendo con el más marcado contraste del personaje pseudorromántico que actúa con afanes aproximadamente sociales.

A pesar de lo dicho, Boquica ha tenido cierta suerte literaria, como se ha dicho, incluso recientemente, pues Martí Gironell firmó una novela, La venjança del bandoler (Columna, Barcelona, 2008, premio Nèstor Luján), en la que Josep Pujol es el protagonista, triste protagonista, por supuesto, y donde el autor traza con fineza las aristas del personaje.

 

Apéndice

 

En este apartado queremos presentar un documento excepcional guardado en la Base documental d’Història Contemporània de Catalunya. Guerra del Francès (1808-1814). Se trata de un anónimo titulado: Verdadera Relación del más bárbaro catalán José Pujol (alias) Boquica. Estampado en Barcelona en la imprenta de Rubió, sin autor ni fecha al pie. Dice así[16]:

 

Cuando España batallaba,

por su Rey y la Nación,

coronándose de gloria

destruyendo á Napoleón,

se hizo visible Boquica

más tirano que Nerón,

excediendo en sus crueldades

el más rabioso león.

Contra sus mismos paisanos

dirige su infiel pasión,

militando en las banderas

del injusto Emperador,

comandante de Briballa,

por su infamia a ser logró,

y de bárbaros traydores

su compañía formó.

En verter sangre inocente

complace su corazón,

ancianos, niños, mujeres

sacrifican sin razón,

y hasta con los sacerdotes

exercian su indignación,

sin velerles la alta gracia

de Ministros del Señor.

De hombre solo la experiencia tenia,

que á mi opinión

fue una furia del aberno

ó algun infernal dragón,

pues sus crueldades exceden

y asombran al mismo horror,

contra el benéfico Pueblo

que su existencia debió.

A una muger desdichada

quarenta onzas le robó,

y luego para consuelo

después de tanta aflicción,

mandó cortarle los pechos

con cuyo mortal dolor,

sólo tres horas de vida

su pena les permitió.

En Villamala robaron

hasta saciar su ambición,

dexando muchas familias

sin más amparo que Dios;

dirigiéronse rabiosos

al Párroco, y su furor,

parece que allí estrenaron

que al referirlo da horror.

Con hierro ardiendo las carnes

del Sacerdote abrazó,

y hecho un volcan las parrillas

a la espalda la aplicó,

dexándole ya por muerto

pero satisfecho no,

pues más allá de la vida

quisiera usar su rigor.

A casa de un payés entraron

a donde sin compasión

el tesoro le quitaron

que con afán el ganó;

y sin embargo con esto

su furia no se calmó,

pegaron fuego á la casa

y con la familia ardió.

A Blanes cierta vez fueron

y sin causa ni razon

un barco nuevo quemaron

por capricho ó diversion,

que costaria á lo menos

sin exageracion

treinta mil duros al dueño

que ni sólo lo estrenó.

Concluida ya esta escena

se fueron sin delación

a la Villa que pagase

una gran contribución,

y al irse dieron la muerte

a quantos la suerte dio

de encontrarse en el camino

porrque así le antojó.

A casa un amigo suyo

sus soldados envió,

á pedirle quatro onzas

que sin demora entregó

y despues del beneficio

otra vez les remitió

a que le diese la muerte

para pagarle el favor.

A un joven de trece años

sin la menor desazon,

le hizo romper las piernas

y al dolor le abandonó

siendo más que el de la muerte

el tormento pasó.

¡Quanto se ha visto entre humanos,

tan bárbara execución!

En suma toda su gloria

y su mayor diversión

era el robo, asesinato,

incendio y devastación,

reduciendo la indigencia

al llanto y desolación

mil inocentes familias

que causó la perdición.

Pero cuando Dios cansado

de sus maldades se halló,

puso término á sus iras

sus crueldades mitigó;

el Emperador de Francia

que era quien les protegió,

desde la cumbre más alta

hasta el abismo baxó.

Como el poder no existía

del que su infamia apoyó,

en Perpiñán le predieron

en casa del Gobernador,

y por los mismos franceses

á la España se entregó,

y en la plaza de Figueras

tantas maldades pagó.

En las manos del verdugo

en una horca sufrió,

la muerte más afrentosa

baxo el poder español,

esto es un breve resumen

de quanto el pasó,

porque no hay pluma que escriba

de sus hechos la unión.

Tomen exemplo los malos

pues éste aunque se escapó,

sus amigos le prendieron

que no se apoya al traydor,

quando no se necesita

y así le odian con razón

sus cómplices, y detestan

como a Boquica pasó.

 

Detalle de la imagen que presenta José María Bueno Carrera, Los franceses y sus aliados en España: 1808-1814, Ediciones Falcata, Madrid, 1996.

Antoni de Bofarull i Brocà, Historia crítica de la Guerra de la Independencia en Cataluña, editor F. Nacente, Barcelona, 1886, pág. 503.

[1] Jean Tulard, L’Europe au temps de Napoléon, Les Éditions de Cerf, Paris, 2020.

[2] El alias quizá le viniera por el hecho de tener los labios notablemente abultados, como se ve en la imagen de José María Bueno Carrera, Los franceses y sus aliados en España: 1808-1814, Ediciones Falcata, Madrid, 1996. Véase el detalle de la reproducción al final de este artículo. El profesor Morales García, Josep Pujol, àlies Boquica. bandidatge i guerra a la ratlla de França, Annals del Centre d’Estudis Comarcals del Ripollès, 2006-2007, pág. 293, discrepa de esta posibilidad, argumentando que sería debido a su escasa capacidad para mantener secretos.

[3] Antoni de Bofarull, en su Historia crítica de la Guerra de Independencia en Cataluña, editor F. Nacente, Barcelona, 1886, pág. 22, no duda en usar respecto a Boquica el término guerrillero, a pesar de que marca con conocimiento sus actividades, cosa que resulta, al menos, discutible.

[4] Existen discrepancias entre los historiadores al respecto, según alguno, Boquica no estuvo integrado en la Compañía de Cazadores Distinguidos. Morales García, opus cit., pág. 305.

[5] Journal de l’Empire, jeudi, 2 juillet 1812, p., 2.

[6] Guillermo Nuño Lozano, Cazadores de Montaña, Compañía de Esquiadores y Escaladores de Pamplona, 22.06.12, en línea.

[7] Francisco Morales García, La construcción del malvado después de la guerra de la independencia. El caso de Josep Pujol de Besalú (1778-1815), Hispania Nova, nº 10, 2012, pág. 7.

[8] Àngel Jiménez, en su Sant Feliu de Guíxols: el finançament de la guerra del francès, de juny a desembre de 1808, Estudis del Baix Empordà, Sant Feliu de Guíxols, 2009, vol. 28, destaca la figura de Massanas y lo trata de héroe, pero no llega a precisar en qué consistieron sus actos. Será Gerard Bussot, en El capità Narcís Massanas (1786-1811). Heroi guixolenc a la Guerra del Francès. Estudis Guixolencs, núm.5. Ajuntament de Sant Feliu de Guíxols. Servei de Publicacions i d Arxiu. 1989, quien revele algunos detalles interesantes de la biografía militar del capitán Massanas. Por otra parte, Víctor Balaguer en 1852 y Carles Rahola en 1922 tuvieron palabras para conmemorar al capitán, y Sant Feliu tampoco ha olvidado a su hijo, dedicándole una calle.

[9] Diario de Gerona, 26 de julio de 1809.

[10] Tal aspecto es crucial, pues el propio Fernando escribió una nota a Napoleón en respuesta a sus planes en la que le decía, literalmente: “no puedo hacer ni tratar nada sin el consentimiento de la nación española y por consiguiente de la Junta”. Fernández Miraflores, M. P. M. D., Documentos a los que se hace referencia en los Apuntes histórico-críticos sobre la revolución de España. Londres, Longman, Rees, Orme, Brown, Green and Longman, 1834, p. 11-12.

[11] Carles Rahola, Visions Històriques. «La fi d’en Boquica», Horta, Barcelona, 1927, pág., 69.

[12] Matías Ramisa Verdaguer, La ocupación española del Rosellón en 1815, Hispania, vol. LXXV, nº. 251, sept.-dic., 2015, pág. 731. Para seguir con precisión: AHN, Estado, Leg. 5242/1, cartas de 16 y 20 de mayo de 1815.

[13] Morales García, La construcción… opus cit., pág. 5.

[14] Idem, pág. 19.

[15] Maties Ramisa Verdaguer, Els catalans i el domini napoleònic (Catalunya vista pels oficials de l’exèrcit de Napoleó), Abadia de Montserrat, 1995, p. 181.

[16] Conservamos la ortografía de la época.

La Guerra de Sucesión Española, ¿una guerra inevitable? Los Tratados de Partición

Proyecto Tricentenario del Tratado de Viena de 1725 (1725-2025)
Autopsia a la Guerra de Sucesión Española, una Historia Crítica
Algunos Antecedentes
La Guerra de Sucesión Española, ¿una guerra inevitable?
Los Tratados de Partición
(Primera Parte)
Por Pablo Fernández Lanau – 4 de marzo, 2022
El 9 de julio de 1701 una carta real era remitida desde la Corte de Madrid al Consejo de Ciento de Barcelona (Consell de Cent). En esa misiva, el Rey Felipe V comunicaba al consistorio barcelonés su próxima visita a la ciudad; un viaje cuyos objetivos primordiales eran juntar Cortes y celebrar su casamiento con María Luisa Gabriela de Saboya.
Ese mismo día de 1701, a más de mil quinientos kilómetros de Madrid, en las proximidades del enclave de Carpi, localidad situada en la cuenca meridional del rio Po (Italia), a unos ciento ochenta kilómetros al sureste de la ciudad de Milán y a unos diez al norte de Módena; un ejército imperial comandado por el príncipe Eugenio de Saboya, que había atravesado los Alpes durante la primavera de ese mismo año en dirección al norte del Véneto, y otro de las dos coronas, bajo las órdenes del mariscal Catinat, libraban la que sería, a la postre, la primera batalla de una guerra que recién comenzaba: La Guerra de Sucesión Española. El enfrentamiento se produjo sin declaración previa de guerra entre los contendientes y fue solamente de tanteo; pero aún y así hubo varios centenares de bajas entre los más de 20.000 hombres que conformaban el grueso de ambos ejércitos. El resultado de la batalla sería ligeramente beneficioso para los imperiales, aunque no sería determinante.

TROPAS IMPERIALES
Tropas imperiales cruzando los Alpes bajo el mando del príncipe Eugenio, 1702. Grabado de cobre en color de 119,2×98,5cm. Archivo de Guerra y Colección de Cartas (Archivo Austriaco del Estado, Viena). Foto correspondiente a la exposición de El príncipe Eugenio y la Austria barroca, organizada en 1986 por la República de Austria y la provincia de la Baja Austria en el castillo de Niederweiden (50km al este de Viena)

Cincuenta y cuatro días más tarde, el 1 de septiembre de ese mismo año (1701), cinco días antes de que Felipe V saliera de Madrid en dirección a Barcelona para celebrar Cortes y contraer matrimonio, tropas franco-hispanas y saboyanas, ahora bajo el mando supremo del mariscal Villeroi, se enfrentaban de nuevo en el campo de batalla con el ejército imperial, que continuaba encontrándose bajo las órdenes del príncipe Eugenio. El
choque armado volvía a tener como escenario la cuenca fluvial del Po, ahora en su vertiente septentrional, a orillas del rio Oglio, en los alrededores de Chiari, una localidad situada al este de Milán, a tan sólo setenta kilómetros de distancia de la capital lombarda; un lugar que se encontraba bastante más al norte y hacia el oeste que Carpi, donde se produjo el combate del mes de julio. Este nuevo enfrentamiento fue de mayor magnitud que el anterior, pues los ejércitos de ambos contendientes aglutinaban más de 50.000 hombres en el campo de batalla, produciéndose alrededor de 4.000 bajas en el combate.
También en esta segunda confrontación el resultado volvió a favorecer los intereses imperiales, aunque tampoco tuviera una trascendencia definitiva, más allá de mostrar por segunda vez la superioridad del talento militar del príncipe Eugenio frente al de sus oponentes borbónicos. Tras esta última batalla ambos contendientes mantuvieron sus posiciones en la zona, vigilándose mutuamente y regresando posteriormente a sus bases o
acantonándose en el lugar, mientras se preparaban para invernar hasta la primavera del siguiente año, en la que comenzaría la próxima campaña militar.
El 7 de septiembre de ese mismo año, seis días después de esta última batalla, plenipotenciarios (representantes) del emperador Leopoldo I de Austria, del rey Guillermo III de Inglaterra y de los Estados Generales de las Provincias Unidas de los Países Bajos firmaron en la Haya un Tratado de Alianza con el compromiso de mantener una política conjunta para evitar la unión de Francia y España bajo un único gobierno.
La guerra era ya imparable.
Con estas dos batallas (Carpi y Chiari), protagonizadas por los ejércitos de Leopoldo I y de Luis XIV, comenzaba, de facto, una conflagración que alcanzaría con el paso del tiempo unas proporciones bélicas gigantescas y una dimensión política imponderable. Así pues, en ese año de 1701, un nuevo conflicto armado amenazaba con estallar en la Europa occidental de la época y, por extensión, en sus territorios de ultramar; un enfrentamiento que podía desarrollarse en muy distintos ámbitos y afectar territorialmente a muy diversos
teatros de operaciones, como así ocurriría. No habían transcurrido ni cuatro años de paz desde Ryswick, cuando de nuevo el monstruo de la guerra planeaba sobre el horizonte más inmediato de la vida de millones de personas.
Teniendo en cuenta que Luis XIV y Leopoldo I, junto con otros mandatarios europeos, habían acordado y firmado en 1697 el Tratado de Paz de Ryswick, que ponía fin a la Guerra de los Nueve Años, podríamos preguntarnos ¿por qué se lanzaron al combate en 1701 los ejércitos de ambos monarcas y precisamente en el norte de Italia? o , quizás también, ¿qué había ocurrido para que comenzase esta nueva guerra?, incluso preguntarnos ¿para qué había servido realmente Ryswick? Pero, sobre todo y más importante, existe una
pregunta que traspasa el espacio temporal de la Historia y todavía nos interpela contemporáneamente: ¿fue una guerra inevitable o se podía haber evitado?
Sin lugar a dudas, el fallecimiento sin descendencia de Carlos II en el Real Alcázar de Madrid, acaecido el 1 de noviembre de 1700, y el sentido de su testamento, en cuanto a la designación del heredero universal de la Monarquía Hispánica en la figura del duque de Anjou (nieto de Luis XIV), postergando a un segundo lugar irrelevante al archiduque Carlos de Austria, constituyeron el punto de partida del conflicto sucesorio que estaba a punto de estallar; sirviendo la aceptación por parte del monarca francés de la herencia de Carlos II como el detonante esgrimido como justificación por las partes litigantes sobre las nuevas hostilidades emprendidas en 1701 entre imperiales y borbónicos. Bien es cierto que, en no mucho tiempo, se incorporarían más adelante a la disputa otros intereses y unos cuantos mandatarios europeos más.
En cualquier caso, y volviendo a la pregunta que se plantea en este artículo, de si la Guerra de Sucesión Española pudo ser evitada o no, deberíamos remontarnos treinta y tres años atrás en el tiempo, para establecer así un primer punto de partida de lo que estaba sucediendo en ese verano de 1701 entre los ejércitos imperiales y borbónicos en el norte de la península itálica.
Corría el año de 1668 …
Tres años antes, en 1665, había fallecido a la edad de 60 años el monarca español Felipe IV. A su muerte, el único heredero legítimo y sucesor del trono era un niño de apenas cuatro años de edad; un infante de salud muy quebradiza y, previsiblemente, con una no muy prolongada esperanza de vida.
Desde la muerte de Felipe IV, su viuda, la reina Mariana de Austria (hermana mayor de Leopoldo I) gobierna en España como regente, auxiliada por un Consejo de Regencia hasta que su hijo Carlos (el futuro Carlos II), que así se llamaba el niño, alcanzase la mayoría de edad; tal y como había estipulado en su testamento el difunto monarca y como las leyes de sucesión monárquica contemplaban en España.
Eran tiempos convulsos para la monarquía española, que prolongaba también en la década de los años 60 del siglo XVII una crisis política, militar y económica de primer orden; en la que, por cierto, estaba instalada desde el comienzo de ese siglo o incluso desde algo antes.
Cerrada en 1659, temporalmente y con importantes concesiones, la postrera serie de guerras con Francia, que se habían prolongado durante los últimos 25 años, mediante la firma del Tratado de Paz de los Pirineos (incluida la resolución final del complicado conflicto que supuso para la Monarquía Hispánica la Guerra de Secesión de Cataluña), al inicio del sexto decenio del siglo, todavía quedaba pendiente de finiquitar la Guerra de Separación/Restauración de Portugal; cuyos últimos coletazos se prolongarían precisamente hasta ese 1668, año en que se firmaría el Tratado de Paz de Lisboa, en que se reconocería definitivamente la Independencia de Portugal de la Monarquía Hispánica.
Por si fuera poco, en mayo de 1667, Luis XIV invadió y ocupó con su ejército los Países Bajos españoles, apoderándose de varias plazas fortificadas, comenzando así un nuevo conflicto con España; utilizando el monarca francés como pretexto el adueñarse de lo que le correspondía a su esposa María Teresa de Austria (hija mayor de Felipe IV) como herencia, tras el fallecimiento de su padre. El momento escogido por el monarca francés no fue al azar, puesto que, después de aislar y bloquear a España diplomáticamente tanto de Suecia como en relación a los electorados alemanes del imperio y al propio emperador, contaba con la imposibilidad por parte de Inglaterra y de los Estados Generales de las Provincias Unidas de posicionarse e intervenir frente a su agresión, al hallarse inmersos ambos en un momento álgido de la última guerra desatada entre ellos, que ya se prolongaba desde 1665.
Así pues, llovía sobre mojado y los problemas para Mariana de Austria y el Consejo de Regencia se concatenaban. Cuando todavía no se había cerrado definitivamente la guerra con Portugal, comenzaba un nuevo conflicto con Francia, ahora, otra vez en Flandes.
Pues bien, en esta compleja coyuntura política y militar, un hecho trascendente que se mantuvo en secreto durante muchas décadas (hasta bien entrado el siglo XIX) vino a demostrar cuales eran los auténticos propósitos de las élites gobernantes de París y de Viena, en especial de sus dos monarcas; en cuanto a las verdaderas intenciones que albergaban ya entonces —1668— con respecto a su relación con la Monarquía Hispánica.

1. Retrato del emperador Leopoldo I Habsburgo (1640-1705), detalle. Pintura al óleo de 135 x 95 cm, anónimo (taller de Benjamin Block) pintado alrededor de 1670. Museo Nacional de Varsovia.
2. Retrato de Luis XIV, rey de Francia y de Navarra (1638-1715), detalle. Óleo sobre lienzo pintado alrededor de 1670, Palacio de Versalles; el original de Claude Lefèbvre, del que se deriva la pintura de Versalles, se encuentra en el Museo de Arte de Nueva Orleans (NOMA).

Tres años después de morir Felipe IV, a principios del año 1668, después de secretas e intensas negociaciones, que ya habían comenzado un año antes (en el invierno de 1667), Luis XIV y Leopoldo I deciden acordar un Tratado de Partición de los territorios pertenecientes a la Monarquía Hispánica, en caso de que el pequeño Carlos falleciera prematuramente y/o sin descendencia. El Tratado, fechado y firmado en Viena por los
plenipotenciarios de ambos monarcas el 19 de enero de 1668, fue ratificado por Luis XIV el 2 de febrero, mientras que Leopoldo I lo sancionó con su firma días más tarde, el 28 de ese mismo mes y año.
Después de abordar variadas propuestas y contrapropuestas elaboradas por los plenipotenciarios de ambas partes, con constantes tiras y aflojas transaccionales, así como de barajar diferentes canjes posibles de unos territorios por otros de la Monarquía Hispánica en función de las diferentes opciones que se fueron planteando a lo largo de la negociación; en el artículo tercero del texto definitivo del Tratado, Leopoldo I y Luis
XIV acordaron el reparto/partición de la Monarquía Hispánica entre ambos de la siguiente forma:
«La división de toda la herencia de la monarquía de España se hace y se lleva a cabo en este caso de la siguiente manera, a saber:
le toca y corresponde en la partición a su sagrada majestad imperial y a sus hijos,
herederos y sucesores, por su parte de la herencia, los reinos de España, excepto
los reservados que se mencionan extensamente en el párrafo de debajo; las Indias
occidentales; el ducado de Milán, con el derecho que depende de él para dar la
investidura del ducado de Siena; Final, los puertos denominados Longone, Hercole,
Orbitelle, y los otros puertos que están sometidos a la corona de España en las
costas del mar de Liguria, llamado ordinariamente mar de Toscana, hasta las
fronteras del reino de Nápoles, con sus dependencias; la isla de Cerdeña; las
Canarias; y las islas Baleares, llamadas vulgarmente Mallorca, Menorca e Ibiza.
Y le corresponde y pertenece a su sagrada majestad muy-cristiana y a sus
hijos, herederos y sucesores, por su parte de la herencia, todo lo que los Españoles
poseen en los Países Bajos, bajo el cual también entendemos la Borgoña, llamado
el Franco-Condado; las Islas Filipinas orientales; el Reino de Navarra, con sus
dependencias, tal como son hoy; el puerto de Rosas, con todas sus dependencias;
los lugares situados en las costas de África; los reinos de Nápoles y Sicilia, y sus
dependencias e islas adyacentes que hoy dependen de ella sin incluir, no obstante,
entre estas dependencias, los puertos denominados Longone, Hercole, Orbitelle, y
los lugares y puertos de dominación de España, que se sitúan desde Final hasta el
territorio y la frontera del reino de Nápoles.»
El Tratado contenía también un preámbulo y ocho artículos más. En el preámbulo se indicaba poco menos que ambos monarcas querían, a la hora de promover y firmar el tratado, procurar el bien de la cristiandad:
«estando persuadidos de que conviene a Sus Majestades más que a ningún otro rey en el mundo cristiano emplear todo su cuidado, su esfuerzo y su aplicación para procurar el bien de la cristiandad, para no omitir nada que pueda garantizar a su posteridad los males de la guerra». Mientras que en el resto de artículos se hablaba de la paz y la amistad firme y constante entre ambos monarcas; de un tratado eterno e inviolable para la utilidad pública; de darse apoyo y socorro mutuos para tomar posesión de la herencia repartida entre ambos en el tratado; de la expiración del tratado seis años después del posible nacimiento de un legítimo heredero de Carlos II y de la eventual negociación durante ese sexenio de una prolongación de los términos del tratado.
Cabe destacar, además, que, en el artículo segundo del Tratado, ambos monarcas establecen su compromiso mutuo para presionar a España con el objetivo de firmar una paz con Portugal y otra con la misma Francia. Debiendo establecer con el primero unas negociaciones de paz de rey a rey y con el segundo, cediéndole España a Francia Cambrai, el Cambresis y el ducado de Luxemburgo o, en su lugar, el Franco Condado, junto con
Douai, Aire, Saint-Omer, Bergues y Furnes. Como puede constatarse, era un tratado que contemplaba acuerdos tanto para los intereses al muy corto plazo como al medio y al largo, especialmente para Francia.
Es importante señalar, sin embargo, que el nudo gordiano de la negociación en el reparto fueron los territorios de Italia, a saber: el Milanesado, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Final y los presidios de la Toscana. Desde que se produjeran las primeras conversaciones sobre el reparto de la herencia española y hasta el último momento, la posición imperial se mostró inflexible en la pretensión de mantener para sí la totalidad de estos territorios, cediendo únicamente y sólo en parte, in extremis, el último día, ante la posibilidad cierta de que su
intransigencia en este punto diera al traste con la posibilidad de llegar a un acuerdo; ya que el negociador francés, el señor de Grémonville, siguiendo las instrucciones recibidas, no estaba dispuesto a firmar tratado alguno sin obtener para su monarca algún territorio italiano en la partición. Por su parte, el negociador imperial, el príncipe de Auersperg, estaba muy interesado en contar a título personal con el apoyo francés ante la Santa Sede para su candidatura a obtener una plaza cardenalicia, lo que ayudó en última instancia a reconsiderar por parte de los imperiales alguna de sus exigencias de máximos al respecto de los territorios italianos, cediendo finalmente en alguna de sus pretensiones.
Los territorios italianos españoles se convertían así en los grandes protagonistas de la negociación del Tratado y en el punto de más controversia en la elaboración de los términos del reparto; erigiéndose en los objetos más preciados del deseo de ambos monarcas. Finalmente, a Leopoldo I le quedarían asignados el ducado de Milán, el marquesado de Final y Cerdeña, así como los presidios de la Toscana; y a Luis XIV, los reinos de
Nápoles y Sicilia. Se ponía así de manifiesto el interés geoestratégico de ambos monarcas en tener presencia en la península itálica. No es de extrañar, por tanto, que los iniciales movimientos de tropas y los primeros enfrentamientos entre borbónicos e imperiales que se produjeron en 1701, que darían pie al inicio de la Guerra de Sucesión Española, fueran precisamente en territorios transalpinos del valle del Po, situados en el Milanesado y en Mantua.
Treinta y tres años después, nada había cambiado en este sentido; continuaban existiendo los mismos intereses y ambiciones de antaño.
Continuará …

EL PERDÓN REAL COMO INSTITUCIÓN EN LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA

EL PERDÓN REAL COMO INSTITUCIÓN EN LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA


Uno de los principales elementos que no maneja el nacionalismo a la hora de hacer historia es la lectura seria y consciente de las fuentes. A saber, en una pirueta más
de su acendrado uso de la manipulación, ignora elementos cruciales en las guerras del antiguo régimen, por ejemplo, el alcance y las propiedades políticas y económicas de la
benignidad del soberano.
Por eso se empeña en demostrar la maldad de Felipe V y se olvida de dar argumentos en contra de las autoridades de la Cataluña austracista y, singularmente, de los
próceres barceloneses que en 1714 buscaron abiertamente el suicidio físico y la destrucción general, en contra de la negociación, a la que en todo momento se avenía, no ya el rey, sino cuantos delegados, borbónicos e imperiales, tomaban contacto con la Barcelona asediada y sus prohombres, esto es, grupos de alta posición y de
acaudalados haberes, civiles o religiosos, que preferían el sacrificio general al convenio político, como habría sido perfectamente posible y del que da cuenta el inmenso
arsenal de noticias llegadas hasta nuestros días. Valga de ejemplo el perdón que tras la rendición de Gerona al duque de Noailles ordenó publicar Felipe V en forma de edicto
el 30 de marzo de 1713.
En efecto, la clemencia real se fundamenta, no sólo en el acrisolado amor a los ciudadanos que manifiesta el soberano de manera abierta y abundante, aunque quizás
retórica, sino en los innumerables beneficios que comporta a la Real Hacienda una sociedad bien asentada, que prospera y genera riqueza, y cuyas cargas impositivas
van a parar al patrimonio de ese mismo soberano.
Sin embargo, podría ser, al menos hasta un determinado punto, que Felipe V mantuviera vivos unos especiales vínculos de amistad con Barcelona, al fin y al cabo,
inmediatamente después de su proclamación en Madrid, había sido recibido en la catedral barcelonesa el 11 de marzo de 1701 por los consellers y con fervoroso aplauso
de los ciudadanos, y se había encontrado con la princesa María Luisa de Saboya en el monasterio ampurdanés de Santa María de Vilabertrán el 3 de noviembre, celebrando
sus esponsales en el Palau Reial, dado que el contrato matrimonial se había firmado por poderes en el Duomo de Turín. A los pocos días, Felipe V abrió las Cortes catalanas, que no se reunían desde hacía muchos años, y juró constituciones y privilegios en el Salón del Tinell, otorgando a Barcelona el privilegio de ser puerto franco en la recepción de mercaderías procedentes de las Indias, y poniéndola en pie de igual con Cádiz. Clausuradas las cortes el 14 de enero de 1702 con una misa en la iglesia de Sant Francesc, los consellers encargaron una obra a Francisco Valls, quizá uno de los mejores músicos de su tiempo, que desarrolló un tema de corte italiano por
deferencia a la reina, a pesar de que en cierto momento de la interpretación se salió del canon establecido con algunos arpegios sorprendentes. Todos esos detalles, y
otros que no citamos, pudieran haber motivado la indulgencia que manifestó a lo largo de la guerra de Sucesión hacia Barcelona y sus ciudadanos y, sobre todo, al final de la contienda. La clemencia real tiene un fundamente hacendístico, sin duda, pero en el caso que nos ocupa quizá también sentimental, dadas las circunstancias.
Ese es el motivo que hace verosímil el hecho de que las tropas del duque de Berwick no entraran a degüello y saqueo en la Barcelona vencida de septiembre de 1714.
Por otra parte, dicha posibilidad, el botín, lejos de ser una venganza, era una parte sustancial que los estamentos militares tenían asignada para sus respectivos emolumentos, por eso el duque tuvo que ponerse muy firme ante sus propias tropas cuando se produjo la rendición.
En una palabra, en virtud de la preservación de la ciudad, sus moradores y sus bienes, las tropas, y todo hay que decirlo, después de una larguísima guerra de trece años,
no iban a obtener la merced principal de su esfuerzo militar. De esta forma, el principio prácticamente consagrado de la economía de guerra —y más tratándose de una ciudad como la Barcelona de principios del XVIII—, o sea, el cambio de propietario por vía de
conquista de determinados bienes y hasta de determinadas personas —recuérdese que, en la Barcelona de entonces, igual que en otras ciudades españolas y europeas, había
esclavos y esclavas―, se convertía en nada, despreciándose de ese modo uno de los elementos coadyuvantes de la guerra antigua. Hemos dicho de la guerra antigua y faltaría por ver si no es de la guerra de cualquier momento histórico, pero ese es asunto que no tocaremos por ahora.
El pensamiento nacionalista ―si puede llamarse así y no se incurre en oxímoron―, y cuya matriz no es otra que un desaforado romanticismo capaz de olvidar los principios
más elementales de la convivencia y de sus beneficios, exalta a los que considera propios hasta extremos furiosos, olvidando estos mecanismos, tergiversando lo que podría ir en beneficio de la autoridad real y perpetrando un escandaloso anacronismo al presentar la realidad de las guerras del antiguo régimen como contiendas actuales, y
arrinconando lo esencial, la perspectiva.
Por tanto, y en vista de lo dicho, la autoridad del duque de Berwick tuvo que ser muy marcada y muy duras las advertencias y prevenciones como para dejar a sus
soldados sin botín, ya que, en definitiva, suponía romper la base mercantil de la guerra. Y arriesgándose también, y en último término, a un levantamiento en las propias filas
que James Fitz-James Stuart, hijo natural del depuesto Jacobo II de Inglaterra y general de Luis XIV, y antes duque de Berwick, supo manejar con sorprendente
habilidad.
En definitiva, previamente a que se produjeran los acontecimientos de mediados de septiembre de 1714, hay edictos en los que se hace especial mención de olvidos y
perdones y de diferentes ofertas reales, directamente emitidos por Felipe V, que jamás aparecen más que como meros elementos huecos en la prosa nacionalista, cuando
en realidad representan la voluntad de los oficiales del rey y del mismo monarca para que se desista de una empresa imposible, la defensa a ultranza y la inmolación física y
política de una ciudad y de sus miles de habitantes.
A saber, cuando Berwick toma el mando del ejército borbónico y una vez el general Vendôme ha fallecido en Vinaroz a causa de una indigestión en 1712, no va a actuar
en las capitulaciones de ciudades de forma aniquiladora, sino todo lo contrario, intentando que las autoridades, en este caso barcelonesas ―dado que está, y lo sabe, en el postrer tramo de la guerra―, entren en razón y, sustituyendo al duque de Populi, esto es, dejando un año desde la firma de la rendición en Utrecht de los
plenipotenciarios de Carlos VI y la retirada de las fuerzas austríacas desde Hospitalet a Badalona. En definitiva, da un extenso plazo para una rendición absolutamente
irregular, sobre todo si se atiende a que la ciudad, junto con la fortaleza de Cardona, está sitiada y no tiene en ningún sentido condiciones para la defensa.
Por otra parte, existía un precedente relativamente reciente, y acaso ahí depositaban su confianza las autoridades catalanas. El rey Felipe IV había perdonado y olvidado la traición de los catalanes ―tales eran los términos y tal era su prerrogativa como monarca―, cuando en 1640 Pau Claris proclamó en nombre de la Diputación del General de Cataluña a Luis XIII, rey de Francia, como conde de Barcelona, volviendo en 1652 a la corona española tras la rendición de las tropas defensoras con la entrada del príncipe don Juan José de Austria en la capital, ocurrida sin apenas impedimento y con la manifiesta aquiescencia de la población: hambrienta, cansada de la guerra que se desarrolló entre partidarios de uno y otro bando y harta de soportar combates entre los
ejércitos franceses y españoles. Una de las condiciones de la capitulación, amén de la confirmación de las constituciones de Cataluña, era el perdón real, que se otorgó en octubre.
Quizás aquel modelo pudo figurar en 1714 como elemento adyuvante en las decisiones de los diferentes brazos en la defensa de Barcelona, al fin y al cabo, la lealtad a la
corona española se había truncado por espacio de aproximadamente los mismos años. Ahora bien ―y aquí sí difiere y mucho el relato, torciendo cualquier semejanza―, cuando don Juan José pisó Barcelona, salvo un asedio menor, las tropas habían combatido poco, la Paz de Westfalia había sido firmada recientemente y los
franceses estaban en retirada desde la victoria de Lérida de 1642 y, sobre todo, el mariscal La Mothe, responsable de la defensa de Barcelona, tenía serios problemas con el cardenal Mazarino ―ministro de estado y corregente junto a la reina viuda Ana de Austria―, habiendo sido destituido, encarcelado y después perdonado. La llegada
del príncipe a Barcelona fue, por tanto, un escenario en gran medida pactado, cuyo colofón se produjo en el Tratado de los Pirineos de 1659.
Todo ello, convenientemente reunido y eficazmente
explicado, cambia por completo la visión que se ofrece de los acontecimientos de esa época. Además, justo es decirlo, conviene presentar estos hechos en comparación
y junto a sucesos semejantes que ocurren en conflictos similares a lo largo de la Europa de finales del Barroco y que todavía no ha alcanzado las Luces. Valgan como ejemplo, y en el lado austríaco, el sitio de Belgrado de 1688 por el príncipe Eugenio de Saboya, el asalto de Azov por el ejército de Pedro I el Grande en 1696 ―donde no
pudo sujetar a los cosacos, que saquearon cuanto quisieron― o la orden de quemar Madrid dada por el general Stanhope antes de caer prisionero en Brihuega en
1710.
En definitiva, ciudades populosas sometidas a asedios prolongados cuya actitud fue, obviamente, muy diferente.
En esos casos se trataba, qué duda cabe, de otros políticos y de circunstancias diferentes, esto es, de autoridades capaces de entender que el suicidio colectivo, como
hubiera sido perfectamente posible en Barcelona, no era una opción.
Y a modo de coda, sirva también referir que al día siguiente de la entrada del ejército de las dos Coronas en Barcelona se abrieron las tiendas y sus habitantespudieron moverse por una ciudad en la que el lado norte, esto es, lo que hoy es la Vía Layetana y el Borne, había sufrido los daños del asalto. Con todo, a pesar de la
derrota, hubo mercado.

López Obrador y la conquista de México

López Obrador y la conquista de México

«Apenas Cortés deje de ser un mito ahistórico y se convierta en lo que es realmente- un personaje histórico- los mexicanos podrán verse a sí mismos con una mirada más clara, generosa y serena” Octavio Paz

Toda conquista comporta inevitablemente violencias, atrocidades y matanzas sin cuento. Los grandes imperios nunca se construyeron pacíficamente, sino a sangre y fuego, dominando por la fuerza, con la espada o el cañón, a otros pueblos. España no fue en este sentido una excepción, como tampoco lo fue Roma hace más de veinte siglos. En la historia de España que nos han enseñado durante generaciones, Viriato, aquel “pastor lusitano”, era el héroe de la resistencia hispana frente al invasor y opresor, Y, sin embargo, ¿quién de nosotros no piensa hoy que, con su incorporación a Roma, Hispania no pasó, de constituir un conglomerado de tribus salvajes desunidas, a formar parte de un conjunto geográfico-cultural que estaba a la cabeza del mundo civilizado del hemisferio occidental?

Salvando las distancias en el tiempo y en el espacio, la conquista española de América, y más concretamente, la de Nueva España, como denominaron los españoles al antiguo México, tampoco estuvo exenta de todo tipo de atrocidades y matanzas.” En 2021 se cumplirán 500 años de la conquista de México-Technotitlán por Hernán Cortés, y el personaje sigue siendo objeto de polémica, ya sea para exaltarlo o para denostarlo. Y también periódicamente surge, como un eterno ritornelo la cuestión de que la ex potencia colonial pida “perdón” por las atrocidades que cometieron los conquistadores. En este sentido, se mencionan los casos de diversos países que pidieron perdón a sus antiguas colonias o a comunidades étnico-religiosas a las que persiguieron o intentaron exterminar.

Hace años, más concretamente en 1992, los medios se hicieron eco de una petición al rey de España, Juan Carlos I, de que pidiera “perdón” a los judíos por el decreto de expulsión de 1492. En su visita a la Sinagoga de Madrid el 31 de marzo de 1992, Juan Carlos I pronunció un discurso en el que lamentaba la intolerancia y el sectarismo religioso de siglos pasados y reconocía la gran aportación de los sefardíes a la cultura española y al mantenimiento del español (el “ladino”) en el mundo. De otro lado, en 2015, siendo Mariano Rajoy presidente del gobierno, las Cortes españolas aprobaron por unanimidad la ley 12/2015, por la que se reconocía la nacionalidad española a los judíos sefardíes. ¿No es acaso ésta una medida concreta mucho más reparadora que la de “pedir perdón”?

Siempre me ha parecido que eso de “pedir perdón” era un gesto, sin la menor trascendencia, únicamente para la galería, y que mucho más trascendental sería mantener con el país al que se pretende “desagraviar” unos estrechos vínculos de amistad y unos intercambios comerciales y culturales en condiciones de igualdad. Creo que juzgar con criterios de nuestro tiempo hechos ocurridos hace siglos y exigir del jefe del Estado actual que pida perdón por lo que hicieron sus antepasados en 1521, en este caso, el emperador Carlos V, es un gesto de pura demagogia, destinado fundamentalmente a ganar el favor de la población del país que sufrió antaño el supuesto “agravio”. En 1492, con motivo del V Centenario, Juan Carlos I, sin pedir expresamente perdón por la conquista de América, sí manifestó ya en más de una ocasión su pesar por las injusticias y agravios cometidos en esos tiempos.

Si el caso de México fue en el pasado y durante décadas el ejemplo de país americano más hostil a la acción de España en América- no hay más que ver los impresionantes murales de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Clemente Orozco sobre la conquista de México-, esta actitud de profunda animadversión parecía haberse atenuado con los años, en los que la investigación histórica se propuso abordar e interpretar los hechos sobre bases científicas, y no acomodándolos a intereses ajenos a la verdad histórica.

Matanzas hubo como en toda conquista, pero, como han demostrado las investigaciones basadas en fuentes fidedignas, la población indígena sufrió a lo largo del siglo XVI una serie de plagas y epidemias que la diezmaron. Los indios de América no estaban inmunizados contra ciertas pestilencias para las que no se conocían curas, y que, junto con las guerras y los trabajos excesivos, contribuyeron a su descenso espectacular. Ya en 1520, durante el asedio a México-Technotitlán, la primera plaga, la viruela, que causó en algunas provincias la muerte de la mitad de la población, incluida la muerte de Cuitléhuac, sucesor de Moctezuma antes de Cuauhtémoc. El padre Mendieta, citado por el historiador mexicano José Luis Martínez, enumera las incontables plagas que se abatieron sobre la población nativa: hacia 1531, el sarampión, que causó asimismo muchas muertes; en 1545, lo que los indios llamaban “cocoliztle , que pudiera ser una especie de influenza, de la que murieron en Tlaxcala 150.000 indios, y en Cholula, 100.000; en 1564 otra epidemia causó asimismo enorme mortandad; en 1576 y en 1588, una enfermedad que pudo haber sido el tifus, y, en 1595 y 1596, una epidemia de “sarampión, paperas y tabardillo” dejó poca gente con vida. Según el hispanista francés Pierre Chaunu, citado por José Luis Martínez, el “choque microbiano y viral” fue responsable en un 90% de la caída radical de la población india en el conjunto entonces conocido de América. De 80 millones en 1520 descendió a 10 millones en 1565-1570, lo que equivale a un hundimiento de la quinta parte de la humanidad de la época.

Si, para algunos, la acción de los conquistadores fue brutal y rapaz, y los autóctonos, unas víctimas, cuyo pasado y cultura se exalta e idealiza, otros presentan la conquista como una sucesión de hechos heroicos, que tuvieron como protagonista a Hernán Cortés, gracias a cuya victoria sobre pueblos bárbaros y sanguinarios, como los aztecas, los mexicanos pudieron incorporarse a la cultura y la civilización occidentales. Estas dos actitudes dominaron y siguen dominando la historiografía sobre la conquista de México, tanto entre los historiadores de la época- Francisco López de Gómara (pro-Cortés) y Bartolomé de las Casas (contra Cortés), como entre historiadores de nuestro tiempo: Eulalia Guzmán (contra Cortés) y Salvador de Madariaga (pro-Cortés).

Las posiciones apologéticas o condenatorias de la conquista difícilmente ayudarán a conocer mejor el pasado. Una vía intermedia consiste en ir a los documentos de los cronistas de la época que, junto con las investigaciones en diferentes archivos- fundamentalmente el Archivo General de la Nación de México y el Archivo de Indias, de Sevilla- contribuirán a un análisis e interpretación científica de los hechos.

Entre los cronistas de la época, cabe mencionar en primer lugar las Cartas de relación del propio Hernán Cortés, amén de otros documentos también de éste, como las Ordenanzas de gobierno, fundamentales para conocer la organización de la Nueva España; la Historia de la conquista de México, de Francisco López de Gómara, que, aunque nunca estuvo en las Indias, escribió su relato basándose en informaciones proporcionadas por el propio conquistador; y la Historia General de la conquista de Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, en la que el autor, un simple soldado, sin denostar ni mucho menos a Hernán Cortés, considera la conquista como una obra colectiva, y no como las meras hazañas de un solo hombre.

Bernal Díaz del Castillo, a quien Carlos Fuentes califica de “primer novelista americano”, escribió su obra en 1568, cuando tenía unos ochenta y cuatro años , es decir, transcurridos casi cincuenta años de los hechos que narra. Construye su relato a base de recuerdos, de imágenes que quedaron grabadas para siempre en su mente de joven soldado, cuando participó en la conquista de México junto a Hernán Cortés. Magníficos son los retratos que Bernal Díaz del Castillo traza de Motecuhzoma (Moctezuma) y de Cuauhtémoc, y no lo son menos las descripciones que hace de la Noche Triste y de la posterior batalla de Otumba, en la que las fuerzas de Cortés, junto a sus aliados tlaxcaltecas, vencen a los aztecas. Como señala Carlos Fuentes, la descripción que hace el cronista de la entrada de él y sus compañeros en la capital azteca en 1519 es una “mezcla de historia y ficción”: “Nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís… y algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían, si era entre sueños”.

Junto a los relatos de la conquista hechos por españoles, tenemos también los testimonios de los vencidos, procedentes fundamentalmente de los pueblos azteca y maya. Consignados en códices y en relaciones escritas en náhualtl y en español, los testimonios aztecas más antiguos se encuentran en la parte final de la Relación de Tlatelolco de 1528, en la que describen el sitio y la rendición de México-Tenochtitlán. Relato impresionante, desgarrador, al que vienen a sumarse otros recogidos en el libro XII de la Historia General de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, con versiones en náhuatl y en español, que nos dan una visión de los hechos desde el punto de vista de los nativos. Señalemos de pasada que no es muy común que el pueblo conquistador dé voz al pueblo vencido.

La gran reconciliación de México y España se produjo después de la guerra de 1936-39, cuando México acogió a miles de refugiados republicanos españoles. Desde que el 13 de junio de 1939 el barco Sinaia tocaba tierra en Veracruz fueron miles los exiliados españoles que México acogió, gracias a su presidente Lázaro Cárdenas, cuyo mandato se extendió de 1934 a 1940. A este primer barco siguieron otros que trasladaron hasta 1942 a la tierra de asilo que fue México a unos 25.000 españoles. De éstos, la inmigración intelectual representó aproximadamente un 25% del total.

El exilio republicano en México, con sus profesores universitarios en diversas ramas del saber- eminentes historiadores y juristas como Rafael Altamira y Wenceslao Roces- sus profesionales en diversas esferas de actividad- ingenieros, médicos, sus artistas y escritores- poetas como Luis Cernuda y León Felipe o novelistas como Max Aub-, filósofos como José Gaos-, contribuyó enormemente a enriquecer el nivel cultural del país, como así lo han reconocido sin excepción los diferentes gobernantes mexicanos que se han sucedido a la cabeza de la nación.

Por citar un ejemplo, el hoy famoso Colegio de México, uno de los centros de investigación más famosos del mundo de habla española, tuvo su origen en la Casa de España, en cuya creación participaron eximios representantes de los intelectuales republicanos españoles. Si el exilio republicano estará eternamente agradecido a México por su generosa acogida, México también lo está a los republicanos españoles por su importante contribución a la vida económica y cultural del país.

Como toda conquista, la de América comportó sin duda muchas atrocidades y matanzas, pero también es muy cierto que España dio a América una lengua que hoy hablan 600 millones de personas en el mundo, y que sirve a los diferentes pueblos indígenas de lengua vehicular para comunicarse. Como dijo Carlos Fuentes, “el castellano es la lengua franca de la indianidad americana”. El México actual tiene más de 130 millones de habitantes, de los cuales 11 millones son indígenas (casi el 10% de la población total), pertenecientes a 68 pueblos originarios.

Como toda conquista, la de América, comportó sin duda muchas atrocidades y matanzas, pero también es muy cierto que España dio a América las primeras universidades- la de San Marcos de Lima y la de México, ambas fundadas en 1551.

Como toda conquista, la de América comportó su duda muchas atrocidades y matanzas, pero también es muy cierto que España dio a América las Leyes de Indias, es decir la legislación destinada a regular la vida económica, política y social de los territorios de ultramar, incluidas las leyes que tenían por objeto otorgar derechos a la población indígena frente a los abusos que se estaban cometiendo.

Hoy día, el pueblo mexicano es fundamentalmente un pueblo mestizo, de español y de indio, aunque existen también importantes núcleos de población de origen ya sea español o de otros países europeos. Éste es el caso del actual presidente de México Andrés Manuel Obrador, vulgarmente conocido como AMLO, de origen español, más concretamente santanderino, y de su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, de padre mexicano de origen español y madre chilena de origen alemán.

Después de transitar por diversas izquierdas, López Obrador fundó el partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que lo llevó a la presidencia e la nación en diciembre de 2018. Viudo de su primera esposa, se casó en octubre de 2006, en segundas nupcias, con Beatriz Gutiérrez Müller, periodista, escritora e investigadora. La figura de primera dama de México fue suprimida a instancias de la esposa del presidente López Obrador, por considerar que en México no debería haber mujeres de primera ni de segunda, siendo para ella lo importante ejercer de profesora universitaria y de investigadora. Beatriz Gutiérrez Mûller es autora de un trabajo de investigación sobre “El arte de la memoria en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, que pasó sin pena ni gloria, pues los tópicos sobre las brutalidades de la conquista no son nuevas y han servido, particularmente desde el siglo XIX, para alimentar el nacionalismo mexicano.

¿Por qué precisamente ahora el presidente mexicano ha sacado a relucir este mantra del “pedir perdón”? Cabrían muchas respuestas. No queremos creer, como han sostenido algunos medios españoles, que la razón principal radica en que la esposa de López Obrador buscaba desesperadamente darse a conocer como investigadora, sobre todo por su trabajo sobre la Historia verdadera de la conquista de Nueva España, y que la mejor manera de conseguirlo sería que México, por boca de su presidente, exigiera al rey de España “pedir perdón” por la conquista de América.

Otra explicación, más política, sería que López Obrador, dada su trayectoria de hombre de izquierdas, ante la proximidad de 2021, quinto centenario de la conquista de México en 1521, y del bicentenario de la independencia de México de España, en 1821, no podía dejar pasar la ocasión de hacer suya una petición que se suele considerar indisociable de todo político progresista. Aunque faltan dos años para 2021, la llegada de los españoles a la Nueva España se produjo en 1519. Pero hay cada vez más la convicción de que esta ocurrencia de López Obrador es sencillamente una cortina de humo para desviar la atención de toda una serie de temas incómodos para el gobierno, como la ley de reforma educativa y varios casos de corrupción.

A este respecto son interesantes las declaraciones de Jorge Chabat, analista de política exterior y profesor del Centro de Investigaciones y Docencia Económicas (CIDE) a propósito de la carta de López Obrador al rey de España. Para Chabat, la petición de López Obrador no va a tener un impacto importante. Lo considera más una anécdota que un tema trascendente. Se trata de un truco muy viejo de la política, pero sin efectos reales en la política del país.

A estas maniobras de diversión en el más puro estilo populista suelen recurrir muchos políticos cuando se encuentran con problemas interiores, a los que resulta difícil o complicado dar solución. Lo fácil es desviar la atención hacia temas polémicos, susceptibles de levantar pasiones. Pero hoy la gente no está ya por la labor, no está dispuesta a entrar en este juego, a dejarse embaucar con frases rimbombantes para ocultar los problemas y dificultades a que tiene que hacer frente en su vida cotidiana. La carta de López Obrador al rey. de España no tendrá mucho recorrido, y, como dice Jorge Chabat, no pasará de pura anécdota. Puede que de rebote la esposa de López Obrador se dé a conocer como investigadora.

BIBLIOGRAFÍA

CASAS, Bartolomé, de las (fray), Los indios de México y Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1982

CORTÉS, Hernán, Cartas y documentos, Editorial Porrúa, México, 1963

DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal, Historia de la conquista de Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1986

FUENTES, Carlos, La gran novela latinoamericana, Editorial Alfaguara, Madrid, 2011.

LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco, Historia de la conquista de México, Editorial Porrúa, México, 1988

MADARIAGA, Salvador de, Hernán Cortés, Editorial Hermes, México, 1855

MARTÍNEZ, José Luis, Hernán Cortés, Universidad Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1990

SAHAGÚN, Bernardino de (fray), Historia General de las cosas de Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1989

Entrevista a Jorge Chabat:

https://cnnespanol.cnn.com/video/mexico-amlo-entrevista-jorge-chabat-fernando-del-rincon-conclusiones/

Artículo publicado en:

López Obrador y la conquista de México

UN CONFLICTO CONTRA LA LENGUA ESPAÑOLA. DESDE LA HISTORIA A LA REFLEXIÓN POLÍTICA.

UN CONFLICTO CONTRA LA LENGUA ESPAÑOLA. DESDE LA HISTORIA A LA REFLEXIÓN POLÍTICA.

La lucha por la inclusión de la lengua catalana tiene tras de sí una historia que es conveniente recordar. Como es necesario recordar en que derivó esta cuestión con el paso de los años hasta hoy en día.

En el tardo-franquismo y la primera etapa de la transición dos corrientes pedagógicas concurrían en esos fines. La liderada por María Rubies, fundador de la Escola Espiga, próxima a tesis nacionalistas de derechas y la encabezada por Marta Mata, fundadora del movimiento Rosa Sensat, próxima al PSC. Ambas coincidían en empezar la enseñanza primaria en la lengua materna, se referían al catalán, y luego ir incrementando la otra lengua oficial hasta llegar a secundaria con un equilibrio entre ellas. Esta postura era defendida especialmente por Marta Mata que había vivido el bilingüismo de la Segunda República. Por otra parte, números pedagogos de aquella época manifestaban que era un “crimen” enseñar en la escuela a los niños en una lengua distinta a la materna en cuanto que les provocaba fracaso escolar y problemas psicológicos.

Los cursos de la Escuela de Verano de 1976 vieron la llegada de dos ideas fundamentales y ampliamente aceptadas, enseñanza en lengua materna y bilingüismo escolar de integración, sin separación de alumnos por motivos de lengua.

Estos postulados se olvidan a partir de 1980, con Pujol asentado en la Presidencia de la Generalitat. La izquierda que estaba haciendo una labor de llevar el catalán al cinturón rojo de Barcelona de una forma amable acepta los planteamientos nacionalistas, propios de la derecha, y se inicia un camino de implantación del esa lengua contra la otra oficial, el castellano.

El decreto 270/1982 permitía a los centros utilizar una única lengua vehicular en todas las materias (catalán o castellano). Otro decreto, el 362/1983, incluía una generalización del modelo solo en catalán para extenderlo en los siguientes años. Este último decreto fue modificado a instancias del gobierno de Felipe González para incluir, al menos, una asignatura en castellano, algo así como el manido 25%. En todo caso no se cumplía siempre. En 1a Ley de Normalización Lingüística de 7 de Abril de 1983 se comenzaba la inmersión en las escuelas que asó lo solicitaban.

Las presiones de todo tipo a los profesores castellanohablantes, incluida la terrorista, como fue el atentado a Jiménez Losantos, miembro significativo del Manifiesto de los 2300, fundado el 25-1-1981 para defender los derechos de los profesores castellanohablantes, fueron una tónica generalizada y continua en el tiempo. Desde 1983 los profesores que no enseñaban en catalán y no había superado la prueba en este idioma, empezaron a recibir telegramas de la Generalitat instándoles a pedir traslado fuera de Cataluña, de forma inmediata, sino se haría de oficio y sin elegir destino y sin darles otra oportunidad al respecto. En 1984 ya habían abandonado Cataluña más de 14.000 profesores, muchos de ellos, destacados luchadores antifranquistas.

El Plan 2000 de Pujol, publicado en 1990, era una vuelta de tuerca más en el proceso no ya de “catalanización” de la sociedad sino de nacionalización uniformadora en pro, claro, de la única nación, la catalana. El PP no tenía apenas implantación en el tejido asociativo de Cataluña y tampoco se opuso. El PSC e Iniciativa, la izquierda, no solo no se opusieron sino que, una vez más, adoptaron ese programa como meros cómplices del nacionalismo.

Llegaban así, en la década de los 90, los decretos de inmersión de 1992, que desarrollan la LOGSE en Catalunya. El decreto 75/1992 es el primer texto que manifiesta que el catalán «se utilizará normalmente como lengua vehicular y de aprendizaje» (Decreto 75/1992)

A partir de la Ley de Política Lingüística de la Generalitat, 1998, se implantaba definitivamente la inmersión sólo en una lengua. Dicha ley no fue recurrida a instancias superiores por el entonces Presidente del Gobierno de España, José María Aznar. Sus pactos con el ínclito Jordi Pujol lo impedían. El Estatut de 2006 venía a reafirmar estos postulados.

Toda esta legislación era imprecisa a la hora ejecutarse para permitir así una inmersión por la vía de los hechos consumados. El Tribunal Constitucional ya advertía en sentencia del 2010 que si había un derecho a recibir la educación en catalán también existía a hacerlo en castellano y exigía la “reintroducción” del castellano en todos los cursos aunque correspondía a la Generalitat fijar el porcentaje. Cosa que nunca hizo y que ha obligado a pronunciarse de nuevo a los tribunales de justicia

En 2012, el Presidente Mas inicia el llamado “procés” de independencia utilizando, como ya sucedía desde los 80, la lengua como arma política.

La lucha contra esta imposición excluyente venía de la sociedad civil con una serie de asociaciones que sin ningún apoyo institucional se manifestaban por unos derechos fundamentales o acompañaban a familias en sus denuncias a la justicia para obtener clases en español. Hablamos de Convivencia Cívica Catalana, Asociación por la Tolerancia, Asociación por una Escuela Bilingüe, Hablamos Español, Sociedad Civil Catalana, entre otras. Desde el punto de vista político comenzó a actuar en esta tema Ciudadanos hasta el punto que uno de los ataques que desde el independentismo se hace a esta formación es, según sus planteamientos, su nacimiento para atacar la lengua catalana. Años más tarde se sumaría tímidamente el PP y posteriormente VOX. El PSC y el resto de la izquierda, tampoco entraron en esta defensa, al contrario, estuvieron y están al lado de la inmersión. Los sindicatos de clase, CC.OO., UGT, USTEC-STEs, y los procedentes del nacionalismo apoyaron en todo momento los planteamientos excluyentes perjudicando así a quien dicen defender, la clase trabajadora. Otras fuerzas sindicales se apartaron de esta postura, hablamos de CSIF, ANPE o AMES.

La valentía de ciertas familias que acudían y acuden a los tribunales ha conseguido diversas sentencias de TSJC donde se sanciona algo tan obvio que una lengua oficial como el castellano sea también vehicular en la enseñanza. El Tribunal Supremo ha dictaminado sobre el asunto no admitiendo el recurso de casación interpuesto por la Generalitat de Cataluña. Recordemos que el auto del alto tribunal está acorde con el artículo 3 de la Constitución y el art. 6.2 del vigente Estatuto de Autonomía de Cataluña. Pero no hay que olvidar el alto coste que para muchas de esas familias ha significado tal “osadía”. El acoso puro y duro de la comunidad educativa y política del lugar está en estos costes. Un ejemplo sería la familia de Balaguer que en 2015 hubo de salir de esta población tras obtener de la justicia ese 25% para la educación de sus hijos. Perdieron el negoción que regentaban, emigrar a otro lugar y escolarizar a los niños en otra escuela. Las manifestaciones, con menores incluidos, contra dicha familia fueron realmente repugnantes para una democracia del siglo XXI. En estos momentos está pasando lo mismo a una familia de Canet de Mar por ganar en los juzgados lo que la Generalitat deniega a sus hijos. Y seguimos con la vergüenza del acoso incluso de profesores que dicen textualmente en redes sociales: “M’apunto anar a apedregar la casa d’aquest nen! Que se’n vagin fora de Catalunya. No volem supremacistes castellans que ens odien” (twiter, 4-12-2021) o «Apartheid a la família que vol destruir la nostra escola i el nostre model. No són benvingudes atès que no estimen a Catalunya. Ja poden marxar-se per on hagin vingut». Estos twuits han tenido muchos re-twuits, son son casos aislados. La reacción del gobierno nacionalista ha sido la esperada. Como no les satisface la disposición del Supremo instan a la rebelión, el no cumplimento y otras lindezas a las que nos tienen acostumbrados. El consejero de Educación envió una carta a los profesores de primaria y secundaria para que no cumplan la justicia. Cumplimiento que se realizaría simplemente impartiendo otra asignatura, además de Lengua Castellana, en español. La cuestión es lo suficientemente grave como para provocar la intervención de la Alta Inspección Educativa, el ministro de Educación o el propio Presidente del Gobierno que debería cesar a dicho consejero si no rectifica de inmediato. Aunque ya sabemos en qué parámetros se mueve y qué aliados tiene el Presidente del Gobierno español.

Hasta aquí la historia de un conflicto provocado por las fuerzas nacional-separatistas y los gobiernos de la Generalitat. Finalizo este artículo con unas reflexiones que como ciudadano y profesor creo necesario exponer.

Cataluña es el único lugar del Mundo donde la inmersión lingüística es obligatoria en una sola lengua marginando la mayoritaria como el castellano. Hay ejemplos de inmersión, como Canadá, pero es voluntaria, nunca impuesta.

La cuestión es igualmente grave por la actitud de la izquierda. Asumir los planteamientos del nacionalismo, excluyentes, discriminadores, atentando contra la igualdad y la libertad, no es propio de esa corriente ideológica. No olvidemos que los más perjudicados por la inmersión son las clases trabajadoras, aquellas que no pueden permitirse un colegio privado para recibir enseñanza en ambas lenguas de forma proporcional, o costearse clases de apoyo al respecto. Circunstancia que se añade a las dificultades de familias con otras problemáticas propias de su condición. Tenemos líderes del independentismo hacen aquello manifestado por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, cuando expresó que los padres que quieran enseñanza en castellano para sus hijos los lleven a la privada. La hipocresía en estado superlativo.

Las sentencias se acatan, se cumplen y si no lo hace la autoridad competente, en esta caso la Generalitat, lo debe hacer el Gobierno de España. En 1962 el Presidente de EE.UU., J.F. Kenedy, ante la negativa del gobernador de Missisipi a dejar entrar a James Meredith, un estudiante negro, en la universidad alegando que tenía el apoyo mayoritario de la población de ese Estado, envió a la policía, soldados y a la Guardia Nacional para dar cumplimiento a la legislación que permitía a cualquier ciudadano a inscribirse en la universidad. O el caso de Ruby Bridges,  la niña negra de 5 años que en 1960 hubo de ser escoltada por la policía para ir a una escuela de blancos. Aquí también la dejaron sola tanto los profesores como el resto de alumnos. Las mismas consignas contra el niño de Canet de Mar. En España no habría que llegar a tanto. La inhabilitación y las multas son las cuestiones que más duelen a los separatistas que viven del “malvado” Estado español.

Ya va siendo hora de hacer cumplir la ley, con todas sus consecuencias, en Cataluña. A dejar de subvencionar con dinero público todo el entramado propagandístico y de odio que tenemos aquí como la llamada “ONG” del catalán, Plataforma per la Llengua, que se dedica espiar a los niños en el recreo para ver el uso del catalán o a presionar a médicos, profesores, empleados de comercios o restaurantes que no hablan en catalán, cosa que nunca han hecho con el futbolista Messi. Los perjudicados son siempre los trabajadores. ¿Dónde están los sindicatos? ¿Dónde está la izquierda? Derecha e izquierda, en Cataluña y en Madrid, ha creado el caldo de cultivo para esta lamentable situación que hay que revertir.

¿Derecho a decidir? Si, en aquello que es democrático, la lengua oficial en la que queremos educar a nuestros hijos, al menos con una cierta proporcionalidad. ¿Por qué no se pregunta a los padres?. ¿Por qué tienen miedo a la libertad?

 

Marta Mata

LLUÍS COMPANYS, ¿MÁRTIR O CRIMINAL DE GUERRA? (III)

LLUÍS COMPANYS, ¿MÁRTIR O CRIMINAL DE GUERRA? (III)

 

  1. Traición a la República en Guerra.

Tanto el presidente de la República, Manuel Azaña, como el jefe de gobierno, Juan Negrín, expresarán su decepción por la actitud de la Generalitat y de Companys, que ejerció un auténtico sabotaje del esfuerzo de guerra republicano durante toda la contienda. Companys aprovecha la situación para usurpar competencias que no correspondían a la Generalitat según el Estatuto de 1932: control de aduanas, minas, cuerpo de carabineros y empresa nacional CAMPSA, así como la emisión de moneda y el ejercicio del derecho de indulto. Se publica un decreto al principio de la guerra en el que se establece que “sólo tendrán fuerza de obligar en territorio de Cataluña las disposiciones legales que sean publicadas en el Diario Oficial de la Generalitat de Cataluña”; también se especifica que “en el Diario Oficial no se publicará ninguna disposición del Gobierno de la República sin orden expresa de esta presidencia”. Se creará una Consejería de Defensa y un Ejército Popular de Cataluña, así como una Junta de Comercio exterior y una diplomacia paralela encubierta. Todo ello supone un auténtico golpe contra la legalidad republicana, y está en la base del traslado del Gobierno de la República a Barcelona en octubre de 1937, justificando este paso por los enfrentamientos previos entre el PSUC y los anarquistas apoyados por el POUM (los famosos Fets de Maig). El objetivo principal es atar en corto a Companys.

Barricada anarquista en la Plaza San Jaime (Barcelona) en mayo de 1937

Azaña declarará que la Generalitat de Companys “ha vivido en franca rebelión e insubordinación, aprovechándose del levantamiento de julio y la confusión posterior”. Negrín denuncia “la traición de los separatistas de la Generalitat”, y subraya con vehemencia que “no estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan gravemente los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España! No se puede consentir esta sorda y persistente campaña separatista, y tiene que ser cortada de raíz”. Llegará incluso a afirmar: “Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco”.

La deslealtad sistemática de la Generalitat presidida por Companys a la República en guerra -con proyectos de secesión y paz separada para el territorio catalán- fue una de las causas determinantes de su derrota final. Y, desde luego, hizo descarrilar la estrategia de Negrín para resistir contra viento y marea hasta enlazar la guerra civil española con la inminente confrontación europea, hecho que habría proporcionado apoyos vitales al agonizante gobierno del Frente Popular. Exactamente 5 meses separan el final de la guerra española del inicio de la IIª Guerra Mundial. Por tanto, es indudable que la actitud de la Generalitat de Companys resultó letal para el bando republicano. Como también lo fue la del Partido Nacionalista Vasco, cuyo comportamiento favoreció la conquista por Franco de las provincias industriales que integraban el frente Norte (Vizcaya, Santander y Asturias), proporcionándole una ventaja estratégica decisiva. Lo cierto es que nacionalistas vascos y catalanes adquirieron una bien ganada fama de cobardes, egoístas y traidores en el bando republicano, como dejan entrever las palabras de Azaña y Negrín, hasta el punto de que el último ministro de la Gobernación de Negrín, Paulino Gómez, llegó a proponer encarcelar al Gobierno de la Generalitat al completo.

Negrín (a la izquierda) en Barcelona, octubre de 1938: “Antes de consentir campañas nacionalistas, cedería el paso a Franco”.

Algún historiador, como Stanley Payne, ha planteado el ejercicio contrafactual de considerar el probable curso de los acontecimientos si la República hubiera ganado la guerra finalmente contra el bando franquista. Y ha llegado a la conclusión de que el enorme poder y peso político adquiridos por el Partido Comunista de España -auténtico títere de Stalin, el único apoyo internacional real del bando frentepopulista- habría propiciado una rápida evolución hacia una república popular al estilo de las que se implantaron en la Europa del Este tras la IIª Guerra Mundial. A partir de ahí, si tomamos este modelo como referencia probable para España, nuestro país habría desembocado en breve plazo en un régimen comunista. Y dicho régimen no hubiera perdonado los actos de traición a la República en Guerra promovidos por Companys, a fin de cuentas un representante de la pequeña burguesía, al igual que su partido ERC, desde una perspectiva marxista. Con lo cual, muy probablemente, Companys habría terminado también ante un pelotón de fusilamiento. La implacable represión aplicada por los comunistas en la Europa del Este hace muy plausible esta reconstrucción virtual de los hechos en España. Además, el 16 de noviembre de 1938 -cuando la República se jugaba el ser o no ser en la batalla del Ebro- el diario La Vanguardia publicó en su portada, siguiendo las orientaciones del Gobierno de la República, una advertencia anónima muy clara a los manejos de Lluís Companys y diversos elementos de ERC: “Si hay algunos que no comprendiendo el entronque fatal del destino catalán al destino de la hispanidad sirven al espíritu de capitulación, noble es advertirles que están más cerca del piquete de ejecución que del éxito

http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1938/11/16/pagina-1/33122841/pdf.html .

 

Realidad y mito de Companys

La opinión del mundo político catalanista sobre Companys, antes de su ejecución, era nefasta. Así Josep Recasens i Mercadé, uno de los fundadores de la Unió Socialista de Catalunya, escribía en su diario desde la prisión: “Lluis Companys estava desacreditat completamente. Fora dels pocs incondicionales i dels còmplices en la seva obra funestíssima, tothom el tenia conceptuat com l´enemic número u de Catalunya, com el primer anarquista i com el primer bandarra de nostra terra, com un dels principals culpables del fet que Espanya hagi perdut la república i els catalans ho hagin perdut tot: l´autonomia, l´Estatut, la llibertat, la cultura i la vergonya”.

Sin embargo, el hecho de que Lluís Companys muriera ejecutado tras ser condenado en un juicio público -derecho del que no disfrutaron la mayoría de los miles de víctimas de la retaguardia catalana bajo su mandato- produjo enseguida una reelaboración mitologizante de su trayectoria histórica, presentándole desde sectores políticos catalanistas, de modo interesado, como un mártir por Cataluña y la democracia, en aplicación de la bella frase petrarquiana un bel morir tutta una vita onora.  Para ello se tuvo que pasar de puntillas sobre sus miserias, extravagancias, mezquindades personales y responsabilidad criminal:

   

Companys con el cónsul de la URSS en Barcelona, Vladimir Antónov-Ovséyenko

  1. Su afición por el juego (que estuvo a punto de costarle ser desheredado por su padre) y las prostitutas. Llamativo en un hombre que sustituyó a Macià en la presidencia de la Generalidad, pues el presidente fallecido en 1933 había hecho una denuncia alarmista, envuelta en el supremacismo antiespañol habitual en el catalanismo, de los males de la prostitución: “Y de los barrios bajos que hemos señalado –y al decir barrios bajos quiero decir España– son hijas todas las prostitutas de calle y de cabaret que envenenan la vida de nuestra juventud” (Inmundícies…, L’Estat Català, II/15, 15 de junio de 1923, p. 3) http://agonfilosofia.es/images/stories/PDFs/textoes.pdf

 

  1. Su irresponsabilidad en los estudios (tardó 18 años en terminar la carrera de Derecho).

 

  1. Su machismo impresentable. Tras meter mano en público a una periodista francesa en 1936, comentará: “Les dones no saps mai com reaccionaran. Si els toques el cul s’emprenyen i si no els el toques s’ofenen”. (E. Vila: Lluís Companys. La veritat no necesita màrtirs, pg 29).

 

  1. Su afición por sesiones espiritistas, en las que se invocaba a los espíritus del sindicalista Salvador Seguí y del abogado laboralista Francesc Layret.

 

  1. Su claro desequilibrio psicológico, como testimonian el diputado de ERC en la IIª República, Joan Solé Pla (“Companys en el fondo es un enfermo mental, un anormal excitable y con depresiones cíclicas”) o el comunista Miguel Serra Pamiés: “A Companys le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico”. Su histrionismo en los mítines y actos públicos, mala copia del estilo Mussolini, también es una muestra de ello.

 

  1. Su carácter intrigante y falto de escrúpulos morales o políticos. El escritor y diputado de ERC durante la IIª República, Joan Puig i Ferreter, se refirió a Companys como “intrigante y sobornador, con pequeños egoísmos de vanidoso y sin escrúpulos para ascender”. Tampoco conservó demasiadas reservas morales en lo que respecta al valor de la vida humana y la lealtad hacia sus aliados. Durante las jornadas de mayo de 1937 ordenó al coronel Felipe Díaz Sandino, jefe de la Aviación Republicana en Cataluña, que bombardeara todos los edificios barceloneses en poder de la CNT-FAI https://serhistorico.net/2021/06/25/companys-ordeno-el-bombardeo-de-barcelona/ . Sandino se negó a esta pretensión alegando que sólo estaba a las órdenes del Gobierno de la República. La historiografía catalanista siempre ha eludido este asunto.

             

El coronel Díaz Sandino en el centro de la imagen

 

Así mismo, estuvo involucrado -por activa o por pasiva- en la muerte de los hermanos Badía, pues Miquel Badía (alias capità collons) era el amante de la que sería su segunda esposa, Carme Ballester. También fue responsable de la muerte de Andreu Rebertés, a causa de su participación en el complot fallido, planificado por Estat Català en noviembre de 1936, para desalojar a la CNT del poder y asesinar al propio Companys (Ucelay da Cal, E. – González Vilalta, A.: Contra Companys, 1936: la frustración nacionalista ante la revolución).

El féretro de los hermanos Badía, a hombros de escamots de ERC con perfecta uniformidad paramilitar. La Vanguardia, 1 de mayo de 1936

 

Así mismo, es de destacar la, probablemente, última orden de Companys como presidente de la Generalidad, antes de abandonar Cataluña camino del exilio, a través de una llamada telefónica al jefe del destacamento de la CNT que custodiaba el castillo de Montjuich. Companys conminó al miliciano para que, ante la inminente entrada de las tropas franquistas en Barcelona, fusilase a todos los prisioneros fascistas que estaban bajo su custodia. El miliciano se negó a cumplir tan indecente orden y marchó a Francia con sus compañeros https://www.elcatalan.es/companys-y-los-juicios-de-nuremberg .

El siguiente paso en este proceso mitologizante fue exculpar a la persona de Companys, y al catalanismo político en general de paso, de cualquier responsabilidad en los hechos de la Guerra Civil, endilgando las chekas, los asesinatos de la retaguardia, los campos de concentración y la destrucción del patrimonio artístico exclusivamente a anarquistas incontrolados. Lo cual resultó relativamente sencillo debido a la escasa fuerza que el anarquismo tiene en el actual panorama sindical y político, al contrario de lo que sucedía en los años 30. Esto dificulta que los anarquistas de hoy puedan hacer llegar su versión de la Historia a la opinión pública.  Sin embargo, y a pesar de las dificultades, un historiador de simpatías anarquistas como Agustín Villamón ha podido revelar plausiblemente que la matanza del 9 de septiembre de 1936 en Puigcerdá fue fruto de la venganza de los nacionalistas de ERC, represaliados en octubre de 1934, y no de los anarquistas, como era creencia habitual; asimismo, la lista negra utilizada para seleccionar a las víctimas fue redactada por nacionalistas catalanes, no por anarquistas (A. Gascón y A. Guillamón: Nacionalistas contra anarquistas en la Cerdaña 1936-1937).

Villamón es también el historiador que ha destapado la orden de Companys, en mayo de 1937, de bombardear todos los edificios controlados por los anarquistas. En su opinión, “las hagiografías de Companys y la mitología catalanista o independentista no quieren reconocer la existencia de estas órdenes de Companys para el bombardeo de Barcelona y se sigue ocultando o ignorando tal hecho, así como la documentación que lo sustenta. Los libros que publican tal información son ninguneados. Imploremos a los dioses su clemencia, para que nadie decrete una limpieza de archivos y la destrucción de papeles viejos y obsoletos, sobre todo si alguien los considera “antipatriotas”. Lamentablemente, los antecedentes en este sentido -por ejemplo, la manipulación descarada de documentos del Archivo de la Corona de Aragón https://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2015/09/21/56000616ca4741391d8b45ad.html -avalan absolutamente los temores de Agustín Villamón. Y dejan en evidencia la irresponsable cesión del Archivo de Salamanca por parte del gobierno de Zapatero, donde se custodiaba importantísima documentación de la Guerra Civil, a los nacionalistas catalanes; con la complicidad inaudita del Tribunal Constitucional, que avaló semejante expolio en una increíble Sentencia de 31 de enero de 2013.

Según la versión catalanista, impuesta acríticamente en los medios de comunicación y en los manuales escolares, Companys sería un hombre ingenuo, un pobrecillo no muy ducho en las luchas políticas, desbordado por los acontecimientos de la guerra, que no tuvo más remedio que pactar con los revolucionarios anarquistas y comunistas para salvar Cataluña, a la vez que intentaba proteger en lo posible tanto la vida de las personas como el patrimonio artístico, siendo ejecutado de modo injusto por Franco sólo porque encarnaba la realidad nacional de Cataluña. Su fusilamiento habría sido, en palabras del historiador catalanista Solé i Sabaté – primer director del sectario Museu d’Història de Catalunya, y que se sacó de la chistera la existencia de 121 presidentes de la Generalidad en un libro apadrinado por Pujol https://www.enciclopedia.cat/historia-de-la-generalitat-de-catalunya-i-dels-seus-presidents – nada menos que un crimen de Estado.

    

Cartel editado por la Associació Cívica d’Homenatge Nacional al President Lluís Companys (1977). Museu d’Història de Catalunya

La verdad es que sorprende que un político tan lelo, de creer a sus exculpadores, fuera capaz de permanecer como presidente de la Generalidad desde 1933 hasta el final de la Guerra Civil, sobreponiéndose una y otra vez a todos los terremotos políticos de esos años. Por el contrario, la realidad nos muestra a un intrigante que consiguió suceder a Francesc Macià en la presidencia de la Generalidad a pesar de su falta de pedigrí catalanista, ante el estupor de los militantes más veteranos. Y a partir de ahí, se agarró al poder como una lapa hasta el final. Consiguió la amnistía de su condena a 30 años por el golpe de 1934 y recuperó su cargo. Largo Caballero, al contrario que Companys, perdió la presidencia – en este caso del Gobierno de la República- en favor de Negrín a raíz de los hechos de mayo de 1937. Los anarquistas, junto con el POUM, son descabalgados de sus posiciones de poder ese mismo momento, y algunos acaban en las chekas. Pero a Companys no le pasará factura su complicidad, desde el comienzo de la Guerra Civil, con la CNT-FAI; pues sigue en el poder y continúa intrigando contra el nuevo Gobierno de la República, a pesar del traslado de éste a Barcelona para controlar la actuación desleal de la Generalidad. El pacto con la CNT-FAI, que tanto le habían echado en cara incluso desde círculos nacionalistas, se lo lleva el viento de la Historia definitivamente tras la caída en desgracia de los anarquistas. Estos y Companys habían intentado utilizarse mutuamente. Pero, finalmente, es Companys quien se lleva el gato al agua, después de que los murcianos de la CNT le hayan hecho buena parte del trabajo sucio. Decididamente, los hechos históricos no encajan con la imagen de un Companys tontito y débil, pero ni siquiera en este caso su responsabilidad histórica quedaría diluida.

El proceso mitologizador ha llegado a extremos verdaderamente delirantes, como la petición a la Iglesia Católica realizada en el año 2010 y tramitada por el anterior arzobispo de Barcelona, Martínez Sistach, para que inicie un proceso de beatificación del personaje https://sociedad.e-noticies.es/piden-la-beatificacion-de-lluis-companys-46349.html . Como si la pena de muerte pudiera cambiar los hechos históricos por ensalmo. Incluso parece haber comenzado la recolección de reliquias del futuro beato con la inestimable colaboración del Ayuntamiento socialista de Irún, que ha cedido recientemente un fragmento de la baranda del puente de hierro por donde accedió Companys a territorio español tras su detención en Francia https://www.elnacional.cat/es/politica/irun-cede-la-barandilla-baranda-del-puente-por-donde-la-gestapo-entrego-companeros-en-espana_640097_102.html

La Consejera de Justicia, Lourdes Ciuró, recibiendo el pasado 29 de agosto una reliquia de Lluís Companys

La mitologización de Companys entra así de lleno en el terreno del esperpento, con la muestra más acabada, hasta el momento, tanto de la absoluta falta de escrúpulos como del nulo sentido del ridículo del catalanismo, especialmente del clerical.