«José Bonaventura Güell y Trelles» por Pere Molas

Vídeo de la conferencia del profesor Pere Molas sobre el jurista y político catalán borbónico José Bonaventura Güell y Trelles.

Los mitos fundacionales y la manipulación de la historia (I)

Todos recordamos, cuando de niños nos enseñaban la historia de Roma, que nuestros profesores solían hablarnos del mito de la fundación de la ciudad y de la loba que encontró a Rómulo y Remo. El legendario origen de Roma, que tuvo su expresión artística en la escultura y la pintura, por no hablar ya de la literatura, nos ha sido contado siempre como una leyenda, es decir, como un relato fantástico que no se ajusta a la verdad histórica. No obstante, generaciones y generaciones de romanos creían en ella firmemente y pensaban que respondía a la realidad. Inútil decir que si nos creyéramos hoy esta leyenda se nos tacharía cuando menos de extravagantes, cuando no ya de locos. Por eso, cualquier libro de texto se referiría a la fundación de Roma por los hermanos gemelos Rómulo y Remo como a una leyenda, recogida, entre otros, por Tito Livio en su famosa obra Ab Urbe Condita.

Como la historia de la fundación de Roma hay cientos de mitos fundacionales en todo el mundo, independientemente de los continentes, los pueblos y las culturas. Antes de pasar al caso particular de Cataluña, vamos a referirnos al mito fundacional español por antonomasia.

Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo

Don Pelayo y la batalla de Covadonga

Desde niños, hemos oído contar cómo don Pelayo venció a cientos de miles de musulmanes en la heroica batalla de Covadonga, después de la cual fue coronado rey, dando así origen al reino de Asturias, que sería el primer reino de España. Pero, volviendo al relato, Pelayo, después de vencidos los musulmanes, se habría refugiado con los suyos en la gruta, conocida como “cueva Santa” que, además de la imagen de la Vírgen de Covadonga, la “Santina”, como la llaman familiarmente los asturianos, contendría el sepulcro del propio Pelayo. El lugar donde está situada la gruta, en las faldas del monte Auseva, es de una belleza paisajística espectacular. Lo demás, la basílica, un atentado al buen gusto. La talla de la Virgen, del siglo XVI, una de las tantas que albergan iglesias y capillas por toda la geografía española, con las características estéticas propias de las imágenes de la época.

Lo que popularizó Covadonga fue, después de la inauguración de la basílica en 1901, la coronación de la Virgen y del Niño que lleva en brazos, el 8 de setiembre de 1918, fecha que sirvió para celebrar el XII aniversario de la batalla de Covadonga, en presencia del entonces rey de España, Alfonso XIII, y de su esposa la reina Victoria Eugenia. Cien años después, el pasado 8 de septiembre, se celebró en Covadonga el XIII centenario de la batalla, en presencia de los actuales reyes de España, Felipe VI y Letizia Ortiz.

Pero ¿quién era Pelayo? ¿Qué fue exactamente la batalla de Covadonga? Remitámonos a las crónicas cristianas más antiguas, es decir las Crónicas de los Reinos de Asturias y León. La más antigua, anónima, la llamada Crónica Albeldense, terminada en el año 883, nos dice acerca de Pelayo que “fue el primer [rey] de Asturias” y que “reinó en Cangas [de Onís] dieciocho años”. Pelayo habría sido desterrado de Toledo por el rey Vitiza, y pasó a Asturias “después de que los sarracenos ocuparon España,” siendo el primero que se rebeló en Asturias contra ellos. Pelayo había vencido a los musulmanes, cuyo jefe, Alkama, había perecido. De la batalla, esta Crónica no dice ni una palabra. El cronista se limita a decir que los sarracenos, que se habían librado de la espada, “fueron muertos por justicia de Dios en el derrumbamiento de una montaña de Líbana (Liébana)”, y concluye con estas palabras lapidarias: “y así, por providencia divina, nació el Reino de los asturianos”.

La cosa cambia en la Crónica alfonsina atribuida al propio rey de la ya monarquía astur-leonesa, Alfonso III el Magno, o por lo menos supervisado por él, que tiene dos versiones- la Rotense, de más “rudo estilo literario”, y la ad Sebastianum, de “más cuidada redacción”, en palabras de Jesús Evaristo Casariego, autor de la edición, introducción y notas de estas Crónicas. En la Rotense, Pelayo aparece como actuando al frente de “una multitud de indígenas asturianos”, que lo elevaron al caudillaje, mientras que en la ad Sebastianum, Pelayo se nos muestra como el designado por un grupo de “godos refugiados en Asturias”, que lo consideran un “descendiente de reyes godos”. Pero vamos a ver lo que dicen exactamente de Pelayo y de la batalla de Covadonga una y otra versión de la Crónica alfonsina.

En la Rotense, Pelayo aparece como un “espatario de los reyes Vitiza y Rodrigo”, que llegó a Asturias a causa de la invasión de los “ismaelitas”, acompañado de una hermana suya, con la que el gobernador musulmán de la zona, Munuza, que la pretendía, había conseguido casarse, después de enviar a Córdoba a Pelayo, para mantenerlo alejado y poder llevar a cabo sus planes. De regreso Pelayo a Asturias, Tariq mandó soldados para que lo apresaran y mandaran a Córdoba cargado de cadenas., pero Pelayo logró enterarse y huyó, buscando refugio en una cueva del monte Auseva. Sería entonces cuando los indígenas de la zona lo habrían elegido “príncipe”. El emir cordobés, por su parte, habría enviado a Asturias, al mando de Alkama, un poderoso ejército de 187.000 (¡!) hombres, que acampó frente a la cueva, donde se habían refugiado Pelayo y sus hombres, produciéndose entonces el famoso diálogo entre el obispo Oppa, el traidor, hijo de Vitiza, que le habría conminado a rendirse, y la respuesta lapidaria de Pelayo: “Nuestra fe está [puesta] en Cristo, para que, desde este monte que contemplas, saldrá la salvación de España y la restauración de la nación goda y del ejército […] “. Después, en la batalla que siguió, el cronista no deja de referirse a “la grandeza divina”, cuando las piedras que arrojan los “fundibularios”, es decir, los honderos, al llegar a la morada de la “Santa Virgen María, es decir, la cueva, rebotan sobre los musulmanes y los destrozan. De éstos, resultaron muertos 124.000, mientras los 63.000 restantes, que caminaban por la ladera del monte, resultaron igualmente muertos al hundirse el monte y perecer todos, cayendo al río aplastados por el alud. El obispo Oppa fue aprisionado y Alkama muerto. Los “buenos” habían triunfado, mientras que los “malos” quedaban presos o muertos.

En la versión ad Sebastianum, se viene a decir más o menos lo mismo, solo que con otras palabras. Mismo número de enemigos muertos y de enemigos que cayeron al río Deva al derrumbarse parte de la montaña y perecer allí sepultados. La victoria de los cristianos se debió, como en la otra versión, a la providencia divina, que estaba de su lado. Más “política”, la versión ad Sebastianum pone en boca de Pelayo, en su respuesta a Oppa, que, desde aquel modesto monte, “se restaurará y salvará, volverá la salud a España y al ejército y la nación de los godos”. Si, como decían estos cronistas, España se había perdido como castigo de Dios por los vicios y pecados de los últimos reyes godos Vitiza y Rodrigo, esperaban ahora la misericordia, la restauración de la Iglesia, Nación y Reino […]”. Hay en esta Crónica un matiz importante respecto de la Albeldense y de la versión Rotense de la Crónica Alfonsina, y es que en la ad Sebastianum Pelayo aparece como siendo de estirpe real.

Los cambios introducidos en la Crónica Alfonsina, en sus dos versiones, respecto de la Crónica anterior, obedecen a razones políticas. Es obvio que Alfonso III, cuyo poderío se iba consolidando cada vez más, necesitaba que el reino de Asturias entroncara con la monarquía visigoda. Haciendo de don Pelayo un descendiente de los reyes godos, el reino asturiano era una continuidad de la monarquía visigoda restaurada.

Todas las crónicas que siguieron a la Alfonsina, incluida la más importante de todas, la Silense, se inspiraron fundamentalmente en la del rey Alfonso III, aunque en la Silense se dice que Pelayo era un “espatario del rey Rodrigo”, es decir, que ostentaba un cargo palatino importante en la corte del último rey godo, pero no que fuera de estirpe regia.

¿Qué dicen los cronistas árabes de don Pelayo y de la batalla de Covadonga? La crónica, si no más antigua, sí más famosa, Ajbar Machmuâ (Colección de tradiciones relativas a la conquista de España), se refiere muy de pasada a un rey llamado Belay (Pelayo), quien se habría refugiado con 300 hombres en la sierra que quedaba por conquistar, y a quien los musulmanes no cesaron de combatir, hasta que muchos de ellos murieron de hambre, mientras que otros terminarían por someterse. Al fin quedaron reducidos a 30 hombres, que permanecieron encastillados, alimentándose de miel. Como era difícil a los musulmanes llegar hasta ellos, decidieron dejarlos, pensando que no representaban ningún peligro, aunque se equivocaban, ya que, según el cronista, aquellos 30 hombres “llegaron al cabo a ser asunto grave”. Más adelante, esta crónica musulmana vuelve a referirse a la sublevación de los “gallegos”- en las crónicas árabes, Asturias aparece englobada dentro de Galicia- contra los musulmanes, al tiempo que crecía “el poder del cristiano llamado Pelayo”, quien salió de la sierra y “se hizo dueño del distrito de Asturias”. Como se ve, de la batalla de Covadonga ni una palabra.

La opinión más extendida, entre los historiadores que tratan de desmitificar esta batalla, es que el ejército musulmán, de cerca de 200.000 hombres, no era probablemente más que un pequeño destacamento, bajo el mando de Alkama, que se enfrentó a una partida de indígenas asturianos y de algunos godos huidos del sur, capitaneados por Pelayo. Éstos habrían conseguido desbaratar el destacamento de musulmanes, arrojándoles una lluvia de piedras desde las alturas de la montaña donde se habían encastillado.

El insigne historiador liberal del siglo XX Rafael Altamira da una versión de la “batalla” de Covadonga, según la cual, Pelayo, un “dignatario” quizá en la corte del anterior monarca godo, nombrado rey por los nobles y obispos reunidos, había conseguido derrotar, en el valle llamado de Covadonga, a Alkama, el jefe de la expedición enviada contra él y sus partidarios. Altamira señala que esta victoria, después de tantas derrotas de los visigodos, había adquirido un valor representativo extraordinario, añadiendo que se tomó “como punto de partida de un nuevo periodo llamado de la Reconquista de España”. Magnificada, exaltada, Covadonga pasó a ser el mito fundacional de España por antonomasia.

Otros muchos mitos posteriores, no fundacionales, como el del hallazgo en el siglo IX del sepulcro del Apóstol Santiago, bajo el reinado de Alfonso II el Casto, o el de la batalla de Clavijo, librada por el rey asturiano Ramiro I contra los musulmanes en 844, en la que, según el mítico relato, el Apóstol Santiago, montado en un caballo blanco, habría descendido de los cielos, consiguiendo, gracias a su milagrosa intervención, el triunfo de las armas cristianas. Así nacía “Santiago Matamoros”.

María Rosa de Madariaga||

Historiadora

en CronicaPopular • 3 noviembre, 2018

La Compañía de Voluntarios de Cataluña en la Nueva España (I)

La Compañía de Voluntarios de Cataluña fue uno de los cuerpos militares que se crearon en Barcelona en 1767 y que fue destinado a los territorios de ultramar, destacado concretamente en Nueva España. Debía ser una milicia que mantuviese el prestigio, la voluntad y la disciplina del soldado europeo. Este cuerpo estuvo a las órdenes de oficiales catalanes que venían de las compañías de infantería ligera.[1]

 

Si bien, respecto al Ejército de América, Cataluña no aportó tantos oficiales en comparación con Castilla y Andalucía, sí existió una aportación catalana importante a partir de la proliferación de academias militares en Barcelona, que formaron peritos en artillería y fortificaciones, aplicadas a puertos y puntos estratégicos del territorio americano. En el siguiente cuadro se aprecia el porcentaje de oficiales catalanes para los ejércitos de América.

Años 1740 1750 1760 1770 1780 1790 1800
% 3.5 3.9 4.5 6.7 5.3 3.7 2.2

Banco de Datos del Ejército de América entre 1740 y 1810. Marchena Fernández, J. Ejército y milicias en el mundo colonial americano. Madrid. MAPFRE.1992

 

Los Voluntarios de Cataluña tuvieron sus antecedentes directos en los Miquelets o Migueletes, también conocidos como fusileros de montaña, quienes se reclutaban en el mundo de los desempleados o de los mismos jornaleros, y muchas veces se movían como bandoleros en la zona pirenaica de Cataluña. Un diccionario francés de 1771 los define como: brutos, pérfidos, crueles, sin razón y que se alimentaban de asesinatos, con armas tales como puñales, carabinas y una pistolita colgada de un cinturón.[2]

 

La Compañía de Cataluña se contempló para la exploración del septentrión novohispano donde las condiciones geográficas eran hostiles, por lo que debía ser un ejército apto para combatir a las numerosas partidas de indios de aquellas zonas, que no seguían ninguna estrategia militar, ni se sometían a los criterios tradicionales de las batallas y combates en tierras europeas.[3]

 

El Marqués de Croix virrey de Nueva España (1766- 1771) fraccionó en dos la Compañía de Cataluña; La primera fue destinada a la Alta California, mientras que la segunda sirvió en los territorios de las provincias internas (actuales Sonora y Chihuahua). Sin embargo, pocos años después, en tiempos del virrey Antonio María de Bucareli (1771-1779) en la revista pasada por el Inspector General del Ejército Pascual Jiménez de Cisneros en 1773 dejó en manifiesto la falta de armamento en la tropa. El virrey mandó crear un presupuesto para la compostura de armas. Uno de los capitanes de la Compañía de Voluntarios de Cataluña, Antonio Pol, dijo que el mal estado de la compañía era porque estaba conformada por individuos viejos y achacosos que no servían para el servicio de las armas por lo que pedía se licenciaran y sustituyesen por soldados jóvenes.[4]

 

En cuanto a la composición de la compañía se prefirió a la gente de la Corona de Aragón, especialmente a los de Cataluña, pero en caso de no encontrarse entonces se recurriría a los de Nueva España como lo indica el artículo cuarto del reglamento:

 

La Tropa será, siempre que se pueda, de naturales de Corona de Aragón, con preferencia de Cataluña, admitiéndose en su defecto de las demás Provincias de España y Europa; pero si por la escasez de unos y otros no pudieren completarse, se recibirán mozos solteros de este Reino de casta limpia, buen personal, edad proporcionada, robustez y agilidad para toda fatiga, y cuya estatura no baje de cinco pies dos pulgadas, a menos que por ser jóvenes prometan esperanzas fundadas de aumentarla.[5]

[1] Zarparon de Cádiz al mando de Agustí Callis. Esta compañía originalmente estuvo destinada a La Habana, pero sirvió en la Nueva España, donde arribó en agosto de 1767 al puerto de Veracruz, formada por ciento sesenta hombres naturales de Cataluña. López Urrutia, Carlos. “El Ejército Real de California”. Edición electrónica en: http://www.armada15001900.net/. En 1761 se formó también una compañía de fusileros para La Florida. En este año y el siguiente se reclutó en Cataluña otros dos batallones de fusileros con destino a Portugal, y en 1766 se integró una compañía de fusileros para La Habana. La afluencia de voluntarios los años 1761 a 1762 se explica por la contracción económica que aumentó el desempleo. Vicente Algueró, Felipe de J, “La situación militar de Cataluña a mediados del siglo XVIII”. en: Revista de Historia Militar. Nº. 63. Servicio histórico militar 1987. 103-104
[2] Sales de Bohigas, Nuria. Senyors bandolers, miquelets i botiflers.  Estudis sobre la Catalunya dels segles XVI al XVIII. Barcelona. Empúries. 1984. pp. 105-113
[3] Boneu Companys, F. Pere Fages. Un català molt singular a Califòrnia. Lleida 1991.pp. 37-38
[4]Velázquez, María del Carmen. El Estado de Guerra en Nueva España. México. El Colegio de México, 2ª Ed. 1997 pp. 106-107.
[5] AGN. Provincias Internas. Vol. 266. Exp. 6. f. 163

EL ASESINATO DEL CONSELLER NICOLÁS DE SAN JUAN (1706): UN CRIMEN EN MEDIO DE UNA REVUELTA

Alberto Luque, «El asesinato del conseller Nicolás de San Juan (1706): Un crimen en medio de una revuelta»

El episodio que aquí traemos a colación es el del asesinato del conceller en cap Francisco Nicolás de San Juan, nombrado coronel de la milicia barcelonesa en 1705. Fue un crimen notable, incluso con cierto aroma novelesco, perpetrado en los agitados días de abril de 1706, en que diversas escaramuzas y tremendos combates, especialmente por la toma de la valiosa fortaleza de Montjuic, enfrentaron a las tropas de la Coronela de Carlos III de Austria y la armada de Felipe V. El Archiduque había vencido la ciudad en el verano del año anterior, y valientemente se destacó al frente de sus tropas personándose en algunos combates tras las murallas e incluso a campo abierto, aunque también se le vio refugiarse en el monasterio de San Pedro de las Puellas en los momentos, efímeros, en que el ejército borbónico se hacía fuerte en la misma plaza. Justo en esos días, exactamente el 22 de abril, tras haber perdido la fortaleza, recibía allí Carlos a una turba soliviantada, insubordinada y contumaz, decidida a recuperarla a todo precio. Relata el episodio muy sobriamente, pero sin escatimar detalles importantes, Víctor Balaguer en su monumental Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón [t. v, Barcelona, Librería de Salvador Manero, 1863, pp. 97 y ss.]. Aun sin prodigarse en análisis ni interpretaciones juiciosas, no puede Balaguer dejar de observar la anárquica conducta de aquella masa: «Viose entonces a toda aquella gente indisciplinada trepar animosa por la montaña, y sin orden ni plan, sin atender a razones ni consejos, sin esperar el apoyo de la tropa que debía combinar con ellos su ataque, despreciando las sensatas advertencias del conde de Ullefeld, arrojarse sobre sus enemigos…», etcétera. El resultado inmediato era previsible: tras un primer desconcierto por la rudeza y sorpresa del impetuoso ataque, las tropas borbónicas desbarataron fácilmente a aquella masa errática y furiosa. Y es entonces cuando se desencadena el drama que anunciábamos.

Los amotinados acuden a los campanarios de varias iglesias (del Pino, San Jaime y la catedral) para tocar a somatén. La autoridad consistorial, «deseando y procurando la mayor quietud», trata de atajar esa tumultuaria conducta y enseguida manda que cese el toque. Los rebeldes acatan la orden, excepto los de la torre de la catedral, donde siguen tañendo a rebato. Es entonces cuando el mismísimo conseller jefe se viste la toga y se encamina personalmente hacia la torre para hacerse obedecer. Obedecieron, en efecto, los que en el campanario había, pero al mismo tiempo subieron otros exaltados («fills de perdició», «poc tement a Deu», «instigats del esperit maligne») tras el conceller con el objeto de continuar la brega, y todo acabó en una simple e inapelable contestación: uno de aquellos bandidos sacó su trabuco y le pegó un tiro a Nicolás de San Juan, que cayó mortalmente herido.

(Con insuperable plasticidad y detalle lo recoge el mismo Dietario de la ciudad —que desde mediados del siglo anterior se propuso muy rigurosamente registrar todos los acontecimientos notables—; y no presenta el episodio como hecho casual y aislado, sino justamente incardinado en esa acción desordenada y rebelde, difícil de conducir, que favorece las más viles canalladas: «Dia 22 de abril de 1706. En est dia, á lo que debían ser tocadas las 7 del matí, alguns fills de perdició e instigats del sperit maligne, continuant son depravat obrar, y procurant commourer lo poble, y abent trobat lo Excm. senyor Conceller VI en la riera de sant Juan, lo feren seguir en la present Casa fent que prengués lo Estandart ó Pendó de santa Eulalia, y quel pujás á Monjuich, com en efecte, per evitar tots disturbis, dit senyor or Conseller prengué dit Estandart, lo qual per dita gent alterada se li entregá, y habentse feta la mateixa acció en la Casa de la Diputació, feren seguir un Consistorial ab lo Estandart ó Pendó dit de sant Jordi, y los conduhiren á MonJuich, y arribats allí, quedantse dit Pendó de sant Jordi, se quedá al mitx del camí de las lineas de comunicació, y lo de santa Eulalia fonch enarbolat y posat en la muralla de la fortaleza ahont estigué fins á la tarde, que com millor se pogué se escondí ab lo pretext de serse trencada la asta de aquell, y amagadament sen baixá dit senyor Conceller junt ab dit Estandart, tornant aquella en la present Casa, habent precehit que estant dit Estandart enarbolat en dita fortaleza, se doná per los naturals que anaben ab dit Estandart, se envestí á cos descubert al enemich, en la qual envestida foren morts y nafrats molts de una y altre part.

»E aprés de haber succehit axó, a lo que debian ser cerca de las 9 se ohí tocar á rebato en la Catedral y altres parts, lo que ohít per lo Excm. Consistori, desitjant y procurant la major quietut, se resolgué lo fer cessar lo tocar ditas Campanas, se feren varias y diferents diligencias, i ohint que no obstant aquellas, la Campana de las horas y lo Thomas continuaban en tocar, lo Excm. senyor Conceller en Cap, associat de 4 Caballers y Ciutadans, sen aná de la present Casa á la Catedral, y pujá en lo campanar, ahont se tocan las campanas, y al que fonch al cap de munt de la escala ó caragol, trobá alguns minyons que tocaban dit Thomas, y habentlos ne fet deixar, aparegueren alguns fills de perdició, qui instigats del esperit maligne, ab grans crits digueren que la Campana habia de tocar, y replicant dit senyor Conceller en Cap dient, no habia de tocar tant per ser orde de S.M. com per convenir á la quietut pública, no duptá un de dits fills de perdició poch tement a Deu, tirar y disparar un tir de pistola á dit Conceller en Cap, del qual restá ferit en lo bras dret passantli á la mamella, de la cual ferida en breu temps morí, cujus anima requiescat in pace. Amen.»)

Una descripción precisa y circunstanciada de los hechos en el Dietario de la ciudad estaba al alcance de cualquier historiador. Sin embargo, Balaguer es casi la única autoridad que lo menciona. No se luce este historiador por sus análisis teóricos, sino más bien por esa reducción de la historia casi a mera crónica, a exposición de los hechos sin comentario, que, según las circunstancias, resulta preferible a un vuelo extravagante de la imaginación, como el que caracteriza ahora a los intelectuales orgánicos del separatismo. Incluso el romántico catalanista Víctor Balaguer sirve para dar lecciones de rigor y objetividad a nuestros fanáticos contemporáneos. Este episodio es uno más de una innúmera colección de sucesos que los separatistas prefieren ignorar, y hasta cierto punto no resulta del todo evidente el motivo. Tanto el fanático como el prudente que milita en un bando cualquiera puede legítimamente negar que los criminales que se enredaron en su misma causa tuviesen una relación lógica y estrecha con la razón de la misma: simplemente, pueden decir, eran mala gente que va apestando la tierra y que por casualidad, aquel día, se hallaban en nuestro bando. Pero el caso es que la historiografía nacionalista prefiere ocultar los estigmas de conductas tan deshonrosas: no parecen confiar los inventores de naciones en que a los otros les convenza ese argumento de irresponsabilidad, pero eso es porque ellos mismos no lo aceptan, o sea una forma perversa de mala conciencia. Víctor Balaguer no solo recoge con toda honestidad intelectual el inocultable y ominoso episodio que hemos resumido, con todo su dramatismo y su color de leyenda, sino que advierte también esta tendencia a silenciarlo, y desde entonces la cosa no ha cambiado mucho. Pero no es cosa trivial ni fácil de explicar la ocultación interesada, o al menos sospechosa, de este suceso, ya advertida por el propio Balaguer, que la encontraba a faltar en los relatos de San Felipe y Coxe, y como pasando sobre ascuas en el de Narcís Feliu de la Peña (por ejemplo en sus Anales de Cataluña, 1709; algo similar a lo que encontramos en el artículo «Coronela de Barcelona» de la Wikipedia, la lacónica y exacta anotación: «durante los disturbios cayó asesinado el propio conseller en Cap de 1705–1706, Francisco Nicolás de Sanjuan»). Como hizo el mismo Balaguer, no había más que recurrir directamente a los Dietarios de la ciudad.

Esta honestidad de Balaguer es notable, por cuanto él mismo adopta explícitamente el punto de vista de un bando, los austracistas, o una determinada idea romántica de Cataluña, pura prosopopeya, mediante el invariable uso de un pronombre posesivo: «los nuestros», dice. Le honra que no disimule ni componga los hechos para hacer de la historia un drama que parezca surgido de un mal autor doctrinario. Se explica también esto sencillamente por su racionalismo civil: no puede aceptar en modo alguno que los viles actos de la chusma y la escoria insubordinada pasen sin censura.

¿De qué se trataba, al fin y al cabo? De un fenómeno corriente en las revoluciones violentas, cuando en lugar de contar solo y completamente con masas bien dirigidas y disciplinadas, quienes poseen autoridad permiten o hasta instigan toda acción errática, creyendo quizá que a todo se le saca partido. Y es cierto que la guerra tiene en general esta notable ventaja sobre la paz: que en ella todo vale, todo se aprovecha (como del cerdo), porque todo se simplifica, todo se supedita tiránicamente al superior y único objetivo de vencer. Pero eso raramente significa que la contienda pueda ser eficaz si la acción es anárquica o espontánea. Balaguer, tan sobrio en comentarios o interpretaciones juiciosas, expresa su crítica opinión sobre la naturaleza incivil de los alborotos levantiscos sin dirección, de la «amotinada turba» de cuyas filas es inevitable que se destaquen unos cuantos malvados. Y no solo es Balaguer quien aprecia estos bárbaros aspectos del entusiasmo popular, sino que fueron, como se ve en el Dietario, las propias autoridades quienes así lo juzgaban con claridad en su momento.

Para hacerse una mejor idea del entusiasmo irracional de aquellas refriegas, bastarán un par de notas pintorescas pero muy significativas. Según el marqués de San Felipe, nos informa Balaguer, los capuchinos se presentaban con las barbas atadas con un cordón amarillo, divisa del partido austriaco —para que los fanáticos actuales añadan este extravagante adorno de clérigos a las numerosas y poco honrosas simbologías de sus aberrantes dilecciones cromáticas. El grado de exaltación debió de ser muy alto para que unos religiosos fanáticos se significasen con ese desparpajo. Y otra cosa oportunamente destacada por Balaguer (y por otros) es la brava participación de las mujeres [cf. Rosa María Alabrús Iglesias, «La opinión sobre las mujeres austracistas y el imaginario religioso en los sitios de 1706 y 1713–1714 en Barcelona», en Cuadernos de Historia Moderna, t. 35 (2010), pp. 15–34]. Los mismos anales de la ciudad destacan que a veces se vio a las mujeres comportarse como los mejores soldados. Bastan, digo, estas solas notas para no sorprenderse del grado de vesania a que pudo llegarse en aquella agitación general en que muchos exaltados se sentirían como pez en el agua (un poco como ahora los vocingleros de los CDR y otros ciudadanos espontáneamente fanatizados).

En fin, no nos dilatemos más en sacarle punta y corolarios a las ya tristemente típicas actitudes que se nutren de ocultaciones y mentiras. Sería la enésima vez, y no sería jamás la última, que tuviéramos que acusar a una historiografía completamente ideologizada, anticientífica, que tiene el anacronismo como método, gustando de proyectar en la historia sus propios prejuicios, que infundada y absurdamente toma a Cataluña y los catalanes como sujeto agraviado y en rebelión contra la corona borbónica, aun en los casos en que se ve forzada a reconocer que esta contaba con igual apoyo de catalanes que los austracistas. Solo la oiremos exagerar el carácter «opresor» de los decretos de nueva planta, por ejemplo, y especialmente el ultimado en 1716, en lugar de contextualizarlos objetivamente en un principio centralista abogado por el pensamiento ilustrado europeo del siglo xviii y que, lógicamente, está en la base necesaria del Estado moderno. En su perverso juego de poner los relatos históricos al servicio de los fines inciviles y antiespañoles actuales, sería raro no encontrarse a cada paso con ínfulas de un orden subjetivo, sentimental, romántico. Los motivos completamente irracionales e imaginarios de la ofensa, el agravio histórico, la opresión, &c. sustituyen a la limpia, imparcial, desprejuiciada y desinteresada relación de los hechos registrados. Sólo que esta vez hemos de acusar no la falsificación, sino la simple ocultación. Por eso es casi una bendición el aire fresco que irradia la honestidad y la erudición de un catalanista romántico como Balaguer.

 

Presentación de Historiadores de Cataluña – La Razón

La presentación de «Historiadores de Madrid» tuvo lugar en la Universidad Complutense de Madrid. En el acto participaron Joaquín Leguina, Francisco Marhuenda, Jorge Vilches, Jordi Cañas, Óscar Uceda y Alberto Luque.

Los historiadores, entre manipulación y tentación política

El CLAC junto a la Associació d’Historiadors de Catalunya-Antoni de Campmany organizó una conferencia titulada “Los historiadores, entre manipulación y tentación política” a cargo del historiador e hispanista francés Benoît Pellistrandi y presentada por el catedrático de Historia Moderna de la UAB y Premio Nacional de Historia 2012 Ricard Garcia Càrcel. El evento, que tubo lugar en la biblioteca Jaume Fuster (Plaza Lesseps 20-22, Barcelona), que tuvo que cerrar la sala por aforo completo, pretende analizar la implicación política que tiene, en los últimos tiempos, el relato histórico europeo, en especial en Cataluña, en donde el nacionalismo ha utilizado recurrentemente la revisión del relato histórico en beneficio de sus intereses políticos. ¿Cómo ha manipulado la política el relato histórico? ¿Han caído algunos historiadores en la tentación política y han dejado de lado el método científico para manipular el relato? ¿Puede volver la investigación histórica a reconducir el relato hacia la verdad?

Estefanía de Requesens

Ciclo de Conferencias de Catalanes en la Historia de España. «Estefanía de Requesens». Bienvenida a cargo de Oscar Uceda, presentación por Ricardo García y ponencia de María de los Ángeles Pérez Samper.

 

«ESTEFANÍA DE REQUESENS» a cargo de María Ángeles Pérez Samper

Hoy, martes 25 de septiembre, comenzamos el ciclo de conferencias, dirigido por los profesores Pérez Samper y García Cárcel, sobre Catalanes en la Historia de España.

En la Casa Golferichs, a las 19 horas, cita con la Historia y con excelentes historiadores que van a hablarnos de aquellos personajes que han sido relevantes en la Historia.

Comenzamos con María Ángeles Pérez Samper que nos acercará a la figura de Estefanía de Requesens, una noble dama barcelonesa del siglo XVI, que formó parte de la nobleza catalana y de todo lo que eso conllevaba en pleno renacimiento. Mujer culta, escritora, una mujer renacentista que representa la mediación entre la nobleza catalana y la monarquía.

 

CATALANES EN LA HISTORIA DE ESPAÑA (Ciclo de conferencias)

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Comenzamos el ciclo de conferencias sobre Catalanes en la Historia de España, dirigido por los profesores Mª Ángeles Pérez Samper y Ricardo García Cárcel, dedicado a los catalanes que han formado parte de la Historia de España, desde el siglo XVI hasta el siglo XX.

El objetivo de este ciclo de conferencias es presentar algunos ejemplos destacados de catalanes de todos los ámbitos (políticos, historiadores, empresarios, economistas, militares, escritores) que han contribuido, decisivamente, a configurar la realidad española. Porque los catalanes debemos asumir que España no nos es algo ajeno, sino todo lo contrario, puesto que supone el fruto del compromiso y la implicación de muchos catalanes que han compatibilizado su catalanidad con su trabajo en el proyecto común español.

 

 

Sin embargo, a lo largo de los últimos años, el discurso nacionalista catalán ha tendido a resaltar las rupturas y las diferencias entre Cataluña y el resto de España, fomentando el imaginario de dos realidades estructurales distintas y hasta contrarias. Sobre este imaginario de desconexión potenciado durante tanto tiempo, se ha podido construir el relato independentista. La cultura de la difusión del agravio ha ocultado todo hecho o personaje histórico que pudiera romper con esa imagen de perpetua confrontación. Con estas conferencias se dará a conocer las biografías de una serie de catalanes  que se sintieron tan catalanes como españoles, que pertenecían a estamentos o clases sociales distintas, que tuvieron un protagonismo notable en las peripecias de la política española y que aportaron legados fundamentales a la cultura española.

 

La historia de España no sería la misma sin estos personajes. El ciclo, a través de este ramillete de biografías permitirá, en definitiva, ahondar en la significación de Cataluña y de los catalanes en la historia de España.

Mª Ángeles Pérez Samper, «Estefanía de Requesens» (25/09/2018)

Pere Molas, «José Buenaventura Güell y Trelles» (31/10/2018)

Ricardo García Cárcel, «Antoni de Capmany» (05/11/2018)

Óscar Uceda, «Agustina Zaragoza y Doménech» (29/11/2018)

Federico Martínez Roda, «Juan Prim» (10/12/2018)

Y el próximo año: 

Anna Caballé, «Jaime Balmes»

Joaquim Coll, «Francesc Pi i Margall»

Fernando Sánchez Costa, «Víctor Balaguer»

José María Serrano, «Laureano Figuerola»

Jordi Canal, «Francesc Cambó»

Valentí Puig, «Josep Pla»

Andreu Jaume, «Josep Tarradellas»

Ramón Tamames,»Fabià Estapé»

Francesc de Carreras, «Catalanes en la Transición Española»