NO TODO SE PERDIÓ EN CUBA (primera parte). LOS TRES COMBATES NAVALES DE CÁRDENAS
Quizás un cierto desconocimiento de la historia nos hace tener la percepción de que en el mar, la guerra de Cuba se limitó a la derrota de la escuadra española mandada por el almirante Pascual Cervera, cuando salió de Santiago el 3 de julio de 1898. Pero la realidad de lo que aconteció durante aquel año, es que la Armada española con un potencial extremadamente inferior a la potente US Navy, encadenó una serie de victorias de menor escala, hasta el fatídico desenlace de la desigual la batalla naval de Santiago de Cuba.
La historiografía militar ha demostrado que en muchas guerras, como por ejemplo la Guerra de Secesión Americana de 1861 a 1865, el bando que finalmente resulta perdedor de la contienda, al inicio de la misma y durante su desarrollo inicial, es capaz de desencadenar un rosario de victorias consecutivas, que se trunca con una campaña final desfavorable como pasó en Gettysburg y finalmente en Appommatox.
Algo similar aconteció en la guerra hispano-estadounidense de 1898, con los enfrentamientos navales de Cárdenas y Cienfuegos en Cuba, y el de Manzanillo en Puerto Rico, en los que los barcos españoles con una potencia de fuego muy inferior, y una obsoleta artillería de costa, infligieron graves daños a los flamantes barcos de guerra norteamericanos, que tuvieron que batirse en retirada para evitar ser destruidos.
Todos sabemos que el detonante de la guerra de Cuba fue la explosión del acorazado Maine, en la bahía de La Habana el 15 de febrero de 1898, que había llegado sin previo aviso a las autoridades portuarias españolas, como medio intimidatorio prebélico; pero lo que conviene recordar es que ante esa provocación, el gobierno español ordenó al crucero acorazado Vizcaya, uno de los más potentes de la Armada española, capitaneado por Antonio Eulate y Fery, fondear durante unos días en la bahía de Nueva York, exhibiendo sus cañones de proa y popa de 280 milímetros que causaron temor entre la población.
Estados Unidos declaró la guerra a España el 25 de abril de 1898, y antes de esa fecha varias escuadrillas norteamericanas ya estaban navegando alrededor de Cuba, para proceder a una intervención inmediata después de la declaración de guerra, imponiendo un bloqueo naval a la isla. Al declararse la guerra para evitar ser atacados, los barcos españoles se refugiaron en los puertos más cercanos para ser rearmados y abastecidos, y esto es lo que hicieron la Alerta y la Ligera, dos sencillas lanchas cañoneras a vapor de fabricación británica, que se habían incorporado a la flota de ultramar hacía tan solo tres años. Tenían un desplazamiento de 40 toneladas y estaban equipadas cada una de ellas con un solo cañón de proa de 42 milímetros, y una tripulación de veinte hombres. Les acompañaba el remolcador Antonio López de 68 toneladas -que pertenecía a la Compañía Transatlántica y que debía su nombre a su propietario Antonio López y López, Marqués de Comillas- que entraron en el puerto de Cárdenas que estaba cerca de Matanzas. Para dotarle de capacidad destructiva, el remolcador fue armado con un cañón de 57 milímetros. La labor de esos tres barcos era la de vigilancia patrullera de la costa, y evidentemente no estaban concebidos para entablar combate con una escuadrilla de barcos de guerra enemigos.
Ese mismo día se divisó navegando por la zona al crucero cañonero norteamericano Wilmington de 1.397 toneladas, 77 metros de eslora, 16 cañones y una dotación de 175 hombres, que iba escoltado por el remolcador Hudson dotado de dos cañones, y los torpederos Winslow y Foote, estos dos últimos idénticos de la misma clase, con 142 toneladas de desplazamiento, tres piezas de artillería y 22 hombres de tripulación, que triplicaban en peso y en armamento a cualquiera de las cañoneras españolas, y con sus 42 metros de eslora las doblaba en longitud. Pero esa inferioridad no asustó al comandante de la Ligera, el teniente de navío Antonio Pérez Rendón y Sánchez -natural de Medina Sidonia como el almirante Pascual Cervera- que salió de puerto en solitario para entablar combate con los torpederos. Cuando desde la cubierta del Foote el teniente de navío William Rodgers -que con el paso del tiempo llegó a ser un prestigioso vicealmirante director del Colegio Naval- vio que se acercaba contra él la amenazadora cañonera española, ordenó abrir fuego con setenta disparos de los que sólo uno acertó en la cubierta de la Ligera con escasas consecuencias. Simultáneamente con una puntería mucho más precisa, la Ligera respondió con diez disparos causando importantes daños en la sala de máquinas del Foote, inutilizando uno de sus dos motores, que le obligaron retirarse para evitar ser hundido.
Es importante destacar que en los enfrentamientos navales, constituye un hecho insólito que un buque de menor categoría pueda dejar fuera de combate a uno de mayor tonelaje, y probablemente por ello la censura militar norteamericana impuso que no se redactase ningún informe oficial sobre este episodio. Al contar tan solo con la versión española que no pudo identificar el nombre del torpedero, no se pudo llegar a saber si la Ligera entabló combate con el USS Foote o con su hermano gemelo el USS Cushing. Por esta acción del 25 de abril de 1898 al teniente de navío Antonio Pérez Rendón se le otorgó la Cruz Naval de María Cristina.
Después de poner en fuga al torpedero Foote, la lancha cañonera Ligera volvió victoriosa al puerto de Cárdenas para reagruparse con su hermana Alerta y el Antonio López, formando una fuerza exigua comparada con los barcos que acudieron a la zona exterior de puerto: una flota compuesta por los cañoneros Wilmington, el también cañonero Castine de 1.196 toneladas, 62 metros de eslora, equipado con 12 cañones y una dotación de 154 hombres, el Machias de 1.177 toneladas, 62 metros de eslora, 16 cañones y 154 hombres, el destructor torpedero Winslow que era muy parecido al Floote, de 142 toneladas, 49 metros de eslora, tres cañones y 20 hombres de tripulación, el también torpedero Ericsson de 120 toneladas, 45 metros de eslora, 4 cañones y 22 hombres, y el Hudson que era un remolcador del puerto de Nueva York reconvertido en torpedero de 128 toneladas.
El episodio de la Ligera y del Foote no fue el único que aconteció en las aguas de Cárdenas, ya que fue un barco civil de Compañía Transatlántica, el remolcador Antonio López al que se le había instalado improvisadamente un cañón como dijimos anteriormente, el que iba a protagonizar una nueva acción tan victoriosa como humillante para el enemigo.
Transcurridos trece días de la declaración de guerra, viendo que el bloqueo se prolongaba y convencidos de su aplastante superioridad, los barcos norteamericanos decidieron penetrar en el puerto, enviando al Castine escoltado por el Ericsson para comprobar qué barcos españoles se encontraban en la amplia ensenada del puerto de Cárdenas. Cuando entraron el Antonio López estaba situado en un lugar llamado el Canalizo de las Monas, donde apenas se percibía su presencia, mientras que desde allí se divisaba toda la bahía. Cuando el carguero español tuvo a tiro a los barcos americanos abrió fuego contra ellos, y éstos al no saber de dónde procedían las detonaciones, decidieron enseguida abandonar la bahía para buscar la seguridad de las aguas profundas.
Ese mismo día 11 de mayo, guiados por un práctico nativo que les indicó que aprovechasen la subida de la marea para entrar por el canal de Cayo Chalupas, penetraron en la bahía el Winslow y el Hudson que eran sus barcos de menor calado, y el Machías que permaneció detrás. Al verlos entrar las dos lanchas cañoneras españolas buscaron aguas poco profundas en la bahía de Cárdenas, donde los barcos americanos de mayor calado no podían acercarse a ellas. El remolcador artillado Antonio López que era más pesado, y que estaba anclado en la bahía, se dirigió a los muelles del puerto por si era necesario evacuar a la tripulación, porque era inviable en aquel momento que con su único cañón se enfrentase a los tres barcos de guerra norteamericanos. Su comandante era el alférez de navío Domingo Montes Regueiferos.
Cuando ya habían penetrado en la bahía y al ver la retirada de las dos lanchas y del remolcador, el capitán del Wilmington, Chapman Todd en funciones de comodoro por dirigir a la flota norteamericana, ordenó al teniente de fragata John Bernadou del torpedero Winslow, comprobar si habían minas en el interior de la bahía, pero al finalizar esa tarea asegurándose que no había ninguna, al situarse a unos tres mil metros de la ciudad, divisaron al Antonio López que identificaron en apariencia como un pequeño vapor gris amarrado junto al muelle. Cuando informó de ello al comodoro Todd, éste le dio la orden de acercarse para poder determinar si se trataba o no de un buque de guerra enemigo. Al efecto a las 13,35 horas el Winslow se situó a unos 1.500 metros de su objetivo, divisando que empezaba a salir humo blanco de su chimenea, que era un indicativo inequívoco de que el barco español se ponía en movimiento, ya fuese para intentar huir o para plantar cara al torpedero americano. Inmediatamente el Winslow empezó a disparar sus cañones contra el Antonio López. Se produjo un duelo artillero en el que el barco americano disparaba incesantemente pero con más premura que acierto, aún así el barco español sufrió el impacto de dos proyectiles, uno que incendió el guardarropa del comandante y otro que hirió a un fogonero. Por su parte el teniente de navío Domingo Montes con gran templanza se centró en perfilar la precisión del tiro de su único cañón contra el barco enemigo, ordenando abrir fuego a las 13,40 horas a una distancia de 1.250 metros. El primer proyectil impactó de lleno en el Winslow destruyendo su equipo de vapor y su transmisión de dirección manual. La tripulación trató de montar algún tipo de equipo de dirección auxiliar mientras intentaban mantener el barco aproado hacia el Antonio López para seguir disparando con su cañón delantero, y para ofrecer menos objetivo al enemigo español, pero durante esa desesperada maniobra un segundo disparo impactó de lleno en la parte superior de la cabina de gobierno del Winslow, y un fragmento hirió en el muslo al teniente de fragata Bernadou que era el capitán de la nave. Durante el combate murieron cuatro marineros, resultando heridos muy graves otros cuatro.
Al divisar desde el Hudson los daños sufridos por el Winslow, gozando del fuego de cobertura del Wilmington que era el buque más grande de los norteamericanos, acudió en su ayuda para evacuar a la tripulación, mientras disparaba contra el Antonio López, y éste respondía incesante con su único cañón de 57 milímetros, que al ser de tiro rápido ofrecía a los norteamericanos las falsa percepción de que les estaban disparando por todas partes, por lo que de una forma iracunda e imprecisa desde el Wilmington y desde el Hudson empezaron a bombardear la ciudad de Cárdenas, que estaba defendida por una unidad de infantería de marina y algunos voluntarios movilizados, esperando destruir las inexistentes baterías ocultas desde las que creían que les disparaban. Pero mientras esto ocurría los disparos del Antonio López causaron esta vez graves averías y numerosos heridos en el Hudson, entre ellos su segundo comandante que murió de una deflagración.
Cuando el Hudson comenzó a remolcar a Winslow hacia el mar, un proyectil del Antonio López impactó cerca del cañón de estribor matando al alférez Worth Bagley, quien había estado ayudando a dirigir las maniobras, recibiendo instrucciones desde la cubierta de mando hasta la base de la escalera de la sala de máquinas. Bagley fue el primer oficial naval muerto en la guerra hispano-estadounidense, y en memoria de su sacrificio cuatro buques de la Armada de los Estados Unidos han llevado el nombre de USS Bagley. Al estar herido Bernadou siendo su segundo el alférez Bagley, tuvo que ceder el mando de la nave al jefe artillero George Brady.
Tampoco se libró el imponente Wilmington con sus 16 cañones, sus 212 hombres de dotación y sus casi 77 metros de eslora, que recibió dos impactos directos del barco enano español, viéndose obligado a retirarse, al igual que el Hudson con cuatro impactos, remolcando al Winslow prácticamente destrozado. Realmente el espectáculo que ofrecieron los tres barcos de guerra estadounidenses saliendo de la bahía de Cárdenas, buscando en fila el amparo del mar abierto y con el Winslow remolcado, ofrecía una estampa humillante que llegó de ignominia a la potente armada estadounidense. El comandante Montes con su remolcador hizo un amago de perseguir a los barcos norteamericanos en fuga, pero se había quedado sin municiones no pudiendo completar su hazaña infringiendo más daños, por lo que ordenó volver a puerto sin bajas y con algunos heridos, para reparar pequeñas averías.
Este enfrentamiento duró dos horas y veinte minutos, y tras esta derrota los norteamericanos quedaron consternados, porque no podían llegar a comprender que un barco civil que se asemejaba a un pesquero, rearmado con un solo cañón, podía haber dejado fuera de combate a un destructor torpedero de 142 toneladas dotado de tres cañones, causando daños importantes en otros dos buques también de superior tamaño. Los daños sufridos por el Winslow fueron tan considerables que la Armada estadounidense se vio obligada a darlo de baja. El almirantazgo para justificar la humillante derrota de su flotilla se acogió a la falsa percepción de poderosas baterías ocultas en la costa, y esta misma versión fue utilizada por la prensa americana para justificar la derrota, cuando lo cierto es que en Cárdenas no había baterías de costa.
El sorprendente éxito obtenido por el carguero Antonio López se atribuye sin ningún género de dudas a su cañón Nordenfelt de tiro rápido, que le permitió mantener una endemoniada cadencia de tiro hasta que se quedó sin munición. Después de esta amarga experiencia los buques americanos se retiraron y no volvieron a atacar el puerto de Cárdenas durante la guerra.
Por esta sublime hazaña de derrotar el 11 de mayo de 1898 a tres barcos de guerra enemigos, con un remolcador provisto de un solo canón, al alférez de navío Domingo Montes Regueiferos fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando de segunda clase, y en 1908 fue ascendido a teniente de navío. Por su parte el jefe artillero George Brady, junto con el jefe de máquinas Hans Johnsen y el maquinista jefe Thomas Cooney, todos del Winslow, recibieron la Medalla de Honor de Congreso de los Estados Unidos.
Juan Carlos Segura Just
Teniente del Ejército de Tierra